Seguramente los padres fundadores de la Unión Europea, gente como el luxemburgués Robert Schuman, el francés Jean Monnet, el alemán Konrad Adenauer, el italiano Alcide De Gasperi o el belga Paul Henri Spaak deben estar revolviéndose en su tumba al darse cuenta de la absoluta irresponsabilidad de los actuales dirigentes europeos especialmente Starmer y Merz, aunque Macron y otros como los polacos y los bálticos no se queden atrás.
Solo Viktor Orbán en Hungría y Robert Fico en Eslovaquia constituyen figuras de excepción. Todavía a finales de la década pasada, en mi libro sobre el Antropoceno, sostuve que la paz era el mayor logro de la UE en tanto que proceso de integración, entre otras razones porque nuevas guerras de alemanes y austriacos contra franceses y británicos – como la primera y segunda conflagración mundial del siglo pasado – eran poco probables. Y es posible que este logro se mantenga de manera permanente sobre todo si consideramos que Alemania y Francia han sido en buena medida los motores de un proceso de integración que ha tenido buenos resultados en el plano económico-social, por lo menos hasta antes de la crisis financiera del 2007-2008 y de la actual guerra de Ucrania.
El llamado brexit hizo que una Inglaterra descontenta con el pobre papel desempeñado en el proceso – dada su insularidad geopolítica – optara por abandonar la Unión, lo cual, sin embargo nunca implicó que dejara de injerirse en los asuntos del continente – como suelen llamarlo en Londres – y menos ahora mismo que, con la ayuda de Bruselas, han contribuido a “otanizar” una UE cada día menos integradora, más belicista y absolutamente desligada del proyecto original que se proponía el mantenimiento de la paz como objetivo central de su política exterior.
Por cierto, una distinguida profesora alemana, Ulrike Guérot – su apellido francés proviene del matrimonio con un diplomático francés, además de tener un doctorado en la Universidad de Münster y maestría de Science Po, trabajó en París con Jacques Delors y en la Universidad John Hopkins en Washington, con varios libros publicados – ha dicho en una reciente entrevista que Europa está destruyendo la democracia relatando de qué manera ciudadanos alemanes – por el delito de ser corresponsales de guerra en Rusia y describir de manera objetiva lo que sucede – han sido víctimas de sanciones y no pueden retornar a su propio país, algo que le ha ocurrido a ella misma – despedida de su trabajo en la Universidad de Bonn en 2023– por el “delito” de expresar en uno de sus libros una opinión disidente sobre las causas de la guerra en Ucrania.
Para que los lectores tengan una idea de la gravedad de este tipo de represión, es como si John Mearsheimer, Jeffrey Sachs o Stephen Walt hubiesen sido despedidos de las universidades de Chicago, Columbia o Harvard por haber discrepado de la línea oficial de pensamiento en los Estados Unidos. Pues bien, en su último libro Tiempos de Cambio (ZeitenWenden: Skizzen zur geistigen Situation der Gegenwart) la doctora Guérot busca hacer explicar los cambios ocurridos en la ideología alemana actual dividida entre los populistas de extrema derecha del AfD en la antigua Alemania oriental y los partidos SPD/CDU que, en la práctica han dejado de ser socialdemócratas o socialcristianos y se han reconvertido “en bloque” a un pensamiento conservador del establishment burocrático (y de sus empleos) por encima de todo, algo que también ha sucedido en la Gran Bretaña en donde tanto laboristas como tories tienen los mismos patrones de pensamiento. Y lo que es peor es que dicho pensamiento es esencialmente guerrerista: “Europa se refundó en torno al relato de no volver a hacer la guerra y ahora nos dicen que debemos unirnos en torno a ella… Europa como potencia pacificadora es necesaria en el este y en el sur, pero, lamentablemente, Europa está fracasando literalmente en ambos frentes. Europa es parcial, no está a favor de la paz, y eso destruye la idea europea y, en última instancia, a la propia Europa”, sostuvo Güero en una entrevista publicada por diario Red el año pasado.
A pesar de ello Guérot se niega a considerar todavía como fascistas a los movimientos de extrema derecha europeos, les llama populistas porque “…al capital, en última instancia, le da igual si hay fascismo o no, siempre y cuando no haya socialismo. Eso significa que la narrativa capitalista es compatible con la narrativa fascista.
