Luis Alberto Padilla

Doctorado en ciencias sociales en la Universidad de Paris (Sorbona). Profesor en la Facultad de Derecho y en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos. Es diplomático de carrera y ha sido embajador en Naciones Unidas (Ginebra y Viena), La Haya, Moscú y Santiago de Chile

post author

A pesar de sus discrepancias – derecho internacional idealista versus equilibrio de poderes realista – en su  debate de hace 2 semanas All in Summit 2024 (que ya lleva 1.6 millones de vistas) si en algo coincidieron Jerry Sachs y John Mearsheimer es que ni Estados Unidos ni Irán, hasta ahora, han cedido a las múltiples provocaciones de Netanyahu (los asesinatos de Haniye y de Nasrala, el terrorismo estatal de los explosivos detonados a distancia en los aparatos de comunicación de Hezbolá así como la invasión del sur del Líbano)  que busca liquidar el programa nuclear de Teherán forzando a Washington a involucrarse en una guerra regional que podría convertirse en una guerra mundial en la cual la utilización de armamento nuclear es una probabilidad aterradora.

En este contexto, la propuesta para imponer la paz que hizo Sachs en dicho debate es extraordinariamente pertinente porque el verdadero peligro que enfrenta Estados Unidos en el momento presente no es que China adquiera hegemonía regional en la región del Asia Pacífico – como cree Mearsheimer – sino el peligro de una confrontación nuclear, algo en lo cual coincidimos con Sachs. En consecuencia, si recordamos que las dos únicas ocasiones en que la doctrina de la seguridad colectiva – cuyos principales promotores desde la creación de la Sociedad de Naciones en el tratado de Versalles de 1919 y posteriormente con el establecimiento de Naciones Unidas en 1945 fueron los presidentes Woodrow Wilson y Franklin D. Roosevelt –  se aplicó que fue en las guerras de Corea en los años 50 y en la guerra del Golfo contra Saddam Hussein en 1991, en donde tropas de Naciones Unidas bajo la conducción de los generales Douglas MacArthur y Colin Powell restablecieron el statu quo y la soberanía tanto de Corea del Sur como de Kuwait en el Golfo Pérsico de modo que el interrogante acerca de cómo imponer la paz en un conflicto como el del Medio Oriente es factible.

En otras palabras, si la imposición de la paz o peace enforcement  al amparo de los artículos 39, 42 y 43 del Capítulo VII de la Carta que facultan al Consejo de Seguridad  para emplear tropas a fin de terminar con un quebrantamiento de la paz es perfectamente posible  dado que todos los países del mundo – incluido Estados Unidos y los restantes miembros permanentes del Consejo o sea que no cabría esperar ningún veto – están de acuerdo con la idea que para lograr la paz hay que establecer dos Estados, uno judío y otro palestino,  conforme a las viejas resoluciones de Asamblea General 181 (II) y  194 (III)  que datan respectivamente de los años 1947 y 1949 pues habría que explorar esa salida, insistimos, como sugirió el profesor Sachs en el debate aludido.

Además, si hubiese quienes creyeran que el conflicto actual de Israel contra Hamás es esencialmente un conflicto armado interno (ese es nuestro punto de vista porque Israel controla tanto la franja de Gaza como Cisjordania o westbank  y, por consiguiente, se trata de  territorios palestinos ocupados) entonces, por ende, la intervención del Consejo de Seguridad se justificaría no solo para hacer que se cumpla la resolución que acoge “con beneplácito” el Plan para el Alto al Fuego en Gaza aprobada en junio pasado con 14 votos – incluyendo el de Estados Unidos  con la curiosa abstención de Rusia –  sino que también se podría invocar el derecho internacional humanitario con base en la muy apreciada (por los occidentales) doctrina de la “responsabilidad para proteger” (R2P) que busca prevenir el genocidio, crímenes de guerra, “limpiezas étnicas” y  crímenes de lesa humanidad con base en el derecho a intervenir cuando un Estado no cumple con el deber de proteger a su población de atrocidades masivas y violaciones al derecho humanitario establecido tanto en las Convenciones de Ginebra de 1949 y sus protocolos adicionales de 1977, como en el Convenio para la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio del año 1848. Dicha doctrina, por cierto, ya fue aplicada en Libia en el 2011 –  con base en la resolución de 1973 del Consejo de Seguridad –  con desastrosos resultados, aunque lo que nos interesa destacar aquí es que los países occidentales justificaron esa intervención de la OTAN que derrocó a Gadafi  como “humanitaria” , algo que, por cierto, también hizo Rusia para justificar su intervención militar en Georgia en el 2008, de manera que hay precedentes para actuar en una dirección que no solo es acorde con el derecho internacional sino que coincide con la doctrina occidental aunque – obviamente –  sea de esperar que no sería bien recibida por el gobierno de Netanyahu.

