La prohibición del transfuguismo, que ahora se pretende dejar sin efecto, hacía toda la razón del mundo porque en Guatemala los ciudadanos no elegimos a nuestros representantes pues no votamos por personas sino por las planillas que presentan los partidos políticos y, en consecuencia, quienes llegan al Congreso son representantes en realidad de esos partidos que los postularon por lo que no debieran pasarse de uno a otro como si fuera juego de sillas musicales. Aparte sería si la votación para elegir diputados fuera por personas, mediante voto nominal, puesto que así el ciudadano estaría escogiendo y enviando al Congreso a quien desea que sea su representante.
La forma en que se conforman las planillas en los partidos políticos es más que sabida. Las posiciones se sacan a pública subasta y aquellas que tienen más probabilidades de entrar luego de la repartición de acuerdo al modelo que supuestamente sirve para asegurar representación de las minorías, son en realidad carísimas. Hay que pagar mucho dinero para lograr una de esas posiciones o hay que ser de la mera cúpula del partido y en ambos casos resulta que el gran estímulo es la oportunidad de hacer dinero mediante el ya reconocido negocio de la venta de votos.
Pero como los partidos políticos sufren desgaste en cada período, los diputados más vivos se van acomodando en los que ven con más probabilidades para la próxima elección y de esa cuenta el transfuguismo se vuelve una necesidad que, además, no tiene ningún problema porque si somos precisos, la mayoría de diputados no representan al pueblo y tampoco representan al partido que les eligió y únicamente representan sus propios intereses. Por ello es que dentro de la supuesta revisión para “mejorar” la Ley Electoral y de Partidos políticos proponen dejar sin efecto la prohibición del transfuguismo.
Mientras los ciudadanos sigamos eligiendo al Congreso como se elige ahora vamos a tener la misma clase de diputados que hoy tenemos porque al ir a votar por planilla, aunque haya un nombre que nos pueda parecer elegible, ese voto por él se traduce en el voto a favor de otros que en realidad hasta resultan impresentables.
El voto nominal lo descartan quienes hacen la revisión de la Ley Electoral porque saben que bajo esa modalidad tendrían que decir adiós no sólo al Congreso sino a los negocios tan jugosos que allí realizan. El voto nominal haría mucho más difícil a los inútiles y a los corruptos acomodarse en una curul y, sabiéndolo, se resisten a un cambio que oxigenaría la democracia.