En nuestro anterior artículo vimos que la emergencia del pensamiento holístico fue una profunda revolución en la historia del pensamiento científico occidental basado –a partir de la edad moderna– en el viejo paradigma del dualismo cartesiano y del mecanicismo newtoniano, filosofías reduccionistas cuya principal carencia radica en el hecho de separar tajantemente espíritu y materia, mente y naturaleza, res cogitans, es decir al sujeto pensante visto como distinto y separado de la res extensa, es decir, de la realidad material/objetiva. Esta visión “materialista” es algo que contribuyó decisivamente no solo al desarrollo del sistema económico capitalista sino también a la errónea idea que, por ser los humanos distintos y superiores a la naturaleza, estábamos “autorizados” (por así decirlo) a explotarla y a servirnos de ella sin restricción alguna, lo cual terminó por provocar la crisis climática que vivimos actualmente porque en un planeta limitado no se puede crecer ilimitadamente. Hasta nuestro propio organismo así lo demuestra pues el crecimiento (en estatura) y el “desarrollo” se detienen en cierto momento y comienza el fenómeno inverso, el envejecimiento –la entropía de la segunda ley de la termodinámica– que tarde o temprano nos habrá de conducir a la muerte individual, porque la reproducción de la especie permitirá la supervivencia colectiva, a condición de que no continuemos depredando y contaminando –conforme al viejo paradigma– los ecosistemas naturales que nos proporcionan vida y sustento.
Frente al reduccionismo materialista el pensamiento o cosmovisión oriental (al igual que el pensamiento de los pueblos originarios en esta región del mundo), influido por filosofías como el budismo o el taoísmo, se caracteriza por haber sido siempre de naturaleza holística y es precisamente el libro de Fritjof Capra titulado El Tao de la Física quien así lo recordó en su momento, poniendo de relieve las profundas conexiones entre el misticismo y la física cuántica, para la cual los fenómenos carecen no solo de componentes intrínsecos (como lo cree el budismo) sino también, en esencia, de realidad “material” alguna. Esto significa que la naturaleza dual de la materia y de la luz es muy extraña porque parece imposible aceptar que algo pueda ser, al mismo tiempo, una partícula –una entidad confinada en un volumen microscópico– y una onda “inmaterial”, que se extiende por el espacio. Un electrón se manifiesta como partícula o como onda en diferentes situaciones lo cual implica que carece de toda propiedad “intrínseca” porque su naturaleza depende de la situación experimental en que se encuentre o, dicho de otra manera, del aparato en que este se vea obligado a interactuar. Por consiguiente, el llamado colapso de la función de onda significa que a escala subatómica las partículas no tienen masa material alguna pues son entidades abstractas no físicas (¿metafísicas?) y entonces, si toda materia se desvanece, lo realmente existente son solamente las múltiples conexiones microfísicas, las redes interconectadas de fenómenos que incluyen a los observadores, es decir a los científicos que las investigan en los aceleradores de partículas, como se hace en el famoso CERN de Ginebra, el Centro Europeo de Investigación Nuclear.
El sujeto pensante (la res cogitans cartesiana) forma parte pues de la res extensa, de la realidad material y ambas constituyen una totalidad indisoluble. Realidad subjetiva (la mente) y realidad objetiva (la materia) forman una sola y misma dimensión, inseparable de modo que el espíritu, la dimensión espiritual de lo existente viene a ser el equivalente de la iluminación de los budistas, la supraconsciencia universal de Manuel Sans Segarra, los campos cuánticos de Federico Faggin o el campo akásico y de la información de Ervin Laszlo. Las “cosas” materiales, tanto a escala universal como planetaria son, en última instancia, energía como lo postula la famosa ecuación de Einstein (E=MC2)l. La materia (la masa por la velocidad de la luz al cuadrado) se convierte en energía y esta última, conforme lo dice la primera ley de la termodinámica “ni se crea ni se destruye, solo se transforma”. En consecuencia, esta revolución paradigmática permite superar a la visión reduccionista y mecanicista de las ciencias clásicas introduciendo la metodología holística y contextual propia de la visión sistémica de la vida, concepción que ya debería ser predominante en la investigación científica, todavía supeditada al cartesianismo mecanicista como lo prueba el simple hecho que el conocimiento continúa siendo dividido en disciplinas especializadas que se estudian en facultades universitarias aisladas unas de otras y que difícilmente se comunican entre sí, algo que dificulta construir el conocimiento transdisciplinario requerido “para entender mejor las cosas”.
