Luis Fernández Molina
China ha venido gestando un gran problema al que debe enfrentar en los próximos años. Un problema en el que no puede culpar a los gringos, a los europeos o al comercio internacional. De alguna forma ellos mismos han fabricado esta coyuntura desde hace unos 40 años. En efecto allá por 1979 habrán hecho un censo de población y las autoridades se asustaron con los números de su inmensa población y de su tasa de natalidad; por lo mismo lanzaron el plan de “un solo hijo por pareja”. En una economía muy controlada pensaron que una población tan grande sería difícil de alimentar y que provocaría grandes desórdenes sociales. En todo caso supusieron que una población tan grande iba a ser una carga pesada que iba a interferir con los planes de modernización del país que lo llevaría a ocupar el primer lugar en las economías mundiales.
De esa manera transcurrió casi una generación de trabajadores que deja de trabajar. Los papás que solo pudieron tener un hijo llegan al ocaso de sus vidas, la edad en que las limitaciones de salud y de la propia edad no permiten la asistencia a las fábricas, construcciones, oficinas, etc. Se retiran. Pasan a gozar del merecido descanso. Como ya no son productivos ya no generan salario; pasan a depender totalmente de las pensiones estatales. Se vuelven una carga de los que toman la estafeta laboral. En otras palabras “alguien” los tiene que mantener. Pero esa carga es solo la mitad del problema, el otro aspecto es que se va a reducir el número de contribuyentes, los trabajadores que “echan punta”, de aquellos que sostienen el complejo sistema previsional. Se estima que para mantener estable la población, cada mujer debe tener un 2.1 de “hijos”.
Los “experimentos” sociales nunca han sido buenos. Está bien imponer ciertas pautas (ej. premiar a quienes tienen muchos hijos) pero no pretender una conducta colectiva en base a una legislación. Se considera que esta política redujo la población en 400 millones de ciudadanos chinos los que, en su mayoría, estarían laborando y sosteniendo a los jubilados. Otro efecto colateral es que se alteró el porcentaje de la población de tal manera que ese misterioso equilibrio natural (que da ligera ventaja a las mujeres) se ha modificado artificialmente porque las parejas preferían varones y hacían cuanto era posible para que ese primogénito –y único retoño— fuera varón. Los efectos de esa alteración del orden natural se expanden en abanico y todavía no se puede prever.
China no hizo más que incrementar un problema que es transversal en todos los sistemas previsionales. Con mayor razón en aquellos estados benefactores que constantemente aumentan los beneficios para los retirados. ¿Quién los paga? En Europa la población está envejeciendo y se calcula que para 2050 habrá un promedio de 6 pensionados por cada 4 trabajadores activos.
Pero nuestra Guatemala no escapa a esas preocupaciones. Hace algunos años, se hicieron proyecciones tan optimistas se bajó la edad de jubilación a 60 años pero casi de inmediato se regresó a los 65 años. Corrección oportuna porque el sistema no hubiera aguantado. En todo caso cada trabajador que entra al mercado debe ser consciente que con su aporte (y el patronal correspondiente) se está sosteniendo el precario equilibrio del sistema, sistema que deberá mantenerse por todo el tiempo de vida laboral hasta que, al llegar su retiro, lo mantengan quienes vienen atrás.
Mucho se ha hablado respecto a las deudas del Estado con el IGSS. ¿En qué afecta el equilibrio actuarial del Instituto? Pero poco se ha hablado de los rendimientos de los fondos como también de la ampliación de beneficios. Un tema concreto que podrían abordar los candidatos en sus propuestas.