Giammattei utiliza el indigenismo, que él considera perverso, reunió a un grupito de sacerdotes mayas y guías espirituales Ajq’ijab con la intención de sembrar la división entre los indígenas del país. Foto La Hora/José Orozco

Alejandro Giammattei se quejó con visitantes de la Fundación Heritage, vinculada al partido Republicano, por lo que él calificó como intento de derrocarlo de parte de Estados Unidos representados por la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo y el embajador William Popp, afirmando que están utilizando el “indigenismo” como elemento para dividir a la sociedad guatemalteca tratando de introducir “una versión del multiculturalismo que la administración (Biden) y sus aliados nacionales impulsan en Estados Unidos” cita textual de lo que dijo en español y que en realidad no se entiende, por lo que el trabajo de los traductores debe haber sido muy difícil puesto que cuesta hacer traducción de incoherencias.

Y justamente ayer, cuando se conoció la publicación del medio norteamericano Washington Examiner, resulta que es el mismo Giammattei quien utiliza el indigenismo, que él considera perverso, y logra reunir a un grupito de sacerdotes mayas y guías espirituales Ajq’ijab con la intención de sembrar la división entre los indígenas del país, como se pudo ver con el sólido rechazo que provocó esa invitación entre sacerdotes que afirman que no necesitan una credencial para realizar su ancestral función en el seno de las comunidades del país.

El multiculturalismo no es un invento de la administración Biden ni de los norteamericanos sino que es una realidad existente con la diversidad cultural que es inmensa y no se refiere únicamente a una cultura indígena y la cultura ladina, sino a esa riqueza que ofrece nuestro pasado que obliga a la respetuosa coexistencia de diferentes civilizaciones que, si pudiéramos armonizar eficientemente, incrementarían el potencial y la riqueza del país.

De hecho se habla de una revisión de nuestro texto constitucional para incluir el multiculturalismo que no es considerado en el que está vigente. Y es que durante años, desde la conquista hasta el final del Conflicto Armado Interno, se negó esa condición al país y se privilegió a la cultura ladina, al punto de que la “solución” que se pretendía dar a los indígenas era para ladinizarlos, tal y como se evidenció en el siglo XIX y a principios del Siglo XX, cuando los criterios más progresistas de la época sugerían esa estrategia para resolver lo que llamaban “el problema indígena”.

Desde luego subsisten mentalidades que sueñan con el “Tata Presidente” y precisamente por ello fue que desde muy al inicio de su gobierno Giammattei fue declarado non grato por varias comunidades del país, pero su obsesión con “el problema indígena” por lo visto se mantiene y es algo que le quita el sueño.

Redacción La Hora

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