Luis Alberto Padilla

Doctorado en ciencias sociales en la Universidad de Paris (Sorbona). Profesor en la Facultad de Derecho y en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos. Es diplomático de carrera y ha sido embajador en Naciones Unidas (Ginebra y Viena), La Haya, Moscú y Santiago de Chile

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El que no conoce la historia está condenado a repetirla”, como dijo Santayana, o “el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra”, como reza el dicho popular. En la década de los 80 los Estados Unidos apoyaron a Osama Bin Laden para que combatiera contra  los rusos en Afganistán. Hombre rico de Arabia Saudita, Osama  era también un fanático religioso y fue útil a los americanos en su pelea contra los soviéticos durante la Guerra Fría, pero después, frustrado ante la influencia de Washington tanto en su propio país como en la región, organizó Al Qaeda y desató los ataques del 11 de septiembre. Washington invadió Afganistán para cobrarse venganza.  Sin embargo,  a pesar de haber finalmente atrapado y ejecutado extrajudicialmente a Bin Laden –  quien se encontraba escondido en Pakistán –  continuó su guerra contra los Talibanes hasta que Trump finalmente reconoció que era imposible derrotarlos (lo mismo que les sucedió en Vietnam en los años setenta), hizo una pantomima de negociaciones de paz en uno de los Emiratos del Golfo y le tocó a Biden la retirada sin gloria y con mucha pena, pues los Talibanes – que navegaron con bandera de “moderados”  durante las negociaciones – volvieron a las viejas prácticas de intolerancia religiosa y discriminación contra las mujeres, quienes no pueden trabajar ni estudiar  debiendo soportar el rigor de una vestimenta que oculta su cuerpo y rostro. La situación de los derechos humanos no puede ser peor en el Afganistán de hoy en día y, por supuesto, cualquier atisbo de democracia brilla por su ausencia. Más de veinte años de “guerra contra el terrorismo” no sirvieron absolutamente para nada.

En Irak ocurrió otro tanto, pues George W. Bush se empeñó en invadir ilegalmente a ese país en el 2003 bajo el falso pretexto que poseían “armas de destrucción masiva” y apadrinaban el terrorismo. Se ejecutó a Saddam Hussein – su antiguo aliado en la guerra contra el Irán de los ayatollahs –, se disolvió el ejército y se fragmentó al país. Actualmente Irak está dividido entre una zona norte rica en petróleo en la cual la etnia kurda (uno de los mayores pueblos sin Estado soberano propio en el Oriente Medio)  poseen un territorio con soberanía de facto, gracias a la protección de Washington, la cual reciben también los kurdos en los enclaves bajo su control en territorio sirio, algo que seguramente disgusta profundamente a Erdogan, pues para Turquía el PKK es una organización terrorista, pero claro, para Ankara oponerse al patrón de la OTAN es un lujo que no puede permitirse.  En cuanto al resto de Irak, los musulmanes chiítas – la  sh’ia del imam Alí que gobierna en Irán también –   son quienes se encuentran en el poder o sea que a Bush le salió “el tiro por la culata” porque ahora en Bagdad gobiernan los correligionarios de los gobernantes  de Teherán, algo que explica también por qué al alto mando militar iraní, el general Qasem Soleimani,  lo mató Trump (mediante un dron) el 3 de enero del 2020 cerca del aeropuerto en Bagdad cuando se dirigía a entrevistarse con el primer ministro iraquí Adil Abdul-Mahdi.   Mientras tanto los musulmanes sunitas – los ortodoxos que gobernaron Irak durante la época de Saddam – incluyendo a numerosos exoficiales y tropa  del desbandado ejército de Saddam que quedaron sin trabajo, estos se organizaron en el ISIS (Islamic State on Irak and Syria por sus siglas en inglés) “grupo terrorista” que, después de haber controlado ciudades importantes como Mosul ahora se ubican principalmente en la parte oriental de Siria, cerca de la zona que se auto adjudicaron los americanos para adueñarse de los pozos petroleros sirios e impedir que Assad pudiese beneficiarse con las exportaciones de hidrocarburos durante el conflicto, como si pudo hacerlo Saddam Hussein entre 1991 y 2003.

