Según Vásquez Monterroso la heterarquía se puede definir como “una forma de organización que privilegia la interacción entre pares, que no asigna niveles –o estos, si existen, no son determinantes– y que coloca en un primer plano la colaboración, el diálogo, el consenso, por sobre la imposición, las órdenes o los privilegios heredados. Este sistema, más bien ‘constelativo’ que de niveles opera principalmente de forma horizontal tomando en cuenta todos los elementos constitutivos (las personas) como partes equivalentes, en lugar de considerar unos arriba de otros como en la jerarquía” (p.34) mientras que la jerarquía “rige prácticamente todas las relaciones de las personas o al menos aspectos de la vida de cada una de ellas (haciendo) referencia a un modo de organización que implica establecer validaciones previas que permiten obtener gradaciones o ‘niveles’ que, bajo diferentes criterios, organizan un sistema, en este caso uno social” (p.33) y, obviamente, opera de forma vertical (jefes y subalternos).

Sin embargo, aunque todas las sociedades humanas hayan sido jerárquicas en algún momento de la historia esto no significa que fuesen idénticas entre sí. Por eso Vásquez critica al “darwinismo social” que “sirvió para categorizar en una jerarquía universal a todas las sociedades”, una ideología que buscaba justificar la dominación del imperio británico que en ese entonces se encontraba en la cúspide de su poderío mundial durante el siglo XIX. El “darwinismo social” o sea el intento de aplicar la teoría evolutiva a la sociedad no es científico y no tiene nada que ver con la teoría de la evolución que se mueve en la esfera de la biología y de la paleontología. Por cierto, como ya hemos visto antes, las ideas sobre heterarquía/jerarquía de Vásquez Monterroso son coincidentes con los planteamientos de Graeber & Wengrow, los dos británicos autores del libro El Amanecer de todo. Una Nueva Historia de la Humanidad, publicado el 2022 en donde se alude a las formas de organización democráticas (hetarárquicas, horizontales) que tuvieron los pueblos nómadas prehistóricos, las cuales se combinaban con modalidades de organización jerárquicas  (autoritarias, verticales) según las estaciones del año.

Pero volviendo al libro de Vásquez Monterroso y a las formas de organización tipo Amaq’ (que reúne al calpul, chinamit o molam, que en terminología castellana equivalen a cantones o aldeas) sucede que estos tienden a ser heterárquicos precisamente en la medida que las formas más complejas de organización (proto-estatales, confederativas) como el Winak fueron desarticuladas por la invasión castellana del siglo XVI y como sostiene Vásquez “los modelos heterárquicos parecen ser más comunes en las sociedades ‘sin Estado’ ” fenómeno que explicaría la prevalencia de este tipo de organización entre los k’iche’ occidentales de Guatemala. O dicho de otra manera, los k’iche’ no llegaron a tener un Estado propio precisamente en la medida en que el Winak K’iche’ de Q’umarkaj (WKQ) fue disuelto como consecuencia de la invasión. También habría que tener claro que el modelo heterárquico no solo tiene prevalece en las comunidades indígenas de Guatemala pues en países como Suiza, que es una Confederación de Cantones, también tiende a predominar dicho sistema heterárquico, pues en ese país se practica un modelo de democracia directa solo comparable a la democracia comunitaria de los 48 Cantones. Vásquez Monterroso también menciona en su libro a la Confederación Helvética (el nombre oficial de Suiza) como un caso paradigmático de transformación histórica de una heterarquía “conjunto de pequeñas entidades de diferente origen etnolingüístico” (los 26 cantones están constituidos por grupos nacionales cuyos idiomas son el francés, alemán, italiano y romanche) formando una sola entidad estatal (la Confederación) que reparte los poderes entre los grupos constituyentes con grandes márgenes de autonomía, los cuales han sabido conservar el componente confederal dado que “los cantones y municipios tienen poderes de decisión federal bastante grandes y la incorporación o secesión de fracciones de cantones hacia otros es una moneda relativamente común entre los suizos, como el asistir a votar en consultas populares sobre temas variopintos múltiples al año” (p.35).

Por tales razones “el modelo suizo, a diferencia de los históricos intentos infructuosos de las elites guatemaltecas por crear un Estado y una nación centralizados, ha demostrado ser mucho más efectivo” y, dado que los modelos jerárquicos o heterárquicos puros no existen en la realidad, lo que permite distinguir cuando una sociedad es más heterárquica (o democrática, horizontal) y no más jerárquica (autoritaria) es, en última instancia,  una serie de elementos que le dan un matiz específico” dice Vásquez, dentro de ellos “ a) la centralización del poder político; b) el respeto a las diferencias culturales, territoriales y de organización dentro de la sociedad; c) el grado de participación en la toma de decisiones por parte de todos los miembros de la sociedad como un todo; d) la aceptación de las dinámicas de reordenamiento territorial que emanan ‘desde abajo’; y e) rotación del poder entre actores y movilidad social vertical” (p.35).

