“Voy a renombrar nuestros sistemas políticos que son descritos en los medios de comunicación, en las universidades y en los procesos electorales como democracias liberales occidentales que se enfrentan – por interpósita Ucrania – a la autocracia rusa. El adjetivo «liberal» agregado a «democracia» expresa la protección de las minorías que modera la fuerza de las mayorías. En el caso de Rusia, en donde hay un voto mayoritario que sostiene al gobierno, con todas las imperfecciones que tengan o lo que pueden sufrir las minorías, he conservado la idea de democracia pero he substituido «liberal» por «autoritario» como adjetivo calificativo. Por otra parte, en el caso de Occidente, el mal funcionamiento de la representación de las mayorías no permite que le sigamos llamando «democracia» pero nada impide que le sigamos llamando «liberal» porque la protección de las minorías se ha convertido en la obsesión de Occidente. Se piensa siempre en los oprimidos, en los negros y en los homosexuales aunque la minoría mejor protegida de Occidente es con toda seguridad la de los ricos, si bien estos solo constituyen el 1% de la población… Nuestras democracias liberales se han convertido entonces en «oligarquías liberales». El significado ideológico de la guerra cambia entonces. Presentado por el pensamiento dominante como la lucha de las democracias liberales de occidente contra la autocracia rusa, se trata en realidad de un enfrentamiento entre las «oligarquías» liberales de Occidente contra la democracia autoritaria rusa… Lo que está en juego es el enfrentamiento de dos sistemas opuestos desde el punto de vista ideológico, aunque esta contradicción no sea presentada de esa manera”. Lo anterior lo dice Todd en las páginas 150-151 del libro en el cual el autor francés pronostica la derrota occidental en esa guerra que la OTAN libra contra Rusia en territorio ucraniano.
Para justificar su aserto Todd se refiere a la descomposición de las democracias liberales europeas y norteamericanas citando una buena cantidad de autores occidentales que han venido estudiando el fenómeno de la falta de representatividad parlamentaria tanto en Europa como en Estados Unidos – algo parecido a lo que ocurre en Guatemala en donde la mayoría de los diputados no representan a nadie, salvo a aquellos miembros de la oligarquía (o del crimen organizado) que han financiado sus campañas políticas – y esto explicaría el auge de movimientos de extrema derecha como el RN de Marine Le Pen en Francia, o el populismo de Trump en Estados Unidos, así como el AfD alemán, que acaba de tener triunfos electorales en las elecciones de los “lander” de Turingia y de Sajonia en donde también junto a Sarah Wagenknecht – al igual que pasó en Francia con el Frente Popular – los electores que se oponen al sometimiento derrotaron a la “coalición semáforo” que gobierna, integrada por los verdes, CDU y SPD. Por supuesto, como no se han dado cambios institucionales ni legales los sistemas políticos continúan siendo formalmente democracias liberales con parlamentos, elecciones periódicas y garantías para el ejercicio de las libertades individuales. Sin embargo, las costumbres democráticas “han desaparecido” y los estratos sociales beneficiarios de una educación superior que les permite ocupar los puestos de gobierno se creen también “intrínsecamente superiores” a las clases subalternas, algo que también explica porqué los trabajadores asalariados e incluso amplios sectores de las clases medias no se sienten representados en los parlamentos. Esta “nueva estratificación educativa dominante” provoca un disfuncionamiento de tipo oligárquico en las democracias liberales occidentales las cuales, a pesar de la celebración de comicios regulares, tienen gobiernos que distanciados del grueso de la ciudadanía, la cual es separada de la gestión económica, ve acrecentada la concentración de la riqueza con el consecuente incremento de la desigualdad social y la esperable frustración y descontento de las grandes mayorías de la población.
Lo anterior tiene una repercusión negativa en la esfera política, siendo algo que se ve agravado en la coyuntura bélica actual – de nuevo Europa llevando la guerra al mundo – porque en la práctica los dirigentes se han alineado obsecuentemente con los Estados Unidos, han prescindido de todo esfuerzo diplomático por encaminar negociaciones de paz (Boris Johnson se encargó de sabotear los acuerdos logrados al principio de la guerra en el 2022 gracias a la mediación turca) poniendo todos los esfuerzos políticos en apuntalar a una Ucrania llamada a combatir “hasta el último hombre” para la satisfacción de Úrsula von der Layen, Emmanuel Macron o Joe Biden. Actualmente las clases políticas occidentales carecen de una adecuada formación, nos dice Todd, son incompetentes y tienen una ideología anacrónica que les hace ver a Putin como una reencarnación de Stalin, dispuesta a apoderarse de Europa para reconstruir a la URSS, cuando los rusos no solo carecen de suficiente población para enfrentar a la OTAN, sino que siendo el país que posee el territorio más grande del mundo si algo no necesitan es expandir sus 17 millones de kilómetros cuadrados los cuales bastan y sobran para sus – relativamente – pocos habitantes (143 millones). Muy lejos estamos de los tiempos en que, a principios de siglo, un Jacques Chirac, presidente de Francia, un Gerhard Schröder, Canciller Federal Alemán junto a Vladimir Putin fijaron una postura unificada para oponerse a la guerra de Bush hijo contra Irak en 2003, votando en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas contra la aventura militar ilegal que llevó a los norteamericanos a apoderarse de ese país mesopotámico.
Ya en un artículo nuestro publicado por Eutopía – revista de la Universidad Rafael Landívar – hace poco hacíamos ver cómo desde los años 80 del siglo pasado Jürgen Habermas, el famoso filósofo de la teoría crítica, miembro prominente de la Escuela de Frankfurt, había destacado en sus dos tomos sobre la Teoría de la Acción Comunicativa (I Racionalidad de la Acción y racionalización social y II Crítica de la razón funcionalista) de qué manera la ausencia de una democracia participativa estaba dando lugar a una disfuncionalidad en la democracia europea provocando un déficit en la participación popular, así como un vacío social. También hacíamos ver que, al igual que la acción comunicativa para lograr acuerdos se requería de una profundización o “radicalización” de la democracia – como le llama Adela Cortina, la muy conocida filósofa española discípula de Habermas – que podría haber sacado de aprietos a los países europeos en lo que se refiere a esa disfuncionalidad que ha conducido al aparecimiento de las “oligarquías liberales” como las llama Todd . Nada se hizo y ahora los europeos están pagando las consecuencias, y otro tanto ocurre en Estados Unidos, con el agravante de que si no se logra poner fin a la guerra en Ucrania estamos corriendo el riesgo del estallido de una tercera guerra mundial la cual – de llegarse a combatir con armas nucleares – podría conducir al fin de la presencia del ser humano sobre este planeta. En consecuencia, no solo la crisis ecológica y de un capitalismo desbocado que se opone al desarrollo sostenible podría llevar a la humanidad a su extinción, también la guerra.