Cuando los arqueólogos del futuro, allá por el año 2,700 a. C., descubran en medio de la tupida selva los restos enterrados de un extendido asentamiento en lo que se conocía como el valle de La Ermita, no deberán sorprenderse. No estarán, en el futuro, tan desconcertados como hoy día lo están los arqueólogos que estudian Tikal y otros sitios mayas. Ese gran enigma que hoy ronda en la cabeza de los historiadores y arqueólogos: ¿por qué los mayas abandonaron sus ciudades? Las teorías son variadas: que hubo una gran sequía y una consecuente hambruna; que agotaron los limitados recursos vitales como el agua, el suelo fértil y los bosques; que una peste contagió a toda la población que poco a poco fue muriendo; que hubo grandes guerras entre las ciudades estado; graves problemas de ingobernabilidad, etc. En el amplio marco de la imaginación caben también otras ideas, algunas fantásticas, como que “fueron” sustraídos por extraterrestres.
Lo curioso es que esos desalojos no fueron solo de la región maya. Por ejemplo, nadie se explica qué pasó con la población del majestuoso conjunto de Teotihuacán al punto que, cuando llegaron los aztecas al valle central de México, consideraron que esas monumentales pirámides habían sido construidas por los dioses, de allí el nombre de “ciudad de los dioses”. Los estudiosos pueden confirmar las muchas ciudades, grandes ciudades, de Mesoamérica, que de “la noche a la mañana” dejaron de servir como ciudades. Valgan los ejemplos de Takalik Abaj, Kaminal Juyú, Cancuén, Naachtun, Ceibal, Dos Pilas, etc. Las ruinas permanecieron ocultas hasta que, en el siglo XIX aparecieron las primeras revelaciones a punta de machete y arriesgadas expediciones y que ahora se descubren en amplitud con la tecnología del tecnología del LiDAR. Todos esos sitios fueron misteriosamente abandonados. Con mucha imaginación cabe fantasear que en el apogeo de Tikal habría arqueólogos que se intrigaban por el origen y destino de unas ruinas ubicadas hacia el norte que comprenden voluminosas pirámides (La Danta) que la selva había absorbido. (El Mirador fue abandonado en el año 150 y vuelto a ocupar en el siglo IX pero nuevamente fue desocupado).
Regresando al futuro, a ese año 2,700, los restos de la vibrante ciudad que fuera capital de una pequeña república denominada Guatemala (así era la división política de esa época) será un promontorio de ruinas que, salvo el deterioro razonable de seis siglos de abandono, estará reconocible; algunos edificios quedarían de pié; unas construcciones muy altas mantendrían precario equilibrio y casi todos los sectores estarían sepultados por la tierra y por las innumerables cenizas que cada número de años lanza el volcán de Pacaya situado al sur del sitio, amen de las cenizas menos frecuentes pero más copiosas del volcán de Fuego ubicado hacia el poniente; otras zonas estarán recubiertas de tupida vegetación e innumerables familias de primates y aves habitaran entre sus espacios abiertos. Muchas capas de barro debido a las constantes inundaciones.
Pero del estudio de las piezas de concreto y vidrio los arqueólogos del futuro llegarán rápidamente a la conclusión de que algo extraño sucedió. No habrá signos que delaten una guerra ni señales de destrucción intencional; no habrá vestigios de incendios, ni de catástrofes naturales; los huesos que se analizarán no mostrarán ninguna epidemia mortal. Entonces se preguntaran los técnicos ¿qué habrá pasado con la
ciudad de Guatemala? ¿Por qué habrán abandonado la ciudad? Y es por eso que escribo estas líneas con la esperanza de que algún estudioso del futuro pueda descifrar nuestra escritura, (esto es, nuestros jeroglíficos) y al leer estas notas pueda ahorrarse quebraderos de cabeza tratando de descubrir las razones por las cuales se deshabitó la ciudad de Guatemala. Y así debo explicar que a principios del milenio la gran ciudad llegó a albergar a más de cuatro millones de habitantes. Pero vino luego el proceso de abandono. Los primeros migrantes que salieron fueron de tipo “económico”, de manera individual o en pequeños grupos se dirigían al norte, hacia las tierras que ocupaba el que era entonces un gran imperio que se identificó como Estados Unidos (USA parecido al SPQR de otro imperio de 20 siglos antes). Pero en las primeras décadas del siglo XXI la emigración se tornó masiva.