No obstante, al gobierno de Israel no le quedaría más remedio que aceptar el mandato del Consejo de Seguridad considerando que el principal contingente militar debería estar integrado principalmente por tropas de Estados Unidos. Sin embargo, tratándose de una operación militar de peace enforcement otros Estados deberán también  aportar sus tropas  incluyendo a miembros de la OTAN como Turquía, cuyo presidente se manifestó con vehemencia en la Asamblea General de Naciones Unidas contra Israel por el genocidio en Gaza.   Obviamente una de las principales funciones de tales tropas que  operarían bajo la bandera de Naciones Unidas sería el de mantener el alto al fuego ordenado por el Consejo de Seguridad negociando con las autoridades israelíes y palestinas no solo la liberación de los rehenes aún en manos de Hamas, el castigo de los crímenes de guerra que se hayan cometido – posiblemente por algún tribunal internacional establecido ad hoc –  sino también la delimitación de los territorios de ambos Estados, así como el debido reconocimiento de Palestina como miembro de la ONU  a fin de lograr un Acuerdo de Paz  dando satisfacción a todos los involucrados en el conflicto para garantizar una paz sostenible.

Por supuesto, como dijo uno de los participantes en el debate esta propuesta es algo que tendría que conocer como una de sus prioridades en materia de política exterior Kamala Harris suponiendo que fuese electa presidenta de Estados Unidos en noviembre próximo. No creemos que Trump, mucho más duro en su respaldo a Israel, le interesaría en lo más mínimo poner en marcha una propuesta como ésta, aunque sea probable que su simpatía por Putin le llevarán a  poner en marcha alguna negociación para terminar con la guerra en Ucrania.

Por supuesto, hay que tomar en cuenta que habrá una denodada oposición del deep state (la oligarquía liberal que realmente gobierna en el país del norte), bajo la influencia del poderoso lobby judío  – algo muy bien explicado en el famoso libro de Mearsheimer & Walt como recordó Sachs en el debate –  y que, por tanto, estos grupos van a oponerse enérgicamente, de modo que tendríamos que aceptar que se necesitará de un verdadero milagro para que los ancestros indios y africanos (el “inconsciente colectivo” como le llamaba Jung) iluminaran a la señora Harris a fin de tomar la decisión de terminar con la guerra optando por la paz y por el derecho internacional, algo del todo congruente, además, con el pensamiento y las acciones de esos dos grandes presidentes norteamericanos que fueron Woodrow Wilson y Franklin D. Roosevelt. Hay que hacer votos para que la Casa Blanca oriente su política exterior en esa dirección e Irán siga respondiendo en forma moderada las provocaciones. Lo que está en juego es nada más – y nada menos – que la extinción de la humanidad si sobreviene un holocausto nuclear porque si Netanyahu se sale con la suya y obliga a Estados Unidos a intervenir en una confrontación destinada a evitar que Irán se dote de armamento nuclear Rusia, China, Turquía, Irak, Siria, Arabia Saudita, Yemen y los países de la OTAN y la Unión Europea  se verán obligados a intervenir desatando la tercera guerra mundial, cuyo único beneficio sería – si es que quedan sobrevivientes, cosa poco probable – que no habría una cuarta guerra porque las próximas contiendas entre ellos serían – como dijo Einstein en alguna ocasión –   con palos y piedras.

Artículo anteriorLa oligarquía global se fortalece
Artículo siguienteMéxico: Claudia, PresidentA