Una primera cuestión que deberíamos responder es si, en las actuales circunstancias, con un Trump que se cree “Emperador del Mundo”, que pasa por encima del derecho internacional constantemente, desconociendo olímpicamente lo que los occidentales dieron en llamar –en el pasado– “un orden basado en reglas” todavía existe. En efecto, sea porque el inquilino de la Casa Blanca anuncia sus intenciones de recuperar el canal de Panamá o de apoderarse de la isla de Groenlandia (bajo soberanía danesa) o impone arbitrariamente aranceles a países que van desde México o Canadá (ignorando las reglas del TLC) hasta la India, China, la Unión Europea o Brasil, o bien le cambia el nombre a la Secretaría de Defensa para llamarla “Secretaría de la Guerra” (ignorante de que la Carta de Naciones Unidas prohíbe la guerra) sin inmutarse tampoco por el apoyo cómplice que da al genocidio que los sionistas de Israel cometen contra la población palestina en Gaza o por su incumplida promesa de terminar con la guerra de Ucrania –y ello a pesar de la escenificación teatral de la cumbre de Alaska– al mismo tiempo que amenaza con atacar de nuevo a Irán o invadir Venezuela ejecutando extrajudicialmente a los tripulantes de lanchas en el mar Caribe (en lugar de detenerlos para comprobar si, efectivamente, transportan cocaína y en ese caso llevarles ante los tribunales como manda el derecho humano al debido proceso) para culminar con un pretendido “plan de paz” (en realidad un alto al fuego) que se impone sobre los palestinos so pena de aniquilarles totalmente obligándoles a aceptar una especie de virrey colonial (Tony Blair) para administrar lo que queda de la Franja de Gaza y de su población, la interrogante pertinente en realidad es ¿acaso todavía existe un orden internacional digno de ese nombre?
Pues bien mis estimados lectores, por extraño que les parezca, a pesar de lo antes expuesto la respuesta es afirmativa. Si, todavía existe un orden internacional porque sin él la guerra y el caos estarían ya a la orden del día en todas partes. Y probablemente como dijo en alguna ocasión Einstein refiriéndose a lo que podría ocurrir si personajes díscolos e irresponsables –como Trump– desataran la Tercera Guerra Mundial estaríamos –después del holocausto nuclear– combatiendo una cuarta guerra “con piedras y palos”. Pero afortunadamente, al menos no por ahora, ese no es ese el caso. Entonces: ¿qué tipo de orden tenemos? Todos los países del mundo que no son grandes potencias nucleares con derecho a veto y asiento permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas (China, Rusia, Estados Unidos, Francia y el Reino Unido), es decir, la gran mayoría de los miembros de Naciones Unidas (193 estados para ser exactos) aún se rigen por el derecho internacional. Incluso nuestro propio país, Guatemala, respetuosos de lo que manda la Carta de Naciones Unidas hemos llevado nuestra reclamación territorial contra Belice a la Corte Internacional de Justicia y estamos a la espera de un fallo de ese alto tribunal y de la misma manera, países como Sudáfrica –cuna del gran Nelson Mandela– llevaron el caso del genocidio que comete Israel en Gaza a ese alto tribunal internacional que todavía no emite su fallo, aunque la Corte Penal Internacional si haya emitido ya una orden de detención contra ese criminal de guerra de apellido Netanyahu. Y, en términos generales, sea para regular el comercio internacional las relaciones laborales, los derechos humanos, la salud, la cooperación, las finanzas y el sistema de pagos, la crisis climática y los compromisos de los gobiernos de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (basta con ver los autos eléctricos que ya circulan en todo el mundo incluyendo a Guatemala) o la promoción de energías renovables para sustituir a las que provienen de combustibles fósiles, los flujos migratorios y la movilidad humana en general o combatir al crimen transnacional garantizando mínimos de seguridad para todo ello la gran mayoría de naciones se atienen al derecho internacional y cumplen escrupulosamente con las reglas establecidas en los tratados internacionales de todo tipo.
O, dicho en otras palabras, las bravatas, berrinches y aspavientos del hombre del pelo amarillo se han quedado en eso (salvo en el Medio Oriente y en la esfera de seguridad rusa –como la llama Jeffrey Sachs– de Ucrania, lamentablemente). Pero la mayoría de los 193 miembros de Naciones Unidas se rigen por el derecho internacional en sus relaciones con otros Estados, no amenazan con guerras comerciales o militares y cooperan para resolver toda clase de problemas, desde los ecológicos hasta los migratorios pasando por los de salud, seguridad y un largo etcétera. De manera que sí, que podemos preguntarnos entonces por cuales son las características de ese orden mundial prevaleciente. Y la respuesta es que se trata de un orden multipolar, el cual frente a la prepotencia y la arrogancia imperial de unos Estados Unidos decadentes que aún pretenden mantener el unipolarismo y cierto grado de supremacía –como la llamó Brzezinski en su célebre obra sobre el gran tablero mundial de los años noventa– que prevaleció en los años posteriores a la caída de la Unión Soviética y del orden bipolar de la época de la Guerra Fría (1947-1991) han ido construyendo el orden multipolar que caracteriza el momento presente.
Y es que, efectivamente, desde los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica junto a los numerosos países que se han adherido a ellos desde las cumbres de Kazan y Brasilia) hasta la Asociación de Cooperación de Shanghái (ACS) que se reunió recientemente en Beijing pasando por la Unión Euroasiática y la iniciativa de la franja y de la ruta (la nueva ruta de la seda) o en general la conformación de polos de poder dentro de los cuales es absolutamente indudable que tanto Rusia como especialmente China son ahora superpotencias capaces de contrarrestar la pretendida hegemonía mundial del imperio norteamericano, la realidad demuestra ostensiblemente que el unipolarismo ya desapareció y que lo que realmente existe ahora es un reordenamiento multipolar de la esfera internacional. Y es precisamente debido a esos cambios que se producen las “patadas de ahogado” de un Trump deseoso de hacer de su país grande de nuevo (Make America Great Again o MAGA) cuando es evidente que retornar a esos años en los que se buscaba una hegemonía mundial ante el fin de la historia –como le llamó Fukuyama, ese descendiente de inmigrantes japoneses– es imposible, porque la historia no solo no terminó sino que reordenó el escenario internacional en detrimento, ciertamente, de quienes quisieran ser “grandes de nuevo”.
O bien, dicho en otras palabras, ese breve orden unipolar de los años del fin de la Guerra Fría que permitieron a un Bush hijo invadir a Irak derrocando a Sadam Hussein, intervenir en Afganistán durante más de veinte años para derrocar a los talibanes –aún en el poder en Kabul– o desatar el expansionismo de la OTAN convirtiendo a todos los países europeos en vasallos de Washington, esos años ya pasaron y no volverán. Estados Unidos deberá resignarse a ocupar el lugar que corresponde a todo país responsable y respetuoso del derecho internacional abandonando sus sueños imperiales. Ya no vivimos en la época de los imperios. La nueva era que se perfila en el horizonte es la de un orden mundial multipolar basado en el derecho internacional y en la cooperación internacional.