Luis Fernández Molina
En la cancha de tenis todos los jugadores son iguales. Las reglas con parejas para todos los jugadores; la pelota es la misma y las especificaciones de las raquetas son preestablecidas. Las diferencias empiezan a aflorar cuando comienza la pelota a volar. Allí destacarán Nadal, Federer o Djokovic; marcarán una distancia, una gran distancia, con los demás competidores. Al igual que en la cancha de tenis, en la sociedades somos todos iguales. Los mismos derechos y obligaciones; las mismas reglas de comportamiento. Uno de los principios generales de convivencia es que la ley aplica a todos por igual. Un estado de Derecho se debe fundamentar en esa aplicación común de la norma. Sin excepciones.
El reciente caso de Djokovic ha brindado muchos puntos por reflexionar. Es actualmente la raqueta número uno del mundo y, en cierto sentido, un superhumano. Un atleta excepcional que meritoriamente ha ganado muchos premios en torneos internacionales. Bien por él, pero se descubre que es un ser humano igual que todos, que depende de un organismo físico que a su vez es igual al de todos: susceptible de enfermarse y potencialmente una amenaza de contagio.
Otro tema que surge es el de los derechos sobre el propio cuerpo. Aquí surgen dos posiciones: la que atiende a los derechos individuales y la que se enfoca en el aspecto colectivo. Creo que Novak tiene todo el derecho de no vacunarse, esto es, de no inocular en su organismo alguna preparación que de alguna manera modifique el curso ordinario que seguiría en caso de no vacunarse. Los alcances reales de las vacunas son otro elemento que los especialistas no han podido definir. Las grandes contradicciones entre los propios expertos han dado pábulo a que la población extraiga sus propias opiniones científicas. Para algunos la vacuna es un casi veneno que va a modificar nuestro ADN; para otros es un implante de material genético que hará efectos en el futuro. Por el contrario otros opinan que la vacuna es un remedio –hasta el momento el único eficaz— para refrenar el avance del virus o el impacto de sus consecuencias. En todo caso se ha comprobado que protege contra la infección y que, en su caso, el daño que provoca no es tan severo y contiene la propagación del virus. Ayuda a crear la inmunidad de rebaño.
Una consecuencia de no vacunarse es que les veda el ingreso a ciertos países. En algunas regiones se ha impuesto la vacunación obligatoria y, por protección, se niega el acceso a las personas no vacunadas. En Australia las restricciones han sido sumamente severas tanto en lo internacional como en la circulación entre sus propios estados. No viene al caso aquí de analizar la legitimidad de esas medidas, el hecho es que están vigentes y por lo tanto eran de conocimiento de Djokovic. En este sentido tiene toda la razón Rafael Nadal. Las reglas son las reglas y para un evento mundial como es esta competencia del Gran Slam todos debían conocerla.
Por otra parte el caso es bueno para ejemplarizar lo susceptible que son los grupos humanos de fanatizarse y abrazar causas exageradamente. Los padres de Djokovic han promovido manifestaciones en Serbia reclamando que la denegatoria al ingreso era un atentado a la soberanía Serbia. ¡Por favor! Es que los fanáticos siempre van a surgir y esgrimir banderas insostenibles.
No se sabe el resultado final de este culebrón. Interesante el juego de competencias entre las autoridades estatales y federales de Australia. Habría que ver la reacción de las entidades de tenis local y mundial.