La necesidad de la inter y la transdisciplinariedad debería imponerse sobre la fragmentación y la separación universitarias porque hoy en día ya nadie niega la importancia de la ecología como ciencia multidisciplinaria que se ocupa del estudio del medio ambiente y de la necesidad de proteger nuestro entorno precisamente porque de él depende nuestra propia vida. Sin un apropiado entorno medioambiental para desenvolvernos no solo tendremos un “mal vivir” –opuesto al “Buen Vivir” de los pueblos indígenas– sino que además estamos poniendo en riesgo la supervivencia de homo sapiens en este planeta al cual somos recién llegados: ¡200,000 años apenas! –después del largo proceso evolutivo de los mamíferos iniciado después de la extinción de los ovíparos dinosaurios hace unos 65 millones de años– no son nada comparados con los miles de millones que tienen tanto la Tierra como el sistema solar. Y nuestras civilizaciones, datan de menos de 12,000 pues solo estamos en el siglo veinticinco de esta era cristiana. O sea que nuestra presencia en el planeta es frágil y lo sería aún más si la pudiésemos ver desde el punto de vista de Gaia, la Madre Tierra, nuestra casa común como la llamó el Papa Francisco en su Encíclica Laudato Si’: Sobre el Cuidado de Nuestra Casa Común (2015) porque ese es precisamente el significado de la palabra Oikos en griego: casa común, hogar. Ecología es pues el estudio de las relaciones que todos tenemos entre sí y con nuestro alojamiento terrestre que nos permite vivir gracias a las cadenas y ciclos alimenticios de las comunidades biológicas que se retroalimentan constantemente, así como al trabajo para tener sustento cotidiano.
A nivel macro, toda comunidad ecológica consiste en un conjunto de organismos interrelacionados en forma de red, de manera análoga a cómo, a nivel micro, todas las partículas constituyen también redes de partículas subatómicas. O dicho de otra manera, si nuestra atención pasa de los objetos macroscópicos del mundo físico de la biosfera planetaria a las partículas subatómicas del mundo microscópico, constataremos que allí tampoco hay “ladrillos aislados” que sostienen las estructuras, solo una compleja red de relaciones entre las partes que conforman el todo y que esas “relaciones” constituyen “comunidades ecosistémicas” que poseen una estructura en red la cual –dado que ninguna “red de relaciones” tiene consistencia material– posee una naturaleza abstracta equiparable al campo de la consciencia y por ende, espiritual. Conceptos como conectividad, interrelación y comunidad se captan a través de la consciencia que, como todos sabemos, no es ubicable físicamente en el cerebro. Es por ello que las ciencias ecológicas armonizan con tradiciones espirituales como el budismo o las cosmovisiones indígenas, al igual que con la religión, como lo muestra la Encíclica papal Laudato’ Si antes mencionada.
Hay que tener presente también que la concepción del universo como red interconectada de relaciones es dinámica, o sea que encuentra en movimiento constante y de allí su expansión en el espacio interestelar, desde el “big bang”, así como en los campos gravitatorio y electromagnético. La naturaleza ondulatoria de las partículas subatómicas se manifiesta en los fotones lumínicos que siempre están “viajando”, en movimiento, interacción y transformación, Y, por supuesto a escala macroscópica en la biosfera planetaria esto ocurre también porque todo sistema vivo – sea animal, planta, micro organismo celular o comunidades de organismos a escala social o ecosistémica es perpetua e inherentemente dinámico. Los sistemas vivos son además totalidades integradas cuyas propiedades no pueden reducirse a sus partes más pequeñas porque provienen de patrones de organización irreductibles y de allí se deriva el carácter esencialmente inter y transdisciplinario del pensamiento sistémico.
En última instancia debemos percatarnos que las “partes” no existen, puesto que lo que llamamos “parte” es en realidad una red inseparable de relaciones. Si lo que existe son redes de diferentes dimensiones que no son “medibles” entonces su conocimiento requiere de un “mapeo” que demanda una compleja metodología cualitativa expresada en ecuaciones no lineales. Las nuevas matemáticas de la complejidad son matemáticas de patrones visuales basados en un análisis cualitativo, no cuantitativo. El paradigma sistémico también implica un cambio de énfasis de las estructuras a los procesos ya que toda forma viviente es vista como manifestación de procesos subyacentes que van más allá de la configuración estática de sus componentes sincrónicos puesto que el continuo flujo de materia implica tanto crecimiento como decadencia (entropía), de allí que en biología entender un sistema vivo supone entender los procesos metabólicos así como los de regeneración y desarrollo. Como demostró Prigogine, esto se debe a las estructuras no disipativas que se mueven lejos del equilibrio.
También esta nueva visión paradigmática supone un cambio de la ontología a la epistemología. No es cuestión de establecer ninguna “verdad” atribuible al “ser esencial” de las cosas sino de comprender el proceso mismo del conocimiento pues como decía Heisenberg “no se trata de conocer a la naturaleza en si misma sino como ella queda expuesta a nuestro método de interrogarla”. Darse cuenta que la dimensión subjetiva siempre ha estado implícita en el método científico supone entonces pasar de las certidumbres cartesianas al conocimiento aproximativo y probabilístico propio de la física cuántica. Todas las teorías son siempre limitadas y aproximativas. Nunca tratamos con la verdad en el sentido que esta sea una exacta correspondencia entre nuestras descripciones y el fenómeno descrito (adequatio rei intellectus) sino que trabajamos en el marco de un conocimiento siempre limitado y aproximativo. En nuestros próximos artículos veremos como este paradigma se aplica tanto a la consciencia como a la espiritualidad y a la religión, así como a las ciencias sociales.