Parece una broma, pero es justamente lo que ha ocurrido: Trump ordenó a sus fuerzas navales desplegadas en el Caribe asaltar y robar –literalmente– un buque tanque cargado de petróleo que, según el pretexto oficial, estaba destinado a Irán, país que también es víctima de las sanciones unilaterales (e ilegales conforme al derecho internacional) que Washington suele imponer a todos aquellos Estados que se oponen frontalmente a las políticas imperiales. Es poco verosímil que Irán le compre petróleo a Venezuela porque el antiguo imperio persa es uno de los grandes productores de oro negro en el mundo. Pero poco importa. Tampoco es creíble que fuesen narcotraficantes los más de 85 tripulantes de lanchas asesinados (o para decirlo en términos técnicos propios de las violaciones a los derechos humanos: ejecutados extrajudicialmente) con disparos de proyectiles teledirigidos, entre otras razones porque todo el mundo sabe que el principal centro de producción de cocaína es Colombia y que las rutas de tránsito de la droga se mueven principalmente por el Pacífico, no por el Caribe.
Pero, de nuevo, poco importa si eran inocentes pescadores o infelices pagados por los capos de la droga. El pretexto inicial para tratar de justificar el “cambio de régimen” en Caracas fue ese porque de esa manera se pueden justificar “acciones de guerra” sin pasar por el Congreso. Cuando se percataron que la guerra psicológica no daría los resultados esperados –promover una rebelión interna contra la promesa, como en las películas del Oeste, de una recompensa de 50 millones de dólares– pasaron de la manera más burda a admitir que lo que en realidad les interesa es apoderarse del petróleo venezolano. El mismo Trump ya dijo, descaradamente, que sería la manera de recuperar la inversión que perdieron cuando Venezuela nacionalizó el petróleo. Así se explica que hayan procedido a secuestrar en aguas internacionales un buque petrolero y cuando, preguntado en conferencia de prensa que harían con él, Trump tuvo la desfachatez de responder “nos lo quedaremos”. Vil robo, no hay otra manera de calificarlo. Igual al que hicieron los británicos al confiscar el oro de las reservas bancarias venezolanas depositado en bancos ingleses. O al que pretenden hacer ahora los europeos confiscando los cientos de miles de millones de dólares que Rusia tenía depositados en Bruselas, principalmente. El orden internacional basado en reglas (del derecho internacional) igual que ya sucedió con los tratados de libre comercio, vale un comino para los “occidentales” en su conjunto.
Claro, es poco probable que, aparte de la guerra psicológica, ese presidente que mal gobierna Estados Unidos se atreva a invadir el país. Expertos militares consideran que se requerirían más de medio millón de tropas, pues el ejército venezolano, que dispone de armamento ruso, cuenta con unas fuerzas armadas de 350,000 hombres, más las milicias populares con las que podrían llegar al millón. Es la misma razón que explica porque no se han atrevido a invadir Cuba. No se trata pues de la Guatemala de 1954 a la que se verían obligados a enfrentarse, ni tampoco la Panamá de 1989 o la islita de Grenada. Además requerirían la colaboración de Colombia, cosa imposible mientras el presidente de ese país sea Gustavo Petro, otro de los blancos de la furia del inquilino de la casa blanca –por haberse atrevido a criticarlo en la última Asamblea General de Naciones Unidas por su complicidad en el genocidio que lleva a cabo el gobierno sionista de Israel en Gaza– de manera que tendrían que esperar el resultado de las elecciones de este año. Esperemos que la derecha política, que suele ser entreguista y vende patrias, no retorne al gobierno en Colombia como ya ha ocurrido, desafortunadamente, en Bolivia, Ecuador y Chile. El péndulo político tendría consecuencias devastadoras para la región si la doctrina Monroe junto al “corolario Trump” (el gran garrote del mal recordado Teddy Roosevelt) se lleva a cabo para compensar la derrota sufrida en Rusia y la mala imagen que el genocidio de Gaza proyecta sobre su administración. Los imperios en decadencia, al igual que las fieras acorraladas, suelen ser extremadamente peligrosos.
Y mientras tanto la unidad latinoamericana brilla por su ausencia. El presidente Petro ha declarado recientemente que ahora que los presidentes deberían estar al habla por ese asedio tanto contra Maduro como contra él mismo, no hay comunicación. Es claro que con la derecha no se puede hablar y que los presidentes progresistas de la región –el nuestro incluido– tienen ya demasiados problemas con Washington (o no quieren tenerlos) como para arriesgar una toma de posición que, de todos modos, no incluiría a toda la región (la CELAC).
Es por ello que, toda acción que busque colocar en el lugar que le corresponde a la persona que en Washington tienen pensada para sustituir a Nicolás Maduro si este llegara a caer, la señora Machado, a quien le dieron lo que irónicamente podría haberse llamado el “premio nobel de la guerra” este año, debe ser bienvenida. Y en ese sentido nos parece notable la acción emprendida por Julián Assange en Suecia contra la Fundación Nobel acusando a los integrantes del jurado (congresistas noruegos) de convertir el premio de la paz en un “instrumento de guerra” bajo la ley sueca buscando congelar la transferencia de los 11 millones de coronas suecas (unos 1.180,000 millones de dólares) a María Corina Machado. Para Assange, si ese dinero es entregado, se estaría cometiendo el delito de “apropiación indebida de fondos” además de “facilitación de crímenes de guerra” y del delito internacional de agresión contra Venezuela.
En efecto, el testamento de Alfred Nobel en 1896 manda que el premio sea otorgado a la persona que durante el año anterior haya “conferido el mayor beneficio a la humanidad”, haciendo “la mayor o mejor obra por la abolición o reducción de los ejércitos permanentes y por la celebración y promoción de congresos de paz” cuando Machado ha estado promoviendo la intervención militar de Estados Unidos en Venezuela y lo que es peor, la comisión de crímenes de guerra y/o de lesa humanidad porque los jurados sabían –o deberían haber sabido– que el dinero del nobel contribuiría a la ejecución de civiles y supervivientes de naufragio en el mar, frente a las costas venezolanas, siendo que el papel de la señora Machado ha sido clave en promover esa agresión y que en sus declaraciones públicas ha continuado incitando a la administración Trump a continuarla buscando inclinar la balanza en favor de la guerra. Assange cita al premio Nobel de la Paz argentino, Adolfo Pérez Esquivel, quien declaró que otorgar el premio a alguien que pide una intervención extranjera es una burla al testamento de Alfred Nobel, algo que también ha dicho el Instituto de Investigación para la Paz de Oslo (PRIO). Veremos si en los países escandinavos hay realmente independencia judicial o si, por el contrario, también los jueces se alinean con sus dirigentes políticos guerreristas que obran bajo la “influencia” de la Casa Blanca.







