Nada más asqueroso y cínico que el manoseo que se hace del concepto del elemental respeto a la vida como parte del juego que los grupos ultraconservadores hacen con políticos sin escrúpulos para el impulso de acciones populistas basadas en el engaño. Giammattei no es el primero que muestra su doble moral con su discurso pues ya antes le precedió en el mismo tono de mensaje supuestamente basado en valores aquel Donald Trump que presumía jactancioso que él podía agarrar a cualquier mujer de sus partes íntimas sin consecuencias y, no obstante la notoria inmoralidad, terminó siendo el líder de los ultraconservadores que dicen basar su credo religioso en los más profundos valores éticos y morales.
Que se proclamen defensores de la familia quienes la dejan tirada impulsados por sus vicios instintivos es totalmente inaceptable y debe provocar el repudio de todos los que realmente creen en la importancia de la familia y en la defensa de la vida que va más allá del simple rechazo al aborto. ¿Cómo puede proclamarse defensor de la vida quien ha tenido fondos disponibles para invertir en el combate a la desnutrición infantil y no ha dirigido ninguna acción para hacer buen uso de esos recursos?
Todos tenemos derecho a nuestra vida privada y a nuestros particulares credos religiosos, sin duda alguna, pero ese brutal y descarado divorcio entre fe y vida, para citar las palabras enérgicas que pronunció San Juan Pablo II en su primera visita a Guatemala, no puede ser tolerado como parte del respeto de la persona a vivir a su manera y menos aún cuando esa manera rompe por completo, de forma radical y cínica, con la supuesta fe que se esgrime para ganar adeptos entre una población tan conservadora que no atina ni a usar la razón para distinguir entre lo que es burda propaganda y lo que es una real y fundada creencia.
No creemos que nadie tenga derecho a juzgar el estilo de vida que escogió el Presidente pero él no tiene derecho a la demagogia en el manoseo de los principios y de cuestiones tan fundamentales como el derecho a la vida y la protección de la familia. Los creyentes tenemos que reconocer a los falsos profetas que, de ajuste, presumen de ser escogidos por Dios para ocupar puestos en los que se dedican con todo afán y descaro a robar hasta el último centavo que se les ponga enfrente, aunque ello condene a millones a una pobreza que les hace migrar y dejar a sus familias.
¡Quienes creemos en el respeto a la vida y a la familia tenemos todo el derecho de sentirnos indignados por la farsa!