La muy conocida comunicadora rusa Inna Afinogenova se encuentra a cargo de la plataforma española de análisis político e internacional La Base –que hace poco ha abierto una subsidiaria en la ciudad de México especialmente dedicada a América Latina– hizo un comentario de un libro de entrevistas de John Ackerman sobre la democracia. Ackerman es profesor e investigador en la UNAM y también dirige el programa Diálogos por la Democracia en TV UNAM. Afinogenova se refirió en sus comentarios a una entrevista que Ackerman le hizo al sociólogo Ramón Grosfoguel, profesor en la Universidad de Berkeley. Según el académico puertorriqueño, en su decadencia imperial Estados Unidos en retirada tratará de mantener su dominio en donde le sea menos problemático, no solo como le sucede a una Europa totalmente subordinada a Washington –“satelizada” como lo estuvieron los países comunistas a la URSS durante la Guerra Fría– sino que además, y para nuestra mala suerte, Grosfoguel hizo el pronóstico, en esta entrevista hecha hace unos tres años, que el imperio se agarraría “como gato boca-arriba” a nuestro subcontinente, que ha sido desde los tiempos posindependencias su tradicional “traspatio”.
Pues bien, como lo estamos comprobando eso es justamente lo que está pasando ahora mismo. En efecto, veamos las cosas que ha hecho Trump en estos últimos días: ha amenazado a los electores argentinos con hundirlos en la inflación –utilizando al FMI y a la enorme deuda que Argentina le tiene– chantajeándolos para que voten por Milei; impone aranceles del 50% a Brasil por haber seguido juicio y encarcelado a su amigo, el expresidente Bolsonaro; “desertificó” a Gustavo Petro acusándolo de una ridícula complicidad con el narcotráfico para inducir el voto contra el candidato del Pacto Histórico, Iván Cepeda, en las elecciones del año entrante; ha ayudado a la derecha mexicana en la organización de manifestaciones de protesta contra la presidenta Claudia Sheinbaum; pretende ignorar que el Ecuador de Noboa se ha convertido en el principal puente sudamericano del narcotráfico y, de manera inverosímil, acusa a Nicolás Maduro de ser el jefe de un inexistente “Cártel de los Soles” tratando de justificar sus amenazas de invasión y, lo que es peor, las ejecuciones extrajudiciales en el mar Caribe destruyendo supuestas lanchas de narcotraficantes. Esto último es particularmente deplorable no solo por la utilización de medios militares desmesurados (pequeños misiles de corto alcance, según parece ) sino porque se violan todas las normas del derecho internacional al extremo que un almirante, jefe del Comando Sur, renunció a su cargo y, como ya se ha comprobado en varios casos, los asesinados eran inocentes pescadores.
Y el colmo de ese intervencionismo contrario a todo orden internacional “basado en reglas” como les encanta decir a los occidentales, es que las reglas de la aviación han quedado desconocidas totalmente ante el último desplante de Trump: ¡prohibir el ingreso de todo tipo de vuelos a Venezuela! Ante la inutilidad de las sanciones “normales” –que, no obstante, han obligado a millones de venezolanos a abandonar su país– esto último es realmente inaudito. Y más aún lo es el ensordecedor silencio de los gobiernos europeos, que se dicen muy respetuosos de ese orden internacional basado en reglas no solo ante semejantes prohibiciones contra la libertad de navegación aérea sino, peor aún, ante los crímenes de lesa humanidad cometidos contra los tripulantes de la navegación marítima en aguas del Caribe.
Pero lo más escandaloso es la más reciente intervención de Washington en los asuntos internos de países latinoamericanos, pues para favorecer el triunfo del candidato del partido nacional hondureño, de extrema derecha, indultó a Juan Orlando Hernández (JOH) cuyo hermano y él mismo cumplían condena por narcotráfico en Estados Unidos. O sea, el inquilino de la Casa Blanca acusa al presidente de Venezuela de narcotraficante –como pretexto para apoderarse de las mayores reservas de petróleo del mundo y promover el cambio de régimen en Caracas– al mismo tiempo que libera a un convicto de esos delitos que cumplía condena en las cárceles estadounidenses con el fin de favorecer el triunfo del candidato del partido de JOH en Tegucigalpa. Así que resulta ser que, para desgracia nuestra, la doctrina Monroe (“América para los americanos”) se está actualizando como doctrina “Donroe” bajo la conducción del “talibán” antiprogresista Marco Rubio desde el Departamento de Estado. Aunque se trate de “patadas de ahogado” de un Imperio decadente y sea poco probable que en Caracas ocurra lo mismo que sucedió en nuestro país en 1954 –el ejército de Venezuela no puede compararse al guatemalteco de aquellos años– el daño que aún puede causar Trump en los tres años que aún le quedan en la Casa Blanca es considerable. Los gobiernos progresistas de la región deberían planificar una estrategia común para enfrentar estas ominosas amenazas.
Afinoganova mencionó también una entrevista de Ackerman a Manuel Castells, para quien lo que estamos viviendo es una verdadera batalla por la construcción de nuevos significados sociales mucho más que entre las tradicionales izquierdas y derechas. Por esa razón aunque partidos como el PSOE español se digan de izquierda habría que juzgarlo a partir de sus políticas reales: si al igual que casi todos los gobiernos europeos le da prioridad al aumento del gasto en “defensa” –obedeciendo las órdenes de Trump de incrementar tales gastos hasta el 5% del PIB– por encima del gasto en salud, educación, infraestructura o medio ambiente, entonces existe una visión normalizadora de la violencia sea en relación con la guerra de Ucrania sea en relación al genocidio en Gaza y de ninguna manera se le puede llamar “progresistas”. En realidad se trata de posiciones belicistas, de derecha. Y en América Latina sucede otro tanto porque el electorado ha hecho pagar caro, tanto en Argentina como en Bolivia el haber hecho gobierno sin cumplir los mandatos para los que fueron electos. Y como hemos visto, esto ha dado lugar al intervencionismo norteamericano “para llevar agua a su molino” que, afortunadamente, por ahora no se ha manifestado con medios militares, como ya ocurrió en Grenada y en Panamá en los años ochenta. Aun así, las acciones contra Venezuela podrían ir más allá de las sanciones y los desplantes criminales en el Caribe y esto a pesar de que Caracas ha logrado conformar una red de relaciones de cooperación y amistad con Rusia, China, Irán y cuenta ahora con una buena relación con Petro en la vecina Colombia. Y ha evidenciado no solo contar con considerable apoyo popular, sino también con unas fuerzas armadas con la preparación de sus tropas y el equipamiento suficiente para disuadir a potenciales invasores. De manera que esperemos que las amenazas de Trump no vayan más allá de ser “patadas de ahogado” de un Imperio en su ocaso.







