El 4 de febrero de 1976, un sismo de gran magnitud dejó a Guatemala con 23 mil personas fallecidas, 76 mil heridos, más de 3,750,000 damnificados, entre daños a carreteras, edificios y viviendas alrededor del país y a la fecha, son muchos los recuerdos para cientos de personas. Foto: La Hora / Archivo

Hace 47 años, el 4 de febrero de 1976, Guatemala amaneció asolada por un brutal terremoto que no solo provocó enorme destrucción, sino que mató a miles de hombres, mujeres y niños. La situación era pavorosa desde todo punto de vista, pero lo primero que se pudo notar fue una actitud de los guatemaltecos que terminó siendo ejemplo para el mundo por la solidaridad mostrada por todos y cada uno de los que sobrevivieron a la tragedia.

Todos, tras asegurar a los suyos, emprendieron la titánica lucha de socorrer a los más necesitados.

Empezando por las tareas para rescatar a los que sobrevivían bajo los escombros de viviendas derribadas por el tremendo sismo que ocurrió a las 3:01 horas, sorprendiendo a millones que dormían tranquila y confiadamente. Debe mencionarse la capacidad de liderazgo de las autoridades, encabezadas por el presidente, general Kjell Laugerud, quien tras haber asumido después de unas elecciones fraudulentas, se legitimó por su actitud en esa emergencia. Encabezó el esfuerzo y garantizó que la ayuda no fuera objeto de la corrupción, ejemplar actitud que permitió el rápido desarrollo de obras.

Pero fue todo el pueblo, sin distinción de clases o condiciones económicas, el que se volcó a la reconstrucción y a la ayuda de quienes perdieron algún familiar. Empresas reconstruyeron determinados poblados o sectores, individuos aportaban víveres y suministros, mientras otros ponían su empeño físico en esa dolorosa reconstrucción. El dolor y sufrimiento fue compartido de tal manera que se mostró una actitud colectiva que fue el motor de ese largo y difícil proceso de empezar de nuevo.

Diferencias políticas y hasta enemistades quedaron a un lado porque el objetivo fue ayudar al que lo necesitaba, sin otro tipo de consideración. Y eso es algo que nos pintó ante el mundo como un pueblo diferente y capaz de grandes logros, al punto de que quienes venían del exterior a ayudar o a entregar sus aportes de variado tipo, se iban con la impresión de esa tremenda capacidad del chapín para trabajar unidos, de manera más que solidaria.

Hoy, cuando el terremoto de la corrupción nos hace tanto o más daño que aquel movimiento telúrico, ¿Dónde están aquellos chapines que supieron reaccionar cuando el país lo necesitaba? Tenemos que volver a ser lo que fuimos, a dar lo que tenemos para reconstruir, otra vez, a una patria destruida en la que anualmente hay muchos muertos y de donde nuestra gente huye a una migración que les ofrece oportunidades que aquí no hay. Como dijo Laugerud, “estamos heridos pero no de muerte” y es hora de levantarnos de nuevo.

Redacción La Hora

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