Luis Fernandez Molina

luisfer@ufm.edu

Estudios Arquitectura, Universidad de San Carlos. 1971 a 1973. Egresado Universidad Francisco Marroquín, como Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales (1979). Estudios de Maestría de Derecho Constitucional, Universidad Francisco Marroquín. Bufete Profesional Particular 1980 a la fecha. Magistrado Corte Suprema de Justicia 2004 a 2009, presidente de la Cámara de Amparos. Autor de Manual del Pequeño Contribuyente (1994), y Guía Legal del Empresario (2012) y, entre otros. Columnista del Diario La Hora, de 2001 a la fecha.

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Alegres los convivimos, contagian el calor humano. Deliciosos los tamalitos, el ponche, los chuchitos, etc. alimentan el espíritu y llenan el cuerpo físico. Bien por la música, las luces de colores, los arbolitos de Navidad, que ponen un colorido especial. Bienvenido el panzón Santa Claus y sus renos y elfos. Pero la Navidad es algo más, como indicaba en mi anterior columna. La Navidad recuerda el nacimiento del Hijo de Dios quien vino a alumbrar nuestras miserias humanas. Por ello debemos dedicar parte de la atención a reflexionar sobre los misterios de esa visita que recibimos del Altísimo. Continúo aquí con algunos de esos temas:

Las palabras de Jesús. Los eruditos coinciden en que Jesús hablaba arameo. Tal era predominante en Galilea y Judea. En centros refinados y de estudio religioso se utilizaba el hebreo y parte del pueblo el griego koite. Por lo mismo, las parábolas y mensajes del Maestro salieron de su boca en arameo. Una reciente película de Mel Gibson reproduce todos los diálogos en ese idioma, prácticamente desaparecido. Los evangelistas habrán escrito el texto original en su lengua aramea, pero posteriormente, para lograr mayor difusión se pasaron al griego culto, mismo idioma que utilizó san Pablo (que era griego de nacimiento), el mayor impulsor  de la Buena Nueva. En todo caso, el registro más fiel de las palabras divinas debería ser en arameo, pero no es así. Algunos pasajes se habrán tomado del arameo pero se transcribieron en griego y luego en latín que fue el cofre donde se conservó la ortodoxia hasta que muchos cuestionaron el monopolio de interpretación que mantenía Roma. Con esa apertura los Evangelios se fueron escribiendo en las respectivas lenguas vernáculas de cada región del mundo. Entre ellos el español. Por eso tenemos todos el privilegio de leer los textos sagrados con nuestras palabras comunes. Sin embargo, independientemente del idioma moderno en que estén escritos, quedaron unos textos en arameo por razones desconocidas. Entre esos pasajes están “talita kumi” que, según nos relata Marcos (5:41) dijo Jesús a la hija de Jairo que yacía en un camastro, sin vida; “muchacha, a ti te digo, levántate”. El mismo Marcos (7:34) recoge las palabras “Éffeta” cuando Jesús metió los dedos en los oídos y tocó la lengua ordenando: “ábrete”. En otro pasaje, también de Marcos (12:29), cuando le preguntaron cuál es el más importante de los mandamientos, Jesús, como judío devoto, llena su pecho y en voz alta proclama: “Shemá Israel, Adonai Eloheinu, Adonai Ejad” que quiere decir “Escucha Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor es Uno”. Seguidamente agregó: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu inteligencia y con todas tus fuerzas”. Ojo, ese es el mandamiento principal. Después viene el amor al prójimo. Este “Shema Israel” resume el corazón y esencia de judaísmo que todo devoto debe llevar grabado en la mano y en la frente y “debe repetirselo a los hijos” (Dt 6:4). En su larga agonía en el Huerto de los Olivos Jesús se dirige al Padre en una expresión muy tierna “Abba”, como decir, “Papito”, pidiendo si fuera posible “apartar de mí esta copa”, o sea, poder evitar los sufrimientos que tendría al día siguiente. Y ese viernes, clavado en la cruz exclama “Elohi, Elohi, lama sebaqtani” consignado por Marcos (14:36) en arameo y “Eli, Eli, lema sabactání” escrito en hebreo por Mateo (27:46), en todo caso “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.

Los calificativos. Es claro que Jesús no vino a juzgar y menos a condenar a nadie. Lo dijo varias veces. Por lo mismo no externó juicios de valor respecto de las personas. No hubo calificativos ni adjetivos. Pero existen algunos pasajes en que, a pesar de no ser adjetivos personales, si contienen un elemento subjetivo, ya sea un elogio o una amonestación. Veamos: Según Lucas (7:9) y Mateo (8:10), dijo al centurión que le pedía la curación de un siervo, “les aseguro que ni siquiera en Israel he hallado tanta fe”. Reconoce la fe de la hemorroisa que se atrevió a tocar su manto: “Mujer, que grande es tu fe” (Mc 5:34). Al ciego le premia: “vete, tu fe te ha salvado”. Al leproso curado: “tu fe te ha salvado” y adiciona la pregunta “¿dónde están los otros nueve?” También hay alocuciones negativas, a sus propios discípulos les recrimina: “Hombres de poca fe” (Mt 15:28, Mc 4:40) cuando la tormenta agitaba la barca.
A los cambistas del templo los reprendió porque “convierten la casa de mi Padre en un mercado” (Jn 2:16).  Jesús se admiraba de la incredulidad imperante y como se resistían a creer el Evangelio (Mc 6:6). En varios pasajes repite “Hombres de poca fe”.  Señalamientos más directos a los fariseos hipócritas: “Pobres ustedes fariseos, que diezman pero descuidan la justicia y el amor de Dios”. “Ocupan los primeros lugares en las asambleas”, “sus padres mataron a los profetas”, “tumbas blanqueadas”.
En la parábola del hombre rico que llenó sus bodegas, lo llama: “Insensato, esta noche se te pedirá tu alma”. La peor entre las connotaciones negativas está la que dijo al discípulo que lo traicionó “sería mejor no haber nacido”. (¡Uy!).

Pero quiero terminar con los encomios más bellos, entre ellos lo que opinaba de su primo: “os aseguro que entre los hijos de mujer no se ha manifestado uno más grande que Juan Bautista”. (Mt 11:11). Pero el calificativo más bello de todos, que espero que en su momento lo escuchen sus oídos, estimado lector: “Venid benditos de mi Padre, heredad el reino preparado desde la creación del mundo, porque tuve hambre…”

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