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En realidad, el documento que acaba de publicar Washington no tiene nada de novedoso. Es la misma política que han practicado siempre de intervenir en donde haga falta siempre que eso convenga a los intereses del Imperio, ahora en abierta decadencia y retroceso geopolítico (“repliegue” le llaman los analistas militares). En efecto, frente a la imposibilidad de derrotar a Rusia en la guerra provocada por Biden y la administración demócrata en 2022 y ante la urgencia de prepararse para un enfrentamiento bélico con China (“defender la primera cadena de islas” –en el mar del sur de la China dice el documento–) y esto ignorando que las principales contradicciones entre Beijing y Washington son económicas y comerciales, no militares. Cualquier “desafío militar chino”, por supuesto, solo existe en la cabeza de Trump y adláteres, pero como en política internacional las percepciones suelen determinar acciones más les valdría a todos los países de la región del “Indo-Pacífico” (como han dado en llamarla en Washington a fin de incluir a la India y a todo el sureste asiático) prepararse para esa “paz por medio de la fuerza” (si vis pacem para bellum: si quieres la paz prepara la guerra) que postula el texto.

O bien, dicho de otra manera, ante una contienda bélica en la cual la OTAN, es decir no solo Estados Unidos, sino también sus satélites europeos, han sido incapaces de triunfar a pesar todo el poderío militar que poseen y de las sanciones unilaterales que se impusieron a Moscú, ahora Trump busca presentarse como “mediador” tratando de poner fin a ese conflicto para tener las manos libres y ocuparse de China, a quien los halcones del complejo militar industrial visualizan como su principal adversario, sino enemigo. Y esto es así porque el primer lugar de las preocupaciones de la “seguridad nacional” se ubica geoestratégicamente en ese llamado Indo-Pacífico, justo abajo del corazón del mundo euroasiático, al cual Mackinder llamaba pivote geográfico.

En cuanto al segundo lugar, para desgracia nuestra, y dado el repliegue de Rusia y del Medio Oriente (consiguió un alto al fuego en Gaza y, por de pronto, han dejado de amenazar a Irán) que Trump pretende poner en marcha lo ocupamos nosotros, es decir América Latina o “hemisferio occidental” como suelen decir en cuando usan terminología diplomática o su traspatio si utilizamos el lenguaje de la “doctrina Donroe” ahora con el corolario del garrote pregonado por un expresidente de nombre Teodoro (Teddy) a principios del siglo pasado, pariente lejano del buen presidente Roosevelt. Por cierto España vaya que debe guardar amarga memoria del tal garrote, porque les costó la pérdida de Cuba, Puerto Rico y las Filipinas en esa tercera gran ola de expansión imperial (la primera fue contra México que perdió más de la mitad de su territorio en las guerras de la primera mitad del siglo XIX y la segunda contra los pueblos indígenas, que se vieron confinados a reservaciones y obligados a firmar tratados injustos). Y aunque la oficialización de la política de retirada de Ucrania seguramente la deben estar celebrando en el Kremlin con abundante vodka, aunque lo hagan sin bajar la guardia y guardando todas las precauciones del caso, no vaya a ser que al poco confiable inquilino de la Casa Blanca se le ocurra cambiar de opinión.

Pero el lamentable tercer lugar de las prioridades estratégicas de Estados Unidos lo ocupa ahora Europa, el continente de donde provienen la mayor parte de norteamericanos WASP (white, anglo-saxon and protestant, Trump mismo es de origen alemán) y cuyas tropas contribuyeron a salvar de los dos imperios alemanes del segundo y del tercer Reich: ¡Traición! deberían gritar los europeos dice Andrés Malamud en una entrevista con la Deutsche Welle. Lo cierto es que, además de abandonarlos a su suerte en la guerra de Ucrania Trump tiene la desfachatez de acusarlos de débiles, de no gastar lo suficiente en su propia defensa a pesar de que todos los líderes europeos agacharon la cabeza y aceptaron elevarlos hasta un 5% del PIB prometiendo además continuar comprando armamento americano, de practicar el comercio desleal (Úrsula von der Leyen no chistó palabra ante el 5% de aranceles a los productos europeos impuesto por Trump) y de oponerse antidemocráticamente (violar el free speech fue la acusación de JD Vance en la Conferencia de Seguridad de Munich) interviniendo en los asuntos políticos internos europeos para favorecer a la extrema derecha, como ha sucedido en Argentina y hasta en Honduras recientemente.