Evidentemente, los cinco elementos que menciona Vásquez Monterroso están presentes en el sistema comunal de gobierno (Tzul) –o “democracia comunitaria”– de los 48 Cantones. Por esa razón vale la pena que nosotros, los “ciudadanos no indígenas” de este país, nos preguntemos que motivos tuvieron estos dignos y ejemplares “ciudadanos indígenas” de Totonicapán para decidir llevar a cabo la impresionante movilización social del 2023 para defender la democracia representativa y el sistema electoral de un Estado – como el guatemalteco–  que en lugar de proveer los servicios sociales que la Constitución ordena reprime y criminaliza –como a Luis Pacheco– y, sin embargo, es beneficiario de la acción estos ciudadanos ki’che’s que resolvieron la crisis política del 2023.

O dicho en otras palabras, los ciudadanos indígenas que practican una democracia directa de estilo suizo (a escala local) muy superior a la democracia –supuestamente representativa y liberal– (a escala nacional) pero que no pasa de ser una mera “fachada” en la práctica política –levantaron los bastones “… de la lucha autonómica de los cantones…símbolo de una movilización muy organizada, ordenada, obediencial, que tiene su raíz al decidirse o acordarse en asambleas comunitarias, por lo que los alcaldes no tienen más remedio que ponerse al frente. Esto es lo que le aporta… un liderazgo, significado y una fuerza arrolladora a los pueblos indígenas” (Carlos Fredy Ochoa: El levantamiento de los Bastones, Prensa Comunitaria, octubre 11,2023). De manera que el Yakataj o levantamiento de los bastones, como dice Ochoa, fue la expresión de  “…unas cuatro mil personas (que) en su conjunto integran anualmente el cuerpo de autoridades de los 48 cantones…a quienes se les confía la coordinación municipal y responsabilidad sobre, i) la administración local de los bosques comunales, ii) del agua, iii) de la custodia de los bienes y orden público comunal; y no de último, iv) las alcaldías comunales a las que se les confía entre otras, la administración de su justicia propia comunitaria…cuando en Totonicapán se refieren a los alcaldes de los 48 Cantones están hablando de cientos de personas en servicio activo haciendo múltiples tareas, con independencia frente a las instituciones estatales”. Un levantamiento social democrático-comunitario hecho para defender los resultados electorales de una “democracia de fachada” fue “premiado” con cárcel para dos de sus principales dirigentes. Inaudito.

Sin embargo, la cuestión central que debemos preguntarnos concierne a las implicaciones que lo expuesto anteriormente tienen para la refundación del Estado. Marta Casaus ha dicho que vivimos en un Estado sin nación. Estoy de acuerdo porque la nación se construye a partir de una cosmovisión, cultura, orígenes históricos, idiomas, costumbres y territorio cuando estos son efectivamente compartidos por uno o varios pueblos y es claro que en Guatemala el pueblo maya, xincas y garífunas tienen todavía un largo trecho que recorrer para ser actores de pleno derecho al interior del Estado y, por ende, compartir en pie de igualdad con los mestizos los componentes de la nacionalidad. Por cierto, un claro indicador de esa exclusión del pueblo maya dentro de la “nación” guatemalteca es qué en la Constitución vigente, salvo la referencia racista ya mencionada en nuestro artículo anterior sobre la protección a los grupos étnicos, el pueblo maya brilla por su ausencia. Evidentemente entonces, para que los mayas, xincas y garífunas aparezca se requiere de una nueva Constitución, que, aunque no sea ninguna panacea (los casos ecuatoriano y boliviano lo demuestran fehacientemente) si es indispensable para hacerles justicia refundando al Estado de modo que el proceso de construcción nacional sea plural y diverso, como corresponde a la realidad de nuestro país.

Ya nos referimos a las propuestas sobre estos temas hechas por diversas organizaciones mayas que un Estado estructuralmente racista no se ha dignado responder. Por ello creemos que el logro de acuerdos básicos entre los diversos sectores sociales y los pueblos indígenas debe preceder cualquier actividad destinada a que el Congreso tome cartas en el asunto para llevar a cabo la convocatoria que corresponde. O sea, tales acuerdos básicos deben preceder, sine qua non, cualquier convocatoria de Asamblea Constituyente. Y como la concertación social que ello supone requiere tiempo también debe quedar desvinculada de las coyunturas electorales pues todo diálogo constitucional debería incluir, “… las formas de organización que los pueblos mayas bien pueden plantear, en sí mismas, la alternativa quizás más fuerte y de ‘quiebre’ al sistema actual. En términos históricos más largos, ello significaría retornar a formas de organización general anteriores a 1871, obviamente actualizadas a las dinámicas del presente. El ‘retorno’ en este caso, sería la convivencia de varias formas de organización territorial, política, económica y jurídica al interior de una misma entidad política general (el Estado de Guatemala y su territorio actual). Se trataría de una especie de komon amaq’ que no se restringiera solo a los k’iche’ occidentales o a otras regiones con grados de unificación similar, sino que abarcara todo el territorio guatemalteco” (pp.258-259) En nuestro próximo artículo veremos las implicaciones que estas importantes consideraciones de Vásquez Monterroso tienen para las deliberaciones acerca de la refundación del Estado.

Luis Alberto Padilla

Doctorado en ciencias sociales en la Universidad de Paris (Sorbona). Profesor en la Facultad de Derecho y en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos. Es diplomático de carrera y ha sido embajador en Naciones Unidas (Ginebra y Viena), La Haya, Moscú y Santiago de Chile

post author
Artículo anteriorXVII Cumbre del BRICS: hacia una Gobernanza más inclusiva y sostenible
Artículo siguienteCaso Filgua, el Presidente no cayó en la provocación