Luis Alberto Padilla

Doctorado en ciencias sociales en la Universidad de Paris (Sorbona). Profesor en la Facultad de Derecho y en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos. Es diplomático de carrera y ha sido embajador en Naciones Unidas (Ginebra y Viena), La Haya, Moscú y Santiago de Chile

post author

Por Luis Alberto Padilla

En anteriores artículos sobre la guerra de Ucrania hemos dicho que las grandes potencias no están sujetas al derecho internacional y que la causa de esta situación radica en el artículo 27 de la Carta de Naciones Unidas que establece que las decisiones del Consejo de Seguridad sobre cuestiones que no sean de procedimiento serán tomadas por el voto afirmativo de nueve miembros incluyendo los votos afirmativos de todos los miembros permanentes (recordemos que los países miembros del Consejo son quince, y que cinco de ellos – las grandes potencias nucleares Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Rusia y China, vencedores en la Segunda Guerra Mundial y fundadores de Naciones Unidas – son miembros permanentes). Se trata pues de otorgar a las grandes potencias no solo el famoso “derecho de veto” sino, en la práctica, de facto (no de iure) la facultad de ignorar, cuando les plazca, el derecho internacional público. Es lo que hizo Estados Unidos cuando Bush padre invadió Panamá en 1989 o cuando Bush hijo decidió invadir Irak en el 2003 y aún cuando Obama inició su política de cambio de régimen en Siria apoyando a rebeldes en la guerra civil de ese país, por citar algunos ejemplos. Y, por supuesto, es lo que ha hecho Rusia al declarar la anexión de los territorios del Donbás el pasado 30 de septiembre. En otras palabras, el artículo 27 de la Carta (que debe reformarse si queremos que las grandes potencias también se encuentren sujetas al derecho internacional) lo que hace es introducir el principio realista de equilibrio de poderes al interior de la Carta lo cual implica que cuando alguna potencia viola dicho principio y pretende establecer su hegemonía, estalla la guerra. Se confrontan aquí los dos grandes paradigmas de las relaciones internacionales: el idealismo (derecho internacional) frente al realismo de la política del poder.

Francia provocó las guerras napoleónicas cuando el emperador francés pretendió establecer su hegemonía en toda Europa. No fue sino hasta la Paz de Viena en 1815 que – con la derrota de Napoleón en Waterloo – se restableció el equilibrio y los europeos disfrutaron de un siglo de paz (relativa porque hubo algunos conflictos bélicos localizados como el de Crimea, la guerra franco-prusiana o las guerras balcánicas). En 1914 la Primera Guerra Mundial se inició cuando los dos grandes imperios alemanes (el austríaco y el prusiano) quisieron imponer su hegemonía, cosa que hubiesen logrado pero la intervención de la potencia naciente que era Estados Unidos lo impidió. El mal arreglo de Versalles en 1919 dio lugar al ascenso de Hitler en Alemania y esta potencia, de nuevo, rompió el equilibrio al intentar implantar su hegemonía no solo en Europa sino mundial, gracias al apoyo del Japón en el extremo oriente. El triunfo de la Unión Soviética y de Estados Unidos sobre los nazis no sólo permitió la fundación de Naciones Unidas sino que dio lugar al establecimiento de un orden bipolar en el marco de la guerra fría, hasta que en 1991 con el colapso de la URSS, la supremacía norteamericana se hizo indiscutible. Aunque no por mucho tiempo, la llegada de Putin al poder en Moscú, así como el fulgurante ascenso económico de China desde principios de siglo ha conducido al mundo a un orden multipolar que es precisamente al que Washington se opone en la actualidad. Por consiguiente, el expansionismo de la OTAN hacia el corazón de Eurasia (que desencadenó la guerra de Ucrania al romperse, otra vez, el equilibrio) responde más a los viejos sueños geopolíticos de un trasnochado Mackinder que a las realidades contemporáneas de la globalización y los procesos de integración regional, hacia cuya consolidación avanzan, inexorablemente, las relaciones internacionales. Por eso sostenemos que el viejo orden de Westfalia está en decadencia.