Divide ut impera es la regla que han aplicado los imperios siempre para reinar. Fragmentaron Yugoeslavia, Libia, Somalia, Sudan e Irak. Pretendieron hacerlo en Rusia – como lo confirma el famoso informe de la Rand Corporation Overextending and Unbalancing Russia (Estresar a Rusia – forzándola a sobreextenderse – y desequilibrarla)  de abril del 2019 – algo que es consecuencia tanto del golpe de 2014 en Ucrania como de la negativa de Washington a mantener la neutralidad de Kiev frente a la expansión de la OTAN. Ahora todo parece indicar que Estados Unidos continúa siguiendo la misma estrategia en el caso Siria, país que, por cierto, ya estaba incluido en ese mismo informe de la Rand en donde se mencionan acciones que van desde “proporcionar ayuda letal a Ucrania” hasta “aumentar el apoyo a los rebeldes sirios” , aunque el mismo documento admite que esto sería “peligroso para la lucha contra el terrorismo islámico radical, ya que podría suponer una mayor desestabilización de toda la región”(véase: https://es.linkedin.com/pulse/estresar-y-desequilibrar-rusia-informe-rand-2019-jorge-cachinero). De modo que frente a la incapacidad de Moscú de acudir en ayuda de un Assad en profunda crisis económica debido a las sanciones impuestas por los occidentales (se dice que los generales del ejército sirio estaban ganando el equivalente de 40 dólares mensuales) y frente a un Irán asediado por Israel no solo en su propia capital (recordemos que Ismail Haniye el líder de Hamas fue asesinado en Teherán) sino también en Líbano, en donde no les importó destruir un edificio entero para dar muerte a Hasán Nasralá el dirigente de Hezbolá, es evidente que la estrategia del imperio se inclinó por seguir los lineamientos generales propuestos por la Rand desde el 2019 también en el caso sirio, no solo contra Rusia.

Es claro que los dos conflictos desatados por Estados Unidos (el del Medio Oriente y el de Rusia) están conectados, por eso hay especulaciones de algunos analistas que conjeturan que un Trump que asume la presidencia en enero próximo ya pudo haber negociado secretamente con Putin para detener el conflicto en Ucrania a cambio de dejar a los islamistas radicales que tomaran el poder en Damasco sin resistencia alguna, pues el ejército sirio – extrañamente, hay quienes dicen desde que corrió dinero hasta que se ofreció asilo para altos oficiales del ejército – se negó a combatir. De modo que el grupo fundamentalista islámico Hayat Tahrir al Sham (HTS) comandado por Abu Mohamed Al Jawlani pudo llegar a un Damasco abandonado por Bashar Al Assad –ahora refugiado en Moscú – un extremista que ahora navega con bandera de moderado cuando es sabido que Estados Unidos ofrecía una recompensa de 10 millones de dólares por su cabeza.

Turquía – por supuesto – también se encuentra detrás de la caída del régimen de Assad. Con más de 3 millones de refugiados sirios en su territorio y contando con una milicia que opera bajo su control en territorio sirio, es seguro que deberá ejercer influencia sobre Damasco para su retorno y, probablemente, para que se mantengan las políticas “moderadas” de los islamistas, que seguramente están bajo la influencia contraria se pensó en el papel que deben estar jugando los protegidos de Arabia Saudita, los wahabitas. Pero como antigua colonia turca durante la época del Imperio Otomano los sirios están mucho más acostumbrados al dominio turco que al que podrían eventualmente ejercer los saudíes y, como Erdogan aspira a hacerse miembro de los BRICS, es probable que alguna negociación secreta ya haya tenido lugar con el movimiento ahora llamado “rebelde” (antes eran “terroristas”) no solo para permitirle a Moscú conservar su base militar en Tartús, vital como salida al Mediterráneo para la flota naval rusa sino para moderar a los wahabitas al interior de los ahora llamados “rebeldes”. También es probable que grupos religiosos como los alauitas y los drusos les sea permitido conservar algún enclave de poder autónomo gracias a la protección turca, similar al que los kurdos podrían conservar ya que como hemos mencionado, cuentan con la protección norteamericana, razón por la cual Erdogan no estaría en condiciones de oponerse a una OTAN de la que Ankara es miembro, hay que tener esto presente. Israel por su parte ya se encargó no solo de destruir depósitos de armamento y una base naval del ejército sirio,  también expandió su control de territorio sirio creando una “zona de amortiguamiento” debajo de las Alturas del Golán y ahora el ministro de defensa israelí anunció que sus tropas permanecerán en la cumbre del Monte Hermón – que con sus 2,814 metros es la cumbre más alta de Siria – “el tiempo que sea necesario”.

En síntesis, si vemos las cosas desde el punto de vista de la luz verde que Washington le dio a los islamistas radicales para tomar el poder en Damasco es probable (no deseable, por supuesto) que el patrón impuesto por los talibanes en Afganistán se repita. Sin embargo, Turquía puede ejercer una influencia moderadora sobre Al Jawlani para que esto no ocurra y esperemos que así sea. En cuanto a la fragmentación del país, indudablemente  será el lamentable destino de una Siria destinada a sufrir de facto el mismo destino que enfrentará Ucrania, y no solo porque la cuestión de la integridad territorial en la práctica debe ponerse en segundo lugar frente a las necesidades de una población con tan compleja diversidad étnica, religiosa y política, sino también porque en el escenario geopolítico mundial no se puede soslayar el interés de las grandes potencias (Estados Unidos y Rusia) así como el de las potencias regionales (Israel, Arabia Saudita e Irán). Pero, por de pronto, los grandes perdedores de lo que ha ocurrido en Siria serán, lamentablemente, los palestinos en Gaza y Hezbolá en Líbano.

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