Pero volviendo a nuestro “honroso” segundo lugar la verdad es que cuando mejor nos ha ido en nuestras relaciones con Washington ha sido cuando este se ha ocupado menos de nosotros. La política del buen vecino de Franklin D. Roosevelt fue positiva, no cabe duda, pero en buena medida fue el resultado de que Estados Unidos estaba demasiado ocupado con la guerra en Europa contra los nazis alemanes. Y recordemos que cuando los republicanos retornaron a la Casa Blanca aplicaron Irán y a Guatemala su política de cambio de régimen. En Irán (como actualmente en Venezuela) la cuestión de fondo era el petróleo. Aquí la expropiación de tierras a la UFCO, de la cual –para nuestra pésima suerte– eran accionistas tanto John Foster Dulles (Secretario de Estado de Eisenhower) como su hermano Allen Dulles (jefe de la CIA).

Ahora mismo el presidente Arévalo y su canciller están atados de manos frente a Trump. Cualquier cambio en nuestras relaciones diplomáticas de Taiwán hacia China (todos los países de la región tienen embajada en Beijing salvo Guatemala y Belice) nos lo harían pagar caro. Menos aún mirar hacia los BRICS como objetivo de política exterior, dado que si de algo padece la miope y patética “estrategia de seguridad nacional” norteamericana es tratar de ignorar la realidad multipolar del mundo contemporáneo. Incluir a la India dentro de sus preocupaciones por el “Indo-Pacífico” cuando el presidente Putin acaba de hacer una visita de Estado con gran pompa y circunstancia a Nueva Delhi; cuando la reunión de Xi Jinping en el marco de la Asociación para Cooperación de Shanghái en octubre pasado fue un éxito rotundo y cuando, gravísimo error, Trump trató de “sancionar” con aranceles a la India por comprar petróleo y gas ruso, pues lo menos que puede decirse es que deberían dotarse de mejores lentes para observar lo que ocurre a distancia. Y olvidarse que la India pueda convertirse en su “aliado” en la forma que lo hicieron, obsecuente y servilmente, australianos y neozelandeses con el AUKUS.

Afortunadamente el Brasil de Lula es uno de los miembros prominentes de los BRICS y su habilidad diplomática (solo comparable a la de la presidenta Sheimbaum de México) le ha permitido ubicar a Trump en el lugar que le corresponde: le hizo retroceder del 50% de aranceles que pretendía imponer a Brasil por el juicio contra Bolsonaro por su intento de golpe de Estado ¡el colmo de la injerencia en asuntos internos! Y Claudia Sheimbaum ha tenido éxito negociando también aranceles. Esperemos que las elecciones en Colombia y en Chile permitan la elección de gobiernos que antepongan la defensa de la soberanía frente a la insolencia del Imperio y que, eventualmente, los procesos de integración regional del subcontinente sean hechos funcionar de nuevo de manera apropiada. Andrés Malamud también dijo en la misma entrevista con la cadena noticiosa alemana que esperaba que la Unión Europea firmara en Brasilia el Acuerdo de Asociación con el MERCOSUR el próximo 20 de diciembre, que esto es decisivo para determinar si la UE aún es gobernable. De lo contrario lo más probable es que la política de “divide ut impera” de Trump se continúe aplicando y cuando menos se espere –lamentablemente porque si algún proceso de integración regional ha sido exitoso hasta ahora es el europeo – el proceso colapse. Los polacos y los bálticos que buscan mantener la “protección” de Washington – porque la OTAN parece ya destinada a desaparecer – podrían salir de la UE como ya lo hicieron los británicos. Y, por razones distintas son Hungría y Eslovaquia quienes también podrían hacerlo. Pero volviendo al “hemisferio occidental” si algo se impone frente a las amenazas de Trump en nombre de “su seguridad nacional” sería que todos los países de la región, independientemente de las simpatías o antipatías ideológicas, se pronunciaran en contra del abusivo e intolerable “cambio de régimen” que promueve Trump en Venezuela.

Luis Alberto Padilla

Doctorado en ciencias sociales en la Universidad de Paris (Sorbona). Profesor en la Facultad de Derecho y en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos. Es diplomático de carrera y ha sido embajador en Naciones Unidas (Ginebra y Viena), La Haya, Moscú y Santiago de Chile

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