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Hace unos veinte años un grupo de religiosos promovió la construcción de una “Plaza de la Biblia” sobre el boulevard Vista Hermosa, al final del columpio y casi a la par del hermoso parque de Confucio. Es una construcción, supuestamente modernista, pero fea. Líneas curvas de ladrillo. Tiene una placa conmemorativa y algunas citas bíblicas. Hoy día dicho monumento está completamente abandonado, desmantelado. En cierta forma, desacralizado. Con pinturas de grafiti. De no ser que las dos aceras son vías rápidas, el lugar sería hoy un refugio de maleantes. ¡Qué pena!

La semana pasada los diputados emiten el decreto 5-2025. ¿Decreto número cinco? Hasta hace poco la labor parlamentaria era más pródiga. Por ejemplo, la ley de huelga de trabajadores del Estado es el decreto 71-86. Con el aumento de los salarios habría que calcular cuánto nos han costado los cuatro decretos anteriores de este año, y el nuevo decreto. Baja legislación y pobre fiscalización de los diputados.

Con el aplauso de varios pastores evangélicos que “hacían porra”, se declaró hace unos días el “Día de la Biblia”. Vienen varios cuestionamientos e interrogantes. En primer lugar, la sagrada Biblia está encima, muy encima de las decisiones políticas temporales. No se deben tocar los mantos sagrados con las manos sucias. No necesita la Biblia que se le dedique un día. En vez de ensalzarla se le rebaja, como que su majestuosidad dependiera o se creciera por el respaldo parlamentario. En esta extraña ocasión estoy totalmente de acuerdo con lo expresado por el presidente Arévalo: “Para el creyente no es necesario tener un día de la Biblia”. En adición a lo anterior viene otra interrogante ¿acaso el Estado de Guatemala no es un estado laico? Hay, o debe haber, plena libertad de religión y ninguna entidad estatal debe decantarse por credo alguno. Con todo, no creo que Arévalo lo vaya a vetar.

Vienen preguntas más serias, siendo la solemnidad del libro sagrado. Cabe la primera pregunta ¿cuál Biblia? Porque la Biblia es un conjunto de libros escritos bajo la inspiración de Dios, pero los humanos le hemos creado muchas diferencias. Los variados y a veces opuestos criterios e interpretaciones han sido el detonante, casus belli de muchas confrontaciones lamentables de las llamadas luchas religiosas.

Por ejemplo, muchos libros han sido retirados del canon. Los libros de Tobías, Judit, Baruc, Eclesiástico, Sabiduría de Salomón, Macabeos los excluyó Lutero de la traducción de San Jerónimo de Estridón, denominada La Vulgata y que, desde que fue aprobada por la Iglesia Católica en el Concilio de Roma del año 382 permaneció como “la Biblia” por más de once siglos. La Iglesia Ortodoxa, por su parte, tiene variantes en su propia clasificación.

El primer “ordenador” y clasificador de qué libros debían incluirse en la Biblia cristiana fue san Irineo de Lyon. Nueve siglos después, quienes primero tuvieron la brillante idea de dividir en capítulos La Vulgata, fueron el cardenal Hugo de Sancto y el también cardenal, Stephen Langton, a principios del siglo XIII (c. 1205). (Langton llegaría a ser obispo de Canterbury). En 1551, el impresor parisino, Robert Estienne tuvo otra magnífica idea: introducir versículos. De esa forma tenemos el formato uniforme (¡algo en que estemos de acuerdo!) en la nomenclatura de los textos sagrados. La Biblia de Gutenberg, 1455, no tenía la separación por versículos (grande problema logístico le hubiera adicionado al pobre Johannes). Los libros de Enoc y los gnósticos no son aceptados. Tampoco los del Evangelio de Tomás o el Evangelio de Pedro.

La iglesia ortodoxa griega tiene 81 libros, 8 más que la católica romana. La ortodoxa etíope tiene 88 libros, incluyendo deuterocanónicos y apócrifos. Los mormones tienen el Libro del Mormón que describe la venida de Jesús a las Américas después de su ascensión en Jerusalén. Y el problema no es tanto de traducción (que si la Vulgata, Reina-Valera, King James, Calvino, Knox, Lutero, etc.) sino la interpretación y, sobre todo, la aplicación en el diario quehacer.

El tema es largo, muy extenso, y a la vez muy sagrado y profundo. Por eso creo que no debe tratarse con ligereza si ser una “palanca” política. Los honorables diputados, que no han sido consecuentes con el clamor popular de rebajarse el salario, han aprobado el ya citado decreto “de urgencia nacional”. ¿Urgencia? ¿Qué urgencia hay? ¿En qué va a cambiar que salga emitida la ley? Por lo mismo sólo caben las siguientes posibilidades: 1. Que sea un despliegue de fariseísmo, un baño público de pureza de los diputados, quienes reconocen su pobre rendimiento como representantes del pueblo y en el mejor estilo de Nínive se visten de harapos y se cubren de cenizas; tal vez obtienen el perdón de ese pueblo que debe tener presente que hay que perdonar “siete veces siete”. Muchas son las faltas que han cometido, pero creo que todavía están lejos de las 490 que permite la tolerancia cristiana. O bien, elevando los ojos al cielo pretenden redención: “Mira, Señor, después de todo no somos tan malos”. 2. Quieren votos del sector evangélico (ya se aproxima el año electoral) y qué mejor forma de adornarse que celebrar el Libro sagrado (esto de la “mitad de la población” lo analizaré en próxima columna). 3. Una innecesaria reactivación en el tema religioso católicos-evangélicos, discrepancia que se ha ido superando de manera positiva. El primer sábado de agosto se anticipa al 15 de agosto, fiesta patronal de la capital (que se extiende a todo el país). Parece un reto, acaso una provocación para reavivar el conflicto para que haya lucha, una llamada con el celo propio de los guerreros de Gedeón, de los zelotes de la Judea, del misticismo de los cruzados, de la vehemencia de los místicos o la furia de los yihadistas. En la lucha destacan los valientes y los consagrados. (Continuará).

En 1972, Arana Osorio decretó como día nacional del Popol Vuh (la “Biblia de los mayas”) el 30 de mayo, un día antes del de la Constitución.

Luis Fernandez Molina

luisfer@ufm.edu

Estudios Arquitectura, Universidad de San Carlos. 1971 a 1973. Egresado Universidad Francisco Marroquín, como Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales (1979). Estudios de Maestría de Derecho Constitucional, Universidad Francisco Marroquín. Bufete Profesional Particular 1980 a la fecha. Magistrado Corte Suprema de Justicia 2004 a 2009, presidente de la Cámara de Amparos. Autor de Manual del Pequeño Contribuyente (1994), y Guía Legal del Empresario (2012) y, entre otros. Columnista del Diario La Hora, de 2001 a la fecha.

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