Si vis pacem para pacem, si quieres la paz, prepara la paz. Aunque parece fácil de comprender, pero en realidad no es fácil entender este tipo de postulados. No es tan sencillo pensar que el gobierno de un Estado – y menos aún el de una superpotencia nuclear como los Estados Unidos – piense de esa manera: si deseo la paz y detener una guerra (la de Ucrania, el genocidio en Gaza) debo actuar en consecuencia y preparar lo que debe hacerse para obtener la paz. En el caso de Ucrania habría que atender a las causa de esa guerra y entonces abordar dos asuntos centrales: 1) la neutralidad de Ucrania, porque encontrándose en la esfera de seguridad de Rusia, Ucrania no puede decidir hacerse miembro de una alianza militar como la OTAN porque es enemiga de Rusia. De la misma manera – planteando un ejemplo hipotético – México tampoco podría, por encontrarse en la esfera de seguridad de Estados Unidos, hacerse miembro de una alianza militar enemiga de la potencia del norte. Esta es una cuestión elemental y hasta de sentido común: la seguridad de un país no puede hacerse en detrimento de la de otro y menos aún si se trata de una gran potencia dotada de uno de los arsenales nucleares más grandes y destructivos del mundo; y 2) si grupos étnicos de un país determinado – como sucede en la región del Donbás ucraniano en donde la población es mayoritariamente de cultura e idioma ruso – ve limitados sus derechos culturales es legítimo que el país al cual pertenece dicha población la proteja porque la población es más importante que el territorio como componente de cualquier Estado.
Los derechos humanos (en este caso los culturales que garantiza el pacto de Naciones Unidas de 1966) son mucho más importantes que la cuestión territorial porque el ejercicio del derecho de libre determinación está por encima del principio de integridad territorial. Y si el acuerdo de paz de Minsk del 2015 (en el cual fueron mediadores Francia y Alemania) no se cumplió y tampoco se dieron garantías a la población rusa del Donbás de que no se violarían sus derechos humanos, entonces Rusia tuvo motivos suficientes para la intervención militar del 2022 y la anexión de esos territorios. Ningún acuerdo de paz puede hacerse sin que se consideren estas dos causas del conflicto armado. Putin lo dijo con claridad a Trump cuando este último intentó lograr un alto al fuego desde el inicio de su mandato, y – aparentemente – así lo habría entendido cuando después de la cumbre de Alaska admitió que no se podía hacer un alto al fuego sin antes abordar las causas del conflicto.
Pero como suele ocurrir en el caso de este díscolo inquilino de la Casa Blanca, la reunión Budapest se suspendió por alguna de sus rabietas habituales y todo se vino abajo. Claramente, Trump no comprende esta idea de que, cuando se quiere la paz hay que prepararla y que esto implica abordar las causas del conflicto. El otro gran conflicto con el que el señor del pelo amarrillo tiene que ver es el de Israel/Palestina. Como todo el mundo sabe, las causas de ese conflicto radican en el hecho que cuando las Naciones Unidas decidió la creación del Estado de Israel en compensación por el holocausto sufrido por el pueblo judío durante la Segunda Guerra Mundial a manos de los nazis y sus colaboradores en toda Europa, también se decidió que se debería establecer un Estado para los habitantes árabes de Palestina, algo que hasta la fecha no solo no se ha cumplido sino que el escaso territorio que poseen estos últimos en Cisjordania se encuentra ocupado en buena parte por asentamientos de colonos israelíes y en la franja de Gaza, ahora bajo escombros y con su población entera víctima de bombardeos y ataques que constituyen un verdadero genocidio. En consecuencia, la ausencia de un territorio al igual que la ausencia de un gobierno digno de ese nombre, no permiten afirmar que exista el Estado Palestino, el cual, sin embargo, recientemente ha sido reconocido no solo por Guatemala sino hasta por países como España y Francia. No obstante, es claro que al no tener ni territorio ni gobierno el Estado Palestino es una ficción. De modo que el mal llamado “plan de Paz” de Trump (por el que quería que le dieran el Premio Nobel) no merece ser llamado plan de paz. Es solo un alto al fuego, que con todo y sus violaciones constantes por parte de Israel por lo menos permite disminuir la matanza cotidiana, pero de ninguna manera garantiza la paz – el cese de la guerra – en el mediano y largo plazo.
Un alto al fuego supone solo dejar de matarse entre sí, dejar de disparar. Por lo general es algo que dura poco y, obviamente, no pone fin al conflicto. De modo que el cese de hostilidades solo significa que se produce una pausa o tregua en el conflicto, el cual aunque se detenga por unos días no supone el fin de la guerra. En el fondo, tanto Netanyahu como Trump en realidad están pensando en el postulado contrario al que hemos mencionado al principio de este artículo: si vis pacem, para bellum: si quieres la paz, prepara la guerra. Y tan el presidente norteamericano piensa que el Imperio debe prepararse para la guerra que, en violación de la prohibición de la guerra como instrumento de política exterior establecida por la Carta de Naciones Unidas le cambió el nombre a la Secretaría de la Defensa de su país por el de Secretaría de la Guerra.
Esto último (prepararse para la guerra) es la lógica de los guerreristas desde tiempos inmemoriales. Para tener paz, dicen, hay que armarse hasta los dientes y preparar la guerra, a fin de “disuadir” a todo enemigo potencial de cualquier ataque. El colmo de la idea de la disuasión concierne a la cuestión nuclear. Las dos superpotencias se dotaron de un impresionante arsenal atómico supuestamente para “disuadir” a sus enemigos desde los tiempos de la guerra fría. Por cierto, en una película reciente Katherine Bigelow (la directora del film sobre la captura y ejecución extrajudicial de Bin Laden, lo mismo que ahora hace Trump contra lanchas de pescadores acusados de narcotraficantes en el mar Caribe) ilustra de qué manera el argumento de la disuasión puede llegar a ser insostenible. El film lleva por nombre “La Casa de Dinamita” dando a entender que el arsenal nuclear de las superpotencias equivale a eso, a una casa construida con dinamita, claramente destinada a explosionar, tarde o temprano. Por el contrario del “Day After” que describe la catástrofe después de una guerra nuclear, en esta película se examina lo que puede ocurrir en caso del lanzamiento de un misil contra Estados Unidos – de origen desconocido porque ni Rusia, China o Corea del Norte admiten haberlo lanzado – y como se ponen en marcha (en medio de un desconcierto y desorden generalizados) todos los protocolos para la respuesta contra las otras superpotencias. Al fallar la intercepción del misil (“algo muy difícil porque se trata de destruir una bala con otra bala” afirman los expertos) un presidente afrodescendiente ordena, muy a su pesar, el contra ataque que conducirá al mundo entero al holocausto nuclear: la alternativa es “la rendición o el suicidio” le asegura uno de los jefes del Pentágono. Pero bueno, lo cierto es que al señor Trump esos despistados parlamentarios noruegos bien podrían haberle otorgado el Premio Nobel de la Guerra. Lo merece mucho más que la señora Machado empeñada desde hace rato en pedir una intervención militar en su país para derrocar a su némesis, Nicolás Maduro.









