La misma pregunta se viene repitiendo desde hace décadas y cada vez resuena en los oídos hasta la saciedad: “¿Por qué estamos como estamos?” o mejor aún: “¿Por qué seguimos tan jodidos?”. La respuesta es simple: porque no hacemos los cambios necesarios. No tenemos la disposición, la claridad, las agallas, o lo que sea para exigir cambios. Aunque sea poco a poco. Entre muchos cambios positivos me refiero al reciente anuncio en la hermana república de El Salvador en cuanto a la decisión de salirse del Parlacén. ¡Qué bueno!
Debo decir que me considero un ciudadano centroamericano. Mi familia materna es nicaragüense y lo soy en muchos sentidos. Por lo mismo, pocos aspiran a la reunificación de la Patria Grande como yo. Al principio, allá por los años 90, tuve algunas esperanzas, abrigadas por las dudas, respecto a ese proyecto de Parlamento regional. Era, después de todo una mala copia de la Unión Europea que se quería implantar en estos suelos tropicales. Es que Centroamérica no es Europa. Culturas diferentes, enfoques distintos, variables conductas cívicas, etc. El Estado de derecho y la certeza jurídica son tambaleantes por estas regiones. El oportunismo y la corrupción campean a sus anchas. Pero pensamos que era bien visto que nos montáramos “en la moda” de la modernidad y vanguardia.
Pero no pasaron 5 años para demostrar que el Parlacén era un adefesio jurídico-político. Un show de variedades. Un derroche de esfuerzos y recursos financieros. Aunque con eso podríamos vivir, pero hay algo más grave, más perjuicioso que es el efecto contaminante del ideal supremo de la integración regional. El ciudadano común, habitante de estas parcelas, llamadas repúblicas, está decepcionado de ese pomposo organismo. Pronto se percataron que no era nada más que un refugio de políticos perseguidos que se benefician de la inmunidad; un foro inoperante, casi infantil por cuanto los “diputados” se ponen a discutir agendas que no llevan a nada. Ninguna resolución es vinculante, entonces no tiene objeto alguno debatir los puntos de una agenda de fantasía. ¡Fogosas discusiones parlamentarias! ¿Se darán cuenta dichos diputados del absurdo que realizan? Haciendo casi el ridículo, aunque el pago de US5,000 compensa cualquier pantomima.
Por esa razón los ticos, nada mensos, nunca ingresaron. Los panameños se han querido retirar, pero los propios candados de los convenios han detenido su marcha. En un aspecto práctico ¿qué sentido tiene incorporar a puro tubo a la República Dominicana? Un país hermano, pero lejano con el que no compartimos fronteras y nuestras comunicaciones físicas son limitadas.
Pero los politiqueros lo atesoran como un premio más. No importa de qué partido sean, al final todos pugnan por una posición y el Parlacén ofrece un hueso más, y bien jugoso. Alguien, entre todos los candidatos, se va a llevar ese premio. En otras palabras todos procuran hacer más grande el pozo, y ello incentiva más la competencia electoral. Por otro lado, ningún partido político ha encarado seriamente el tema. Acaso algunos lo ofrecen tibiamente en las campañas electorales pero ninguno, al llegar al poder, encara de frente el retiro de este organismo tan contrario a la unión centroamericana.
Si entendemos por democracia la prevalencia de la voluntad del pueblo, entonces ¿por qué seguimos en el Parlacén? No conozco un solo ciudadano que respalde dicho organismo. El pueblo no lo quiere. ¿Entonces? ¿Voluntad de la mayoría? ¡Vox populi, vox Dei! Pamplinas. Por lo mismo solo hay dos explicaciones; la primera es que vivimos dominados por una dictadura, no de personas ni de partido específico, pero sí de una tranza entre los mismos partidos. Y la segunda es que somos un pueblo es manso, quitado de bullas (por no usar la palabra “pendejos”).
Es claro que, para el retiro del organismo, se requieren varios pasos y protocolos. Los mismos creadores le pusieron varios candados (por eso Panamá no pudo salirse hasta que Martinelli se diera cuenta de “sus ventajas”). Pero los largos caminos se empiezan con un primer paso en la dirección correcta. Ojalá que algún líder político enarbole, seriamente, la propuesta de retiro del Parlacén; que se comprometa de tal manera que reciba el voto de la población y que, por la otra cara, que una vez en el poder no pueda ignorar su propuesta.