Poco a poco los habitantes habrán sido conscientes de la necesidad de dejar sus viviendas por una insufrible escasez de agua, tanto de agua potable como de servicios. Situada en un fértil e irrigado valle el agua empezó a faltar. Se abrieron pozos indiscriminadamente y la capa freática empezó a bajar hasta las profundidades donde no llegaban los pozos de perforación. Los camiones cisterna sirvieron de paliativo en los primeros años de la crisis, dichos camiones surtían desde las covachas de barriada hasta los barrios mas exclusivos que habilitaron grandes cisternas. Pero las fuentes, los manantiales, los caudales, cada vez menores, empezaron a contaminarse con bacterias resistentes a los antibióticos que entonces se usaban, residuos fecales, amebas, etc. que inútilmente eran combatidos con químicos que irónicamente agravaron la catástrofe. Las aguas de servicio no fueron suficientes para el desfogue de los vertidos sanitarios y los colectores colapsaron. La pestilencia era insoportable.
Luego vinieron los problemas de locomoción, las pocas calles y avenidas se hicieron muy estrechas para el enorme movimiento de tanta población. Las calles infartaron. Se convirtieron en unos “parqueos rodantes”. Y cada vez se levantaban nuevos edificios y centros comerciales. Los ciudadanos desperdiciaban en abundancia se tiempo valioso, para trasladarse de un lugar a otro y los automovilistas pasaban horas enteras encerrados en sus carros; por ello la productividad general se vino a pique. Como en ese entonces eran movidos por combustión de gasolina, adicionaron otro grave problema: la contaminación del aire. Ya no se podía respirar y repercutía siempre en graves infecciones respiratorias, por no mencionar los gases que emitían los ya referidos volcanes. La generación eléctrica por hidrocarburos se encareció mucho y las hidroeléctricas quedaron sin agua y con muchos problemas de las comunidades.
Las plantas industriales instaladas al garete, sin supervisión ni control, en la región sur del valle lanzaban también al cielo enormes nubes de gases contaminantes. La población estaba desesperada, sin oportunidades de trabajo los padres de familia se frustraban y los jóvenes procuraban otros medios de agenciarse algún ingreso. Como era de esperar la violencia se disparó a niveles impensables, mucho mas allá de lo que se consideraría normal en el marco de una sociedad. Cada día se robaban cientos de carros y motos; secuestraban personas todas las semanas, y lo peor, la prensa reportaba un promedio diario de mas de 20 personas asesinadas a mansalva en las calles. Las fuerzas de seguridad se declararon impotentes para frenar la violencia. Las maras se asentaron los barrios populares y la gente humilde decente prefería no salir de sus casas. Las drogas empezaron a hacer estragos filtrándose en medio de las juventudes, la música estridente y sin control alguno sonaba en varias cuadras a la redonda sin respeto a los vecinos. El sistema de justicia colapsó, a los criminales no se les perseguía y las órdenes judiciales no se cumplían. Los precios de los productos y servicios básicos, como las medicinas, electricidad y alimentos se fueron del alcance de la gran masa de la población. La convivencia humana no era tal, no había tal convivencia, había solo aglutinación de seres humanos que no reconocían entre si mayor identificación o sentimiento de solidaridad. Era una jungla de asfalto, hierro, concreto y vidrio del que carecía el calor humano.
Por eso fue, arqueólos del futuro, que los habitantes de la ciudad de
Guatemala, a mediados del siglo XXI, tomaron la decisión de abandonarla un dia en que se dijeron ¡ya no más! Igual que lo hicieron los mayas.