La crisis mundial en el transporte marítimo, que ha impactado también el transporte terrestre y aéreo de mercancías, es uno de los daños colaterales más severos de la pandemia que sigue afectando a la humanidad y que pareciera haber llegado para quedarse. El cierre por buen tiempo de varios puertos en el mundo se tradujo en la inmovilización de muchos contenedores que tuvieron que permanecer sin movimiento, mientras que la demanda se mantenía alta y eso produjo no sólo una disminución de los medios sino que, como consecuencia lógica, el notable incremento de los precios que llega a ser en algunos casos de casi diez veces con relación al costo promedio de un contenedor antes de la pandemia.
En el caso de países como el nuestro y los otros de Centroamérica la situación es mucho más grave, porque se está viendo que ni siquiera pagando se pueden conseguir los suficientes contenedores para movilizar nuestro comercio exterior. Importaciones y exportaciones se ven afectadas seriamente porque la mayoría de navieras prefiere cubrir rutas más nutridas y rentables, dejando sin cobertura las que tienen menor movimiento y por lo tanto mayores costos de operación.
Hasta ahora la “Crisis de los Contenedores” parecía un fenómeno remoto que tenía efectos en otras latitudes pero se empieza a sentir la consecuencia directa de este descalabro que altera por completo la logística del comercio internacional, dependiente en extremo del costo y eficiencia del transporte marítimo que es el que mueve la mayor cantidad de mercancías. De entrada se tiene que hablar del tema económico porque tanto para el exportador como para el importador, el aumento en los fletes tiene un impacto muy serio que, como ocurre siempre, se tiene que trasladar al consumidor que sufrirá los efectos de esta seria distorsión económica.
Pero, además, está el tema del suministro porque hay muchos productos que no se pueden obtener localmente y que empezarán no sólo a ser más caros, sino a desaparecer de los comercios porque no puede ser trasladado a nuestros puertos.
La economía guatemalteca se había beneficiado un poco por el aumento de precios de algunos productos de exportación, sin que por ello las exportaciones llegaran a ser más importantes que las remesas que nos mantienen. Pero ahora el flete se convierte en un factor de competencia porque los países consumidores de nuestros productos los buscarán en sitios donde fluyan más los barcos y en rutas que sean más baratas y accesibles, sin que al momento exista solución al problema aunque dependeremos más del trabajo de los migrantes.