Por supuesto que un país como Guatemala necesita atraer inversionistas que, con sus empresas, no solo generen empleo, sino que contribuyan a dinamizar el clima de negocios en el país y, desde esa perspectiva, cualquier esfuerzo que se haga para promover y captar la atención de capitales extranjeros es encomiable. Sin embargo, debe reconocerse que tenemos muchas serias deficiencias que no nos hacen tan atractivos para empresas serias que, de entrada, necesitan un claro Estado de Derecho para garantizar su operación con base en ley.
No nos cansamos de señalar el caso de Terminal de Contenedores Quetzal porque ilustra lo que ocurre en el país cuando el derecho de llave para abrir un negocio se basa en un soborno. De entrada ello sería rechazado por inversionistas serios y honorables, dejando el campo abierto para los piratas que saben moverse en las sucias aguas de la corrupción, sabiendo que así pueden obtener mayores ventajas, sin tener que preocuparse por alguna competencia porque su garantía está en haber comprado la voluntad de las autoridades.
Si a ello agregamos el abandono de nuestra infraestructura y de las comunicaciones veremos que para cualquier tipo de inversión se vuelve muy difícil producir ganancias en un ambiente tan poco estimulante. Pensemos en una modesta inversión para un hotel en Antigua Guatemala, distante a poco más de cuarenta kilómetros de la capital, pero a donde llegar puede tomarle a cualquier automovilista tres horas atascado en el camino, lo que hace que un lugar de enorme atractivo turístico se vuelva inaccesible por el insoportable tráfico.
Pero lo fundamental es que cualquier inversionista serio necesita certeza jurídica para garantizar no solo el retorno del capital sino para asegurar sus ganancias. No puede estar sujeto al capricho de las autoridades que todo lo resuelven mediante sobornos ni se puede operar en un país donde el Sistema de Justicia está burda y descaradamente capturado, al punto de que sus más altas magistraturas ejercen los cargos cuando su mandato venció hace ya tantos años.
No nos podemos llamar a engaño creyendo que actividades de promoción en el extranjero van a atraer a personas honorables. Aquí nadie pasa sin saludar al rey (en este caso al jefe de jefes) y de eso pueden dar fe quienes invierten en el sector energético, en la minería, en los puertos o en cualquier otro giro de negocio porque, tristemente, ese saludo es lo que les asegura que, aunque haya oposición de la ciudadanía, podrán hacer micos y pericos con el beneplácito de las autoridades que han sido debidamente “aceitadas”.