En la estantería donde estaba exhibido, se solazaba sintiendo que se veía muy bien en compañía de otros de su clase. Todos tenían muy buen aspecto, y a él le embargaba el orgullo propio de las cosas nuevas, y por lo mismo aspiraba a ser seleccionado inmediatamente.  No fue tan rápido, hubo noches de penumbra luego de no ser escogido por algún comprador, y en cambio otros de sus iguales partieron antes que él.

Se sentía orgulloso y altivo por su apariencia, y hasta por su precio que por no ser bajo, lo colocaba en la categoría de algo fino y selecto.  Se sentía confiado de sí mismo; sabía emanar fragancias que anunciaban frescura, limpieza y sofisticación, como promesa de algo impecable que a pesar de la cotidianidad de su uso, podía llevar a su consumidor a sentir algo sublime.     

Estaba vestido con una bella envoltura, bien diseñada. Era uno de esos envoltorios con arte esmerado y atractivo, de figuras rocambolescas. Además, llevaba a manera de tatuajes algunas leyendas que anunciaban su grandeza y lo hacían sentir altivo, y con el orgullo de las cosas valiosas, que tienden a creer que son prometedoras y por eso admiradas.  

Tenía propiedades destacables como limpiar la piel y mantener los aceites naturales de la misma, además de que prometía ser antioxidante y tonificante. También ofrecía estimular la regeneración celular, prevenir alergias, y más allá de solo ser hidratante, podía evitar la irritación en pieles sensibles. Cualquiera que lo obtuviera podía entender que era hasta poco el precio que hubiera pagado para tenerlo, y el hecho de no ser para todos los bolsillos le daba cierto glamur que descansaba en la confianza que suele dar la exclusividad; al menos a los que piensan mucho en sí mismos y les preocupa distinguirse de los demás.

Por si fuera poco, el altivo jabón de olor presumía un perfume que conseguía evocar recuerdos, mejoraba el estado de ánimo, y podía ayudar a relajar y calmar a cualquiera que lo frotara contra su cuerpo y se acariciara con él.

Luego de tantas expectativas de ser elegido y temores de no serlo, se tranquilizó cuando pasó por la caja registradora del sitio que lo ofrecía. Muy satisfecho y ufano llegó a su nueva casa, confundido dentro de una bolsa con otras mercancías que también traían sus propias aspiraciones, y esperando con ilusión el día que le llegara su turno de entrar en acción, y demostrar su pretendido y para él indiscutible valor.

Tenía alguna idea teórica de cuál era su función, y cuando le llegó la ocasión en el día de su presentación en público, se irguió figurativamente.  Puesto en escena, lo primero que le pasó fue que lo despojaron de su atuendo, el que inmediatamente tiraron a la basura dejándolo solo a él ahí, desnudo y con un frío extraño, como si se tratara de algo premonitorio.  Ser apreciado fue su gloria, pero igualmente fue su condena; y sin tener claro el futuro, empezó con lo suyo sin detenerse, fregando y limpiando cuanto se le pedía. 

Fue el inicio de un cortejo de conocimientos existenciales que le tocó asumir con sus vivencias.  Se le colocó en una jabonera de donde manos de muchos tipos lo tomaban para manosearlo.  Esto le hizo entender que no era tan exclusivo, lo usaba más de una persona, y de distintas maneras.  

Más allá de un grifo y de manos relativamente seguras, se le llevó también a lugares más extremos como el tormentoso ambiente de una ducha de temperaturas hasta inclementes donde constantemente caía al suelo, de donde lo recogían con lo que podían, hasta con las uñas.  Lo restregaban en los lugares más sucios, que gracias a su trabajo lograba que quedaran más limpios, aunque fuera solo por un tiempo.  Ni siquiera estaba reservado para solamente cuerpos y pieles, también lo frotaban en estropajos, y lo usaban para restregar trapos sucios con contenidos de la peor extracción.

A pesar de todo, y en el esfuerzo por sentirse útil y apreciado no cesaba, pero estaba claro que todo iba en desmedro; y como pasa en la vida, la evolución vino e hizo lo suyo.  Fue perdiendo su forma y su tamaño se redujo hasta solo una sombra vestigial de lo que había sido.  Se redujo tanto, que dejó de ser apreciado como antes había percibido; y lo último de él fue que cupo en las rendijas de una alcantarilla, y se fue por el desagüe.

Antes de su final había visto llegar a otros como él que aguardaban su turno y que se sentían tal como él se había sentido un tiempo antes, cuando se creía único y apreciado.  También alcanzó a ver que sus sustitutos tenían mayores propiedades, según decía el envoltorio que los vestía.

El colmo de su espanto había llegado un poco antes de desaparecer de una vez por todas, y esto fue cuando vio aparecer jabones líquidos en envases plásticos que incluso podían rellenarse, y que ocupaban el lugar y tenían la función que antes le había pertenecido.  Primero fue la llegada de un advenedizo shampoo que así se hacía llamar, y que inicialmente era para el cabello; pero luego vio llegar jabones para manos y cuerpo que también eran líquidos, y que liquidaron en buena medida a los tradicionales y tan celebrados jabones de olor en orgullosas pastillas.  Le pareció que ahora era un mundo líquido, y con una emoción emergente inventó una idea que ya existía, que nada era como antes.

Al principio había estado orgulloso de su aspecto y su objetivo, pero pronto entró en la realidad de experimentar el desgaste de su utilidad y su funcionalidad, con la consecuente pérdida de su identidad original, mientras veía la llegada de sus reemplazos.

En el proceso de su extinción no alcanzó a valorar los rigores del consumismo y el destino de la obsolescencia programada, donde luego de parecer indispensable todo queda relegado por las nuevas opciones.  Así fue como después de un fugaz orgullo inicial seguido del sacrificio de tener que cumplir con la misión de una función, vio llegar el olvido ingrato y natural de un mundo que avanza y que no se detiene mientras da alaridos de renovación, como si cantara un poema épico de lo efímero.

Durante todo su proceso le alcanzó para discurrir y evocar imágenes sobre la fugacidad de las cosas, y el inevitable ciclo de la renovación que tiene todo en la vida.  

Ya en los estertores del último aliento de espuma que pudo producir, y antes de que el agua corriente lo llevara lejos de su hogar, comprendió que ni la envoltura, el precio o la apariencia habían sido lo importantes; y que su transformación solo la podía entender con su entrega, y con la consciencia clara de que nadie iba a recordarlo.  

Juan Jacobo Muñoz Lemus

juanjacoboml@gmail.com

"Guatemalteco, médico y psiquiatra"

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