Se escuchan bramidos terribles y el eco de los cascos que golpean las piedras con furor. Los cuatro jinetes avanzan a galope tendido. Espadas, guadañas y lanzas en ristre. La peste, la hambruna, la guerra y la muerte. Avanzan, están a la vista. Acaso por años parecen tranquilos, inofensivos, pero no, solo están pastando, rumiando, recuperando energías para la próxima embestida. Atentos los cuatro a que suene la trompeta para otra misión de desastre. Una nueva incursión como la pandemia mundial del 2020. O las amenazas de guerra en Ucrania y Tierra Santa.

Con el paso del tiempo, con el crecimiento desordenado de las poblaciones, han surgido otros jinetes, adicionales. Acaso producto de la evolución de las especies o del desarrollo de la raza humana. En todo caso, en nuestra Guatemala, entre esos jinetes, se vislumbran tres: el tráfico y la basura (y la sed). Tan cercanos están que sentimos sus belfos soplar.

Se anunciaba que para ayer, lunes 24, iba a haber récord de vehículos. La reciente paralización del 7 de febrero, con ocasión de las elecciones del Colegio de Abogados, y la siguiente, de los recolectores de basura, han sido solamente una “probadita”, un anticipo de lo que van a ser nuestras calles en 2030, o acaso antes. La ciudad quedó atascada. Paralizada. Se escucharon las quejas de los que transitan por la ruta del Atlántico, de la Roosevelt, de la carretera a El Salvador, de todos los capitalinos que debemos movilizarnos de la zona tal a la zona tal. Una verdadera catástrofe.

Cada día entran en circulación cientos de vehículos. Eso es normal dado el crecimiento de poblaciones, pero los problemas son básicamente tres: a) falta de transporte público eficiente; b) pésima cultura en el tráfico y c) la pobre respuesta de las autoridades.

Ciertamente, embotellamientos hay en todas las grandes ciudades del mundo (y también en las pequeñas). Las vemos en Miami, Houston, Minneapolis, CDMX, Lima, Madrid, etc. Pero hay una gran diferencia. En esas urbes se están ejecutando diversos proyectos viales: autopistas paralelas o alternativas, carreteras elevadas, pasos a nivel, puentes, túneles, etc. También se ha procurado la mejora del transporte colectivo. Mientras tanto nosotros NADA, nada de nada. ¿El periférico exterior? ¿El metro? ¿Los teleféricos? ¡Por favor! Nos limitamos a dar cabida a más y más vehículos. ¡Que las calles aguanten! ¡Que tengan paciencia los conductores! En otras palabras, más entendibles: ¡Que se jodan!

Me pregunto si los expertos urbanistas, con maestrías en universidades estadounidenses e italianas, allá por los años 70s y 80s del siglo pasado, previeron esta hecatombe. Después de todo ese es su oficio, tal es su especialidad. Tomar estadísticas, hacer proyecciones, proponer soluciones efectivas. ¿Qué pasó?

Según reporta La Hora: “A finales de febrero, se estima que alrededor de 1 millón 275 mil vehículos circularán por la ciudad, y Montejo (Amílcar) asegura que cada uno de ellos realiza entre 4 y 6 viajes, lo que se traduce en aproximadamente 8 millones de viajes por día hábil”. Upssss. Como decían las viejitas: “Que Dios nos coja confesados”. No es un problema que podamos soslayar. El gran pensador español dijo: “Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo”. Claro, Ortega y Gasset.

Pero no me quiero quejar del tráfico; suficientes lamentos se expresan todos los días. Tema infaltable en todas las conversaciones. Mi interés ahora es prevenir lo de la basura. Como no lo hicieron con el tráfico, los expertos y las autoridades de los años 70s y 80s, con la basura tenemos algo de tiempo; deben formular planes consistentes, efectivos, realistas. Si no, en pocos años vamos a enfrentar un Leviatán como el tráfico. Vamos a estar inundados de basura con todas las desgracias que acarrea. (La pandemia fue otra “probadita” de las que se vienen si no mejoramos nuestra higiene, léase basura y agua, pero de eso hablaremos en la próxima entrega).

Luis Fernandez Molina

luisfer@ufm.edu

Estudios Arquitectura, Universidad de San Carlos. 1971 a 1973. Egresado Universidad Francisco Marroquín, como Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales (1979). Estudios de Maestría de Derecho Constitucional, Universidad Francisco Marroquín. Bufete Profesional Particular 1980 a la fecha. Magistrado Corte Suprema de Justicia 2004 a 2009, presidente de la Cámara de Amparos. Autor de Manual del Pequeño Contribuyente (1994), y Guía Legal del Empresario (2012) y, entre otros. Columnista del Diario La Hora, de 2001 a la fecha.

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