El populismo, como en todas las épocas históricas, es instrumentalizado por el capital… (sin embargo) los acontecimientos bélicos actuales podrían empujarnos, quizás por tercera vez, a un orden social capitalista y fascista”. Sin embargo, aunque en el mediado plazo “una síntesis de socialismo y democracia como modelo de orden político” sea teóricamente posible, lo más probable es que la historia se repita y Europa termine de nuevo con gobiernos neofascistas.
¿Pero qué tiene que ver lo anterior con la irresponsabilidad guerrerista de esta dirigencia europea que ha dejado de ser liberal y que es, potencialmente, fascista? Resulta que el domingo pasado drones lanzados desde camiones civiles se acercaron lo suficiente a las bases de bombarderos estratégicos que pueden llevar ojivas nucleares hasta territorio de Estados Unidos y esos mismos que, si el Kremlin quisiera, ya hubiesen podido ser empleados para bombardear masivamente Kiev como pasó en Hamburgo y Dresde durante la Segunda Guerra Mundial.
Pues bien, los camiones se acercaron lo suficiente (una de las bases atacadas se encuentra en Múrmansk, un puerto sobre el mar blanco en el Océano Glaciar Ártico, hay que viajar miles de kilómetros para situarse en sus cercanías) como para lanzar drones desde el techo móvil de camiones de carga disfrazados como transportes civiles de modo que, según analistas militares, por lo menos 10 de estos bombarderos fueron destruidos. Para una flota aérea que tiene mucho más de un centenar de aviones el ataque sorpresivo no parecería ser muy grave, salvo por el valor simbólico, la incapacidad de los servicios de inteligencia rusos para preverlo y el efecto que buscaban: torpedear las conversaciones de paz entre Washington y Moscú, además de la algarabía propagandística que el ataque provocó en los medios de todo el mundo.
No obstante, el ataque si es grave si lo vemos desde el punto de vista de los tratados estratégicos sobre armas nucleares (especialmente el new START) porque en ellos se establece que los aviones deben estar al descubierto – tanto en Estados Unidos como en Rusia – porque sobre ellos hay vigilancia satelital y porque cualquier ataque sobre tales aeródromos implica una respuesta con armas nucleares de la potencia atacada. Por supuesto, bajo la cobertura de que los atacantes eran los ucranianos – bajo el control y dirección del MI6 británico – “teóricamente” se salva la responsabilidad del Pentágono, aunque como la preparación de los mismos se remonta a más de un año – durante la administración Biden – es imposible creer que la CIA no estaba al corriente.
Que no se lo hayan informado al presidente Trump es otra cosa – así se lo dijo él a Putin en conversación telefónica y Marco Rubio presentó condolencias a Lavrov por los ataques terroristas contra un tren en donde perdieron la vida civiles – y esto permite pensar que, al menos por ahora, la posibilidad de una respuesta nuclear rusa está diferida. Pero como cualquiera puede darse cuenta, la utilización de ese tipo de estratagemas no solo es contraria a los Convenios de Ginebra de 1949 – crimen de guerra en consecuencia – sino que los propios americanos deben haberse dado cuenta que ellos mismos son vulnerables a este tipo de ataques terroristas, razón por la cual no deben estar nada contentos.
El Kremlin pudo haber suspendido las negociaciones con los ucranianos en Estambul pero, conscientes que eso era ceder a la provocación, no lo hicieron. La reunión duró poco más de una hora y solo acordaron intercambio de prisioneros de guerra – incluidos los cadáveres de los fallecidos – pero claramente esas conversaciones no tienen futuro.
Sin embargo, el hecho que Putin haya querido creer en las explicaciones de Trump permite pensar que, por lo menos, los contactos diplomáticos Moscú/Washington se mantendrán abiertos. Algo es algo. Por supuesto, el mismo Trump confirmó que Putin le había advertido que habría una dura respuesta al ataque ucraniano ya que el gobierno ruso declaró que los ataques al sistema ferroviario en el que murieron civiles eran acciones terroristas y ello les obligaba a tratar a sus autores como tales. Por el bien de la paz mundial esperemos que la respuesta militar de Moscú sea proporcional al ataque sufrido, aunque desde ya suponemos quienes hayan planificado dicha “fuga hacia adelante”, incluyendo al propio Selenio y a sus lugartenientes harían bien en mantenerse en movimiento constante para evitar convertirse en blanco de alguno de los misiles supersónicos rusos.
Y esperemos que Merz recupere algo de lucidez y retire la autorización para la utilización de los cohetes Taurus alemanes contra blancos en territorio ruso ya que podría exponerse al mismo tipo de consecuencias. Veremos qué ocurre en los próximos días.