Quienes laboran en el Estado se levantan temprano, algunos de madrugada y cada vez más en oscuro por causa de esta barahúnda de tráfico (que no sabemos cómo terminará). En ese sentido son igual a los demás trabajadores. Tienen además un jefe, un superior que podrá ser muy consecuente o bien un resentido que solo anda viendo cómo descarga su frustación con sus subalternos. Acaso sea un afiliado “al partido” que espera ascender en la escalera politiquera. Todos ellos, como trabajadores, dependen de su salario mensual (y de los muchos bonos adicionales) para su supervivencia. Difícil supervivencia para muchos que se viven quejando que su salario “no es justo” y sudan calenturas al final de cada mes. Hasta aquí no se detecta diferencia entre trabajadores de la iniciativa privada.
Pero sí hay bastantes diferencias entre empleados públicos y privados, puedo señalar: A) Contratación: La contratación en lo privado es libre y el trabajador no puede reclamar derecho alguno a un puesto, siendo que debe sentirse agradecido de ser elegido (es la realidad); B) Rendimiento: Lo que resulte de esos contratos privados solo atañe a las dos partes: al empleador y al trabajador; si la empresa quiebra, es “su problema, compadre”, si el servicio es malo saldrán pronto del mercado; en cambio, en el ámbito público, el resultado de la relación obrero-patronal es de interés general, a un nivel nacional, que excede el estrecho círculo privado; y C) los empleos públicos no pertenecen a ninguna persona o grupo, es un haber colectivo; ocupar un puesto público es un derecho de los guatemaltecos, al que pueden optar en base a las capacidad, idoneidad y honradez (113 CPRG); siendo que es, “un derecho”, un despido implica arrebatar un derecho y por ello esos despidos son más dificultosos.
En otras palabras, el contrato privado es “bi-lateral”, solo patrono y empleado. En cambio en lo público el formato es tripartito: patrono, que es el Estado; el trabajador y, la población. Por esto, los efectos de los contratos públicos no se restringen al ámbito de una empresa, oficina, fábrica, finca, o vivienda. No. Lo público resguarda el interés de la población, con aspectos de elevada prioridad como es la salud, la educación de los niños, la nutrición, los caminos e infraestructura en general.
Cuando alguien accede al servicio público debe estar consciente que “va a tener dos jefes”, el primero es operativo, su jefe inmediato, y el segundo “jefe” es la población que le paga su salario por medio de los impuestos. Este segundo jefe es muy exigente y a quien más se deben resultados positivos.
El trabajo frente al capital. Es una constante en todas las civilizaciones el surgimiento de élites o clases superiores a la que la gran mayoría de la población habrá de servir. Desde los albores de los tiempos mesopotámicos y egipcios, siempre ha habido reyes, nobles, sacerdotes, chamanes, terratenientes, etc. y, por el otro lado, la base de la pirámide: el pueblo llano. Muchos siglos después, con ocasión de la Revolución Industrial los filósofos sociales trataron de elaborar teorías que explicaran los grandes cambios que se sucedían. Entre ellos F. Hegel que en el primer tercio del siglo XIX explicó sus complejas teorías que se basaban en un constante enfrentamiento entre ideas siempre opuestas, un proceso de “rebotes” que habrá de concluir con la plenitud del Espíritu Absoluto. Pocos años después otros filósofos, Carlos Marx, en consenso con F. Engels, tomaron de ese material disperso los elementos necesarios para la construcción de su torcida construcción en base a teorías que orientaron hacia el campo de lo social. La esencia de esos postulados es el enfrentamiento entre el capital y la mano de obra; convicción que es el ladrillo que eleva el edificio de la “lucha de clases”. Con ese ímpetu, las doctrinas sociales se nutrieron en abundancia y quedó, casi como dogma, como un mantra que se ha repetido hasta la saciedad: la lucha permanente entre los empleadores y los trabajadores. De esa cuenta encajonaron las relaciones laborales en el marco de ese perpetuo enfrentamiento.
Negociación colectiva. En lo laboral y social, esa lucha entre los dos sectores se materializa en la negociación colectiva. Lo que piden los trabajadores y lo que les niega el patrono. “Queremos un 20% de aumento y 25 días de vacaciones”, la administración responde “lo más que aumentamos es un 5% y 18 días de vacaciones”. Aquí asoma su sobra la figura de la huelga (como medida de presión al empleador). En ese tira y encoje, si se logran muchos beneficios, los trabajadores van a celebrar sus incrementos salariales y las utilidades del patrono van a reducirse. Si es al revés, serán los patronos quienes habrán de celebrar porque habrá bajado el “costo de mano de obra” en beneficio de sus dividendos. La ecuación es sencilla: la ganancia de unos es la pérdida de otro. Pero en lo público no aplica esa ecuación. La correlación es mucho, mucho, más compleja. El ministro, director, o gerente, no van a celebrar porque redujeron las pretensiones de aumento de los trabajadores. No van a brindar con champagne porque el ministerio va a disponer de mayor presupuesto. Claro que no. (Continuará).