Luis Fernandez Molina

luisfer@ufm.edu

Estudios Arquitectura, Universidad de San Carlos. 1971 a 1973. Egresado Universidad Francisco Marroquín, como Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales (1979). Estudios de Maestría de Derecho Constitucional, Universidad Francisco Marroquín. Bufete Profesional Particular 1980 a la fecha. Magistrado Corte Suprema de Justicia 2004 a 2009, presidente de la Cámara de Amparos. Autor de Manual del Pequeño Contribuyente (1994), y Guía Legal del Empresario (2012) y, entre otros. Columnista del Diario La Hora, de 2001 a la fecha.

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Las redes sociales inundan y asfixian todo el espacio cibernético. En esa tóxica atmósfera cuesta mucho concentrarse en algún mensaje concreto y veraz. Todos quieren destacar y captar nuestra atención. Todos quieren impactar con sus mensajes o videos. Se “democratizó” el acceso a las tribunas y vitrinas; cualquier vecino puede subir sus videos y comentarios o reenviar otros para aumentar la parafernalia de ese universo caótico. Por eso el 90% de lo que circula es material desechable: fake news, intentos de fraudes, Photoshop, mensajes sesgados, basura, montajes, y muchas, muchas pendejadas (disculpen la palabra, pero la IA no me encontró otra más propicia). Pero no todo está podrido en Dinamarca.

Debo reconocer que cierto material que circula es meritorio; a veces se logran colar mensajes interesantes y productivos. Hace pocos días me llegó un video, en el que un economista, con acento argentino, afirmaba que “la herencia es un error de cálculo”. Agregaba el expositor que “si al morir vas a dejar mucha pasta es que hiciste mal los cálculos”.

Los bienes materiales son un mero complemento de la vida que sostienen el aspecto físico de nuestra existencia. Cubren la necesidad de comer, de vivir decorosamente, de tener comodidades y hasta ciertos lujos. Son también compensaciones válidas, legítimos premios, por nuestro sudor y dedicación. Pero ese patrimonio solo nos acompaña mientras respiremos, y, cuando ya no estemos, esos bienes van a seguir allí. Inevitablemente quedarán a disposición de otros. En muchos casos cabe la sabiduría popular: “Nadie sabe para quien trabaja”. Otro refrán dice: “Duerme solo 4 horas, madruga, trabaja duro, no gastes en lujos, ahorra mucho que tus yernos te lo agradecerán.”

Al morir una persona se abren dos escenarios: a) que haya dejado testamento; o b) que no lo haya hecho. En el primer caso el difunto/a ha sido previsor y, sobre todo, ha aceptado su propia mortalidad; no todos lo asimilan. Muchos se resisten a otorgar testamento porque “acaso me estoy muriendo”. Lo consideran un mal presagio (como llamar a la Parca). Por el otro lado, los bienes de quienes mueren sin haber dejado última voluntad, se distribuyen conforme lo establecen las leyes civiles; básicamente el/la cónyuge, en la medida que los esposos son “socios” del patrimonio conyugal (un tema con aspectos confusos que trataré en otra ocasión). Luego reciben los hijos por partes iguales.

En el papel, toda la transmisión de bienes parece armoniosa pero la realidad nos da una lectura muy diferente. Contrario a su vocación estabilizadora muchos procesos sucesorios causan grandes grietas en familias. ¿Por qué le dejó más a mi hermano? ¿Por qué no me dejó la finca de café? Alguien dijo que los testamentos “son unos papeles que dejan los muertos para que se maten los vivos.” En el siglo XIX se decía que “el cianuro era un polvito mágico que sirve para repartir las herencias.” Como abogado he lamentado muchos casos, algunos propios y otros de referencia, donde familias se fraccionan por disputas hereditarias. Lo único bueno es que genera más “chance” para los colegas.

En todo caso debemos estar conscientes que debemos disfrutar en vida lo que tengamos y aceptar que en algún momento lo tendremos que dejar. Al decir disfrutar en vida no me refiero a gastar festinadamente ni tampoco cerrarse en la avaricia. No. Al contrario, es bueno gastar en lo que vale la pena, incluyendo las ayudas a terceros necesitados. Ni malbaratar, pero no ser tacaño. No vivir para hacer dinero, pero sí hacer vida con el dinero bien logrado. Y algo importante, con ese patrimonio ir educando a los hijos, especialmente educarlos en el esfuerzo, en sobreponerse a situaciones adversas; de alguna forma repartir “en vida” pero con mucho criterio para que no sea solo un regalo sino que sirva como el mismo aliciente que usted tuvo al formar ese patrimonio. Ir heredando, pues, no solo dineros, sino que también los hábitos de trabajo y ponderación en el gasto.

El tiempo pasa fugaz. Hace algunas décadas el espejo me devolvía la imagen de un hombre guapo, pelo negro abundante, sin arrugas ni papada, ahora veo a un viejo arrugado, grises los pocos pelos, mofletudo. Es que ya no hacen los espejos como antes. Pero el tiempo nos enseña a vivir con la persona que llevamos dentro y nos reconciliamos con los espejos.

Del Salmo 89 destaca la petición “Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato.” En esta súplica se encierra la sabiduría de la existencia humana. Tener siempre presente que todo es “vanidad de vanidades, todo es vanidad.” Como dicen las coplas de Manrique: “no se engañe nadie, no, pensando que ha de durar lo que espera más que duró lo que vio.” En otras palabras, lo que nos toca por vivir se va a ir fugaz, de la misma manera que se ha ido lo que ya hemos vivido.

Con la llegada de diciembre llegan los momentos de reposo, de celebración, pero también de mucha reflexión.

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