Por Luis Alberto Padilla
El triunfo de Gustavo Petro en Colombia (50.44% y 11,281,013 votos) sobre el populista de derecha Rodolfo Hernández (47.31% y 10,580,412 votos) no solo es signo de los tiempos (Boric en Chile, Lucho Arce en Bolivia, Pedro Castillo en Perú, Fernández en Argentina, Xiomara Castro en Honduras así como, a partir de octubre Lula en Brasil) sino que también configurará un eje progresista Santiago-La Paz-Brasilia-Bogotá que habrá de ejercer una influencia positiva en nuestra atribulada subregión centroamericana. En buena hora. De igual forma, hay que percatarse que los votos obtenidos por el primer candidato de izquierda que llega a la presidencia del país sudamericano implican que la ciudadanía reconoció la seriedad de las propuestas de Petro para superar la crisis social así como su capacidad y conocimientos. Y, sin lugar a dudas, el Pacto Histórico de las agrupaciones progresistas con el movimiento social del cual Francia Márquez – la vicepresidenta electa – constituye su mejor expresión, también fue un factor decisivo.
¿Pero qué puede esperarse de la llegada de Petro a la presidencia colombiana? Algunas cosas importantes se pueden deducir de su primer discurso, la noche del pasado domingo en Bogotá, en palabras que improvisó ante cientos de miles de sus seguidores, en las que hizo referencia a la construcción de la paz, la justicia social y la justicia ambiental como temas centrales de lo que será su gobierno. En lo que concierne a la paz, aparte del cumplimiento de los acuerdos con las FARC y de la necesidad de una negociación con la última guerrilla que subsiste en el país sudamericano (el ELN) el presidente electo tiene muy claro que para cumplir con su programa gubernativo conviene llegar a acuerdos con los sectores económicos que apoyaron a Hernández. A eso se debe la mención que hizo tanto del respeto a la propiedad privada como sobre el “desarrollo del capitalismo” así como a la necesidad de un “Acuerdo Nacional” para gobernar en beneficio de todos.
Sin embargo, enfatizó que las reivindicaciones de género y de los jóvenes que acudieron masivamente a votar por el candidato del Pacto Histórico deberán incorporarse a dicho Acuerdo, contribuyendo a garantizar que el respeto de los derechos fundamentales establecidos en la Constitución se conviertan en realidad, haciendo de ésta una “constitución viva” que se pueda “palpar y vivir todos los días en la plenitud de los derechos de la gente” a fin de lograr “una vida mejor”. El capitalismo extractivista basado en el petróleo y en el carbón – ambos insostenibles al igual que la cocaína – deberán sustituirse por políticas de industrialización basadas en una “economía del conocimiento” sustentada en las nuevas tecnologías así como en la creación de puestos de trabajo que faciliten un “reencuentro con la naturaleza” congruente con sus posiciones en relación al cambio climático. Mencionó también la importancia de la soberanía alimentaria y del fortalecimiento de la “economía popular”, “colaborativa”, mejorando la conectividad al internet, créditos a bajo interés, así como “espacios de autonomía para las comunidades indígenas” que permitan el desarrollo de su propia economía y cultura, todo ello en el marco del “pluralismo económico”.
Nada de que asustarse, nada que pueda compararse (como dijeron sus detractores en la campaña) con lo sucedido en Venezuela, entre otras razones porque la búsqueda de ese “Acuerdo Nacional” que involucre a la oposición supone negociaciones para llegar a entendimientos basados en el consenso. Algo que supone profundizar la democracia e ir más allá del mandato de las mayorías electorales. En efecto, Petro no solo conoce muy bien Colombia sino que se mantiene al tanto de las corrientes de pensamiento que hoy en día nutren a la izquierda latinoamericana. Por eso no es extraño que se inspire en ideas como las de David Choquehuanca (vicepresidente de Bolivia y destacado intelectual aymara) para quien profundizar la democracia conlleva negociaciones para arribar a consensos, además del voto de las mayorías. En efecto, en todo sistema democrático estas últimas subordinan a las minorías por lo cual poner en marcha lo que en la teoría crítica Jurgen Habermas ha llamado “acción comunicativa”, un procedimiento que – mediante el diálogo – permite llegar a acuerdos que convienen a todos, asegurando la paz social, la gobernabilidad (y se podría agregar al Buen Vivir de los pueblos originarios porque el filósofo alemán usa también el concepto “integridad del mundo de la vida” en sus obras). De manera que si la vida debe ser el valor más importante de la política, como dijo Petro (y dicen también Habermas y Choquehuanca), esta filosofía encaja perfectamente con la cosmovisión indígena. Así se explica que el futuro presidente colombiano haya cerrado este primer discurso profiriendo un “¡qué viva Colombia, potencia mundial de la vida!”. Solo si la vida es entendida desde una perspectiva holística y biocéntrica – abarcadora del planeta entero en tanto que superorganismo viviente – se puede ir más allá de la concepción antropocéntrica propia del socialismo o del crecimiento económico, obsesión del capitalismo. Es claro que para el próximo mandatario colombiano la cosmovisión indígena es fuente de inspiración, por eso sus planteamientos sobre “justicia ambiental” revelan la plena consciencia que tiene acerca de la gravedad de la crisis ecológica mundial, que a su vez es consecuencia de ese desequilibrio profundo que existe en la relación del ser humano con la naturaleza, proveniente de una ideología errónea (el neoliberalismo) que nos ha hecho creer que somos distintos y superiores a ella.
Por las mismas razones, cuando se refiere a la integración de nuestro subcontinente (Abya Yala) – que no solo es “latino” sino también amerindio y afroamericano – y propone al gobierno de Estados Unidos comenzar un verdadero diálogo “de las Américas” – sin exclusiones de ningún país o región – para ponernos de acuerdo, facilitando la transición energética a fin de reequilibrar nuestra relación con la naturaleza, el presidente electo sabe exactamente de lo que habla pues la naturaleza o “Pachamama” alude al “equilibrio” de los humanos en su relación con la Madre Tierra. Por eso Petro reitera la necesidad de ese diálogo continental con los Estados Unidos – en donde se emite la mayor proporción de gases efecto invernadero (GEI) – a fin de llegar a un entendimiento con nuestra América Latina (“resumen cósmico del planeta”) en donde la selva amazónica absorbe, como “esponja” buena parte del dióxido de carbono que contamina la atmósfera provocando el calentamiento global – a fin de acelerar el establecimiento de una economía descarbonizada o “economía de la vida”. Y de ese tema, así como del proceso de paz, conversaron ya con Antony Blinken cuando este le llamó para felicitarlo. Por eso Petro pidió también al “progresismo latinoamericano” dejar de pensar que es posible redistribuir riqueza o tener “futuro sustentable” alguno con base en los altos precios de los combustibles fósiles (como ocurre en Venezuela, México, Ecuador o Brasil) insistiendo en que hay que comenzar a descartarlos, descarbonizar la energía promoviendo “reformas agrarias” que conduzcan a la industrialización del subcontinente con base en la ciencia y en nuevas tecnologías que mantengan la armonía con la naturaleza y el Buen Vivir.