Hace poco falleció Alfonso Ortiz Sobalvarro. Gran amigo y compañero de montaña, fundador y varias veces presidente del Club Andino de Guatemala. Con él, Roberto Monsanto y Luis Eduardo Rosada ascendimos al Mont Blanc, la máxima cumbre de los Alpes hace ya más de cincuenta años. En aquellos años (verano de 1973) estudiaba un doctorado en La Sorbona, así que me uní a la expedición que había sido organizada por Poncho y Roberto en Guatemala. Luis Rosada ya se había graduado de médico en España y trabajaba en un hospital de Zaragoza, así que se unió a la expedición viajando desde allá. Roberto contrató un guía en Chamonix y nosotros nos “pegamos” al guía pues, aunque ya había estado una vez en la montaña, no había logrado hacer cumbre. Fuimos por la ruta normal, la cual, sin embargo, tiene sus dificultades porque el ascenso al refugio del Gouter se hace por una pared rocosa. Ya con Roberto habíamos escalado el Monte Aconcagua en la primera expedición guatemalteca a la que es la cumbre más alta del continente americano, junto a Carlos Prahl, Jorge Baca y Pedro Maury, todos ellos ya fallecidos.
Poncho tenía en su haber la cumbre del Chimborazo en Ecuador y, por supuesto, todos habíamos escalado antes los volcanes nevados mexicanos: el Iztaccíhuatl, el Popocatépetl y el Pico de Orizaba. Una fotografía de cumbre con la bandera de Guatemala en las paredes de mi casa me trae a la memoria los gloriosos días del Mont Blanc, ahora junto a las fotografías de otras ascensiones en los Alpes, con mis hijos y Rodrigo, el hijo menor de Poncho, aunque todas ellas de fines de los noventa y principios de siglo, cuando aprovechando nuestra estadía en Ginebra, La Haya y Viena – desempeñando cargos diplomáticos – continuamos practicando alpinismo. Todavía recuerdo gratamente la celebración organizada en Chamonix a nuestro descenso de la montaña, gracias a la generosidad de Roberto quien, como correspondía, nos invitó a brindar con champagne. También con Poncho hicimos incontables ascensiones a los volcanes de Guatemala, así que los recuerdos de mi gran amigo en su mayor parte están ligados a la montaña y al placer de las innumerables ascensiones que hicimos.
Poncho fue además un gran profesional del derecho, de honorabilidad y reputación intachable. Como jurista tuvo oportunidad de asesorar al Ministerio de Cultura en los delicados temas del patrimonio cultural. Se hizo un gran experto en la legislación cultural de Guatemala y en múltiples ocasiones le tocó viajar para recuperar invaluables piezas de nuestro patrimonio cultural recuperadas en el extranjero. Visitaba con frecuencia París para asistir a las conferencias de la UNESCO de manera que tuvimos oportunidad de vernos varias veces durante nuestra estadía en las capitales europeas. Un lindísimo paisaje otoñal a orillas del Danubio es otra de las fotografías que me permite recordar esos días que, como diría Nietzche, uno desearía que tuviesen un “eterno retorno”.
La familia Ortiz Rímola tuvo la pena de perder a su hija Geraldina hace poco. Esto afectó a Poncho pues no hay cosa más dolorosa para cualquier familia que la pérdida de una hija o de un hijo. Sin embargo, tuvimos ocasión de compartir su alegría por el matrimonio de Rodrigo con Leslie Nanne en una de las últimas ocasiones festivas en que nos vimos en los meses recientes, antes de enfermar. Allí estuvo también otro gran amigo que se nos fue este año: Alfredo Mackenney. Reiteramos a Maria Lourdes, su esposa y a sus hijos David Alfonso y Rodrigo nuestras condolencias con un fuerte abrazo. Descansa en paz querido amigo.