Por Luis Alberto Padilla
Habría que preguntarse si las tensiones geopolíticas globales, desatadas por el expansionismo de la OTAN hacia Eurasia, así como por la puesta en marcha de la geoestrategia del Pentágono hacia el “indo-pacífico”, destinada a contener a China en el sudeste asiático, el mar meridional de la China y Taiwán podrían abrir el camino hacia una alianza militar ruso-china. Hasta ahora ambos países han circunscrito su cooperación al marco de la Asociación de Shanghái y de los BRICS, pero la crisis de Ucrania así como la nueva alianza militar de Estados Unidos con Gran Bretaña y Australia AUKUS –que provocó la cólera de Francia al ver rescindido un jugoso contrato de venta de submarinos para Australia– podría encaminar la relación de ambas potencias hacia el terreno militar dados los intereses comunes en materia geopolítica.
En efecto, la reciente reunión del presidente Putin con su homólogo Xi Jinping con motivo de la inauguración de los Juegos Olímpicos de Invierno en Beijing duró más de tres horas y todo parece indicar que las cosas se encaminan en esa dirección si consideramos que ambos estuvieron de acuerdo en oponerse al AUKUS, a la necesidad de fortalecer el multilateralismo, consolidar el multipolarismo y oponerse al boicot de los Juegos Olímpicos que por razones políticas han venido impulsando las potencias occidentales. Además, en un artículo para Xinhua, la agencia de noticias de China, el presidente ruso se refirió al vigésimo aniversario del tratado de amistad y cooperación entre los dos países así como a que la “asociación estratégica integral” que mantienen entra en una nueva era, al notable incremento en las relaciones comerciales y en materia energética con el aumento en los suministros de gas y petróleo al igual que a la construcción de cuatro nuevas centrales nucleares en China con apoyo ruso. También mencionó la cooperación en materia espacial –destacando el proyecto para construir una estación espacial de investigación lunar– y de salud gracias a la producción de vacunas Sputnik en China, mencionó el desarrollo de Siberia gracias a la modernización del ferrocarril transiberiano “cuya capacidad aumentará una vez y media a través de mayores volúmenes de carga en tránsito y reducción del tiempo de transporte”, la infraestructura portuaria del Lejano Oriente ruso y “por supuesto la conservación de la naturaleza y de los ecosistemas compartidos” incluyendo la implementación de la agenda del cambio climático. Se refirió también a la importancia de coordinar la política exterior de ambas potencias dado el papel estabilizador que juegan en el “desafiante entorno internacional” así como para evitar que el sistema legal internacional “con la Carta de Naciones Unidas en su centro” se erosione. Terminó aludiendo a la importancia de la restauración de las cadenas de suministro globales en el marco de las reglas de la OMC y de la iniciativa de “corredores comerciales verdes”.
Obviamente, el acercamiento de Rusia a China hay que entenderlo en el marco de la gran estrategia geoeconómica de China que ha venido siendo llamada “la nueva ruta de la seda” porque no hay que olvidar que en plena Edad Media las caravanas de Marco Polo iniciaron las relaciones comerciales con China bajo ese nombre. Oficialmente denominada One Belt, One Road (OBOR) el proyecto chino permite llevar contenedores por vía terrestre –trenes rápidos– a Europa mucho más rápido que por vía marítima, y –por supuesto– gasoductos como el Nord Stream 2 que lleva petróleo siberiano a Alemania a través del Báltico –de alguna manera puede decirse que forman parte también de esta red de comunicaciones euroasiáticas que estaría a punto de desmoronarse si estalla la guerra entre Rusia y Estados Unidos. De modo que si la estrategia de ambos potencias para posicionar su presencia en Eurasia es esencialmente económica, resulta del todo incongruente que haya quienes –en Occidente– tengan la peregrina idea que estamos frente a un nuevo Munich, o sea frente a una situación parecida al “apaciguamiento” franco-británico de Hitler en 1938 después de su invasión a Checoeslovaquia que fue un fracaso. Es claro que en esto Rusia está a la defensiva, a pesar de todo el esfuerzo que los medios occidentales ponen en presentarlo como si estuviese a la ofensiva. Se ha llegado incluso a utilizar el término “agresión” cuando lo que hay es movilización de tropas en territorio ruso, sin mencionar que la instalación de misiles en Polonia y Rumania, las maniobras de la OTAN en el mar negro y en el báltico o la movilización de tropas norteamericanas estacionadas en Alemania hacia la frontera con Ucrania son también amenazas.
Entonces, como dice Jeffrey Sachs en un artículo reciente, así como Ucrania no tiene derecho a unirse a la OTAN tampoco Taiwán tiene derecho a su secesión de China declarándose independiente, porque en ambos casos la seguridad de las grandes potencias está en juego. Por eso coincidimos con Sachs cuando afirma que la política de una China y de descartar el ingreso de Ucrania a la OTAN son correctas ya que ninguna estructura global de paz puede ser estable y segura a no ser que se reconozcan los intereses de seguridad legítimos de todas las partes involucradas en el conflicto. Como el Presidente de Francia ha estado en contacto constante con el Presidente de Rusia y las negociaciones del cuarteto de Normandía están restablecidas, esperemos que el eje franco-alemán encuentre la fórmula para que Moscú y Kiev convengan en que la salida de la neutralidad es la mejor para todos. Y ojalá que Washington comprenda Beijing no va a renunciar jamás a Taiwán al igual que Moscú nunca lo hará con Crimea. La base naval rusa de Sebastopol no es negociable como dice Putin. La ruptura de ese delicado equilibrio geopolítico conduciría inevitablemente a la guerra. Es lo que dice el paradigma realista de las relaciones internacionales y en tales casos el derecho internacional, aunque nos pese decirlo, no es la fórmula para resolver tales conflictos.