La visita de la vicepresidenta Kamala Harris es una muestra de cuánto preocupa a Washington el tema de la migración. Foto La Hora/AP

Por instinto natural, los seres humanos aspiramos siempre a mejoras en nuestra calidad de vida y de una u otra manera hacemos esfuerzos para lograr que esa esperanza innata se pueda materializar, como lo están demostrando millones de guatemaltecos que han viajado a Estados Unidos, la mayoría sin papeles ni documentos migratorios, para aprovechar las oportunidades que allá tienen de ganar un sustento digno para ellos y para enviar a sus familias en Guatemala, producto de un trabajo eficiente y esforzado que beneficia, en mucho, a los norteamericanos.

Las deficiencias de un país incapaz de brindar seguridad, salud, educación y justicia a sus habitantes expulsan a toda esa gente que no se conforma con recibir migajas desde el momento en que nacen hasta su muerte. El migrante es, para decirlo en términos que ahora se usan mucho, un verdadero emprendedor que pone empeño, talento y dedicación en ese esfuerzo por superar las adversidades que en su propio país se consideran naturales, al punto de que no es descabellado decir que quien en este país nace pobre está prácticamente condenado a morir pobre porque ni siquiera alimentación completa puede recibir en los esenciales años de su formación física y mental.

Eso, por supuesto, genera un problema para Estados Unidos por la aglomeración de gente en la frontera y la proliferación de migrantes ilegales. Cierto es que la sociedad norteamericana los necesita porque hacen trabajos que los mismos ciudadanos de Estados Unidos rechazan por duros y demandantes, pero tras los años de retórica de odio contra los inmigrantes de esta parte del mundo, hasta se ha vuelto un serio problema político que obliga a la Casa Blanca a tomar medidas.

La visita de la señora Kamala Harris es una muestra de cuánto preocupa a Washington esa situación y viene con alguna visión ya formada sobre el problema y sus raíces, pero todo lo que le hayan podido decir sobre esa desesperanza que obliga a la migración es poco comparado con la realidad cotidiana de tanta gente que sufre al no encontrar oportunidades de trabajo digno para llevar siquiera pan a la mesa familiar. Y de ajuste se les termina diciendo que son pobres porque son haraganes, aunque nos demuestren desde Estados Unidos, con lo que mandan de remesas mes a mes, que son trabajadores esforzados y que lo que siempre les hizo falta es la oportunidad de generar ingresos en un sistema que realmente recompense como debe ser al que se esfuerza. Cambiar esa condena a la pobreza que hay aquí es el enorme desafío.

Redacción La Hora

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