Pero como a Westfalia le llevará tiempo desaparecer, mientras esto ocurre hechos como la decisión del presidente ruso de anexionarse la región ucraniana del Donbás constituyen un desafío de considerables proporciones pues todo ataque a esos territorios sería visto ahora por los rusos como un ataque contra la misma Rusia y toda respuesta de ellos (aún la nuclear táctica) el Kremlin la podría presentar como defensiva. Por supuesto, tanto Kiev como Washington se apresuraron no solo a condenar la decisión rusa sino a declarar que no reconocerán dicha anexión. Zelenski pidió incluso un “fast track” para ser admitido en la OTAN, cosa improbable porque en ese caso la contienda armada dejaría de ser indirecta entre Washington y Moscú para transformarse en directa. Con todos los peligros que esto implica dado que ambos contendientes poseen armas nucleares. Y aún suponiendo que la utilización de estas últimas sea poco probable porque – aparte del carácter genocida que su utilización supone – la radiación afectaría también a los combatientes y civiles rusos. Por otra parte, entrar en guerra directa contra Rusia es algo que, sin duda, no entra dentro de los planes del Pentágono, que, sin duda, prefiere mantener a los ucranianos como “carne de cañón”. Sin embargo, algunos analistas aseguran que lo que buscaría Zelenski al pedir el ingreso a la OTAN mediante un procedimiento rápido es hacer público el compromiso de respaldo que la Casa Blanca les ha dado, incluso para atacar lo que ahora los rusos consideran como su propio territorio, un hecho ante el cual – si Putin llegara a utilizar misiles nucleares tácticos – desencadenaría el oprobio y la repulsa mundial así como, probablemente, un “cambio de régimen” en Moscú. Aunque, por supuesto – y es algo que en Washington seguramente no han evaluado con suficiente atención – nada permite pensar que cualquier substituto de Putin sería un “moderado” con quien se pudiese negociar de manera menos ardua el fin de la guerra. Podrían también llegar “halcones”.

Es fácil percatarse que cuando dos potencias nucleares se ponen a jugar con fuego de esa forma tan arriesgada nos están tomando como rehenes a todos los habitantes de este planeta. Al peligro de extinción por fenómenos naturales como el cambio climático debemos agregar ahora el peligro de extinción de la especie por un Armagedón atómico. Por eso no cabe duda que es indispensable que la comunidad internacional intervenga para apaciguar los ánimos urgentemente creando medidas de confianza, como ha sido propuesto por México ante la Asamblea General de Naciones Unidas al proponer la intervención del Vaticano y de la India algo que ya mencionamos en nuestro artículo anterior. Pero ante las dudas que la propuesta mexicana prospere, convendría que los propios europeos tomen cartas en el asunto y desvinculen la política europea de la política de Washington y de la OTAN que alimentan la conflagración. Convendría entonces que Francia y Alemania le hicieran caso a Ángela Merkel que ya se pronunció pidiendo la negociación de un Esquema de Seguridad Pan-Europeo con Rusia incluida. El mismo Putin pidió negociaciones con Ucrania después del anuncio de la anexión de los territorios del Donbás, a lo cual Zelenski respondió con una negativa rotunda. Algo tendrían que hacer entonces París y Berlín para convencer a Washington de no seguir echando leña al fuego y lograr, por lo menos, un alto al fuego entre los dos contendientes eslavos, al fin y al cabo “pueblos hermanos” desde los orígenes de los tiempos. Europa ha provocado ya dos grandes guerras mundiales, es hora que Olaf Scholz y Emmanuel Macron comprendan su enorme responsabilidad no sólo ante sus propios pueblos sino también ante la entera humanidad deteniendo cuanto antes esta guerra absurda. Que falta que hacen en Europa estadistas como Konrad Adenauer, Charles de Gaulle, François Miterrand o la misma Ángela Merkel.

Artículo anteriorInfraestructura, institucionalidad estatal y APP´s
Artículo siguienteCompras sin control