Luis Alberto Padilla

Doctorado en ciencias sociales en la Universidad de Paris (Sorbona). Profesor en la Facultad de Derecho y en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos. Es diplomático de carrera y ha sido embajador en Naciones Unidas (Ginebra y Viena), La Haya, Moscú y Santiago de Chile

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En varios artículos anteriores me he referido a Emmanuel Todd, científico social francés que pronosticó el colapso del imperio soviético en los años 70 en su libro “La Caída Final” y ahora, en “La Derrota de Occidente” (2024), afirma que lo mismo ocurrirá con el imperio americano y sus satélites europeos de la OTAN, que  hasta ahora se han venido comportando en forma similar a la de los satélites de Moscú durante la Guerra Fría (con la notable excepción de Hungría). Sin embargo,  a pesar de tener más de 2 millones de personal militar (y de un 35% del gasto militar mundial)  además de las 200,000 tropas desplegadas en bases militares alrededor del mundo (solo en Alemania y en el Japón – las dos potencias derrotadas en la Segunda Guerra Mundial – hay más de 50,000 soldados americanos estacionados permanentemente) este poderío no permite al Pentágono asegurar una hegemonía mundial: fueron derrotados en Vietnam, Afganistán y en Irak después de la aventura de Bush en el 2003 ahora tenemos a  correligionarios de los iraníes gobernando en Bagdad. La guerra de Ucrania – consecuencia del intento de expandir la OTAN al traspatio del oso ruso – va de mal en peor de modo que, con el retorno de Trump a la Casa Blanca –  según el Washington Post –  ya este habló con Putin para examinar los medios de ponerle fin, ya que  es evidente que la geoestrategia  americana reorientará sus acciones hacia el Asia Pacífico y contra China. No sabemos hasta qué punto Trump estará en condiciones de hacer que el complejo militar industrial (el gran beneficiario económico de la confrontación con Rusia) se comporte dócilmente,  porque a diferencia de Putin o de Xi el próximo inquilino de la Casa Blanca tendrá que lidiar con ese deep state oligárquico que realmente decide las cuestiones de alta política – como la guerra y la paz –  pero es indudable que el autoritarismo de Trump probablemente prevalezca. Y esto nos lleva a plantearnos la interrogante acerca de si una “democracia autoritaria” es posible en Estados Unidos.  

En efecto, aunque se celebren elecciones periódicas es claro que la Rusia de Putin, la Turquía de Erdogan, la India de Narendra Modi, el Israel de Netanyahu, la Hungría de Orbán o el Irán de Jamenei son democracias autoritarias en la medida que sus líderes no tienen que rendirle cuentas a ningún “poder detrás del trono” oligárquico. Aquí en nuestro propio hemisferio países como El Salvador, Nicaragua o Venezuela  son claramente regímenes autoritarios aunque – obviamente –  hay una diferencia en cuanto a la legitimidad de los gobernantes, pues Bukele ha accedido al poder gracias a un proceso electoral libre, cosa que no puede decirse ni de Ortega ni de Maduro: la oposición de Lula al ingreso de Venezuela y de Nicaragua a los BRICS fue resultado de tal situación.  

Y llegados a este punto conviene decir que en nuestro propio país bajo los gobiernos de Morales y Giammattei ese autoritarismo no dejaba lugar a dudas. No obstante, las dos vueltas electorales del año pasado otorgaron plena legitimidad a los ganadores de modo que nuestra frágil democracia está recuperándose gracias a un presidente democráticamente electo que, aunque mantenga una difícil relación con los diputados en el Congreso y los magistrados en las Cortes tanto su legalidad como su legitimidad son incuestionables. Por cierto, si quisiéramos analizar el subcontinente con base en las categorías de Todd, tendríamos que aceptar que países como Argentina, Brasil, Chile, Bolivia, Colombia, Honduras, Panamá, Paraguay o Ecuador continúan siendo más “oligárquico liberales”  que otra cosa – a pesar de las diferencias ideológicas de sus gobernantes –  incluyendo al Perú en dónde, de manera curiosa el parlamento es quien tiene la sartén por el mango. Uruguay o Costa Rica, nos parecen lo más cercano que tenemos en América Latina a lo que podrían ser democracias liberales en sentido clásico.  De manera que en términos generales podríamos decir que las democracias latinoamericanas son más bien “híbridas” (oligárquico-liberales) pero no “autoritarias” –   en el sentido de Todd –  porque en mayor o menor grado, para bien o para mal,  la independencia de poderes funciona. Por cierto, es interesante recordar que México fue una democracia autoritaria durante los 70 años de reinado del PRI. Actualmente, los críticos de la reforma judicial (que permitirá la elección popular de las Cortes) aseguran que esto podría traer como consecuencia el control del ejecutivo sobre el judicial, aunque no nos parece que la presidenta Claudia Sheinbaum posea ese tipo de veleidades autoritarias.   

Sin embargo, volviendo a la interrogante del título de este artículo, conviene preguntarse si existe el riesgo de que Trump establezca una “democracia autoritaria” en Estados Unidos.  No cabe duda que por su misma personalidad – no hay que olvidar el intento de golpe de Estado de enero del 2021 cuando sus huestes atacaron el Capitolio alegando un fraude inexistente –  a Trump le encantaría hacerlo, así como la permanencia indefinida de los republicanos en la Casa Blanca. Que pueda alcanzar tales objetivos es otro cantar. Veremos cuan sólidas son las instituciones de esa democracia cuyos orígenes son anteriores a la revolución francesa. Trump, al igual que Bukele, posee la legitimidad para intentarlo. Una Corte Suprema en extremo conservadora cuyos jueces ya han dicho que durante su presidencia gozará de inmunidad por cualquier delito que haya cometido o por el que se encuentre procesado, es algo que no constituye una buena señal. Pero se trata de jueces vitalicios que ya en el 2020 le dijeron a Trump que en las elecciones en las que Biden resultó ganador no hubo fraude. También los republicanos podrían tener el control de ambas cámaras del Congreso. De manera que,  aunque sea ominoso –   tal vez exagerado porque no estamos frente a fascistas o neonazis a pesar de que Trump tenga ese tipo de gente dentro de sus seguidores –  comparar el año 2025 con el horrible 1933 en el que Hitler ganó las elecciones de Alemania instaurando el Tercer Reich, nos parece pertinente concluir señalando que más le valdría a la ciudadanía de ese gran país del norte involucrarse en  ejercicios permanentes  de democracia participativa  librando las luchas ciudadanas que sean necesarias para evitar que Trump establezca una “democracia autoritaria”.  Y tampoco debemos olvidar la parte difícil que tocará jugar a nuestros países porque es indudable que la preocupación por la democracia y la salvaguarda de los derechos humanos no estará dentro  las prioridades de la agenda del Departamento de Estado y menos aún  con Marco Rubio como encargado de la política exterior. Mucho deberán hacer los países del Sur Global –  y especialmente el canciller Martínez aquí en Guatemala –  para  proteger los derechos humanos de nuestros esforzados trabajadores migrantes que  mantienen a flote nuestra economía con sus veinte mil millones de dólares de remesas anuales. 

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