Todos los años era lo mismo. Apegado a tradiciones también caía en la revisión de cosas de la vida, y la búsqueda de valores existenciales que presuntamente debían ponerse en práctica. Era lo que hacía toda la gente, recitar principios muy válidos y bien dichos en el discurso, pero poco atendidos con la propia vida. Entre lo que se decía, no había nada nuevo bajo el sol, o como dicen que dijo el comediógrafo romano Terencio en el siglo II a. C.; -de todo lo que se dijo hoy, ya todo se había dicho-. Y si no lo dijo, alguien debió decirlo.
Se había hecho viejo muy a su pesar cuando lo empezó a notar, porque la vejez iba en contra de sus deseos de una eterna juventud, potente y capaz de conquistar grandes alturas. Con el tiempo se había cansado un poco de ser él, y creía firmemente ahora, que la única forma de que llegue el momento de cambiar es cuando uno siente vergüenza de sí mismo. En atención a eso, depuso las armas, y avergonzado de su orgullo cayó de rodillas y se declaró vencido.
Durante mucho tiempo había querido cambiar, pero sin cambiar nada de sí mismo. Como muchas personas, anhelaba una vida distinta, mejorar sus circunstancias y llevarse diferente con los demás. Todo eso sin atender su forma de ser, de pensar o de actuar. Un deseo entendiblemente humano pero que también era una paradoja, si se entiende que cambiar implica dejar atrás patrones, creencias y actitudes que no dejan avanzar. El mundo es más bonito en la imaginación que en la realidad.
Sabía que sus resistencias para cambiar siempre habían venido del miedo a lo desconocido, y a dejar formas conocidas de encarar las cosas. Para sostenerse en su posición culpaba al mundo de sus propios hábitos. Ganar consciencia se le hizo difícil; primero por la insensatez de la niñez, después la tozudez de la adolescencia y luego por la perpetuación de esta en la adultescencia. Ahora era viejo y ya no podía seguir insistiendo en lo mismo; a lo mejor por algo de madurez, o porque ya no necesitaba seguir empotrado.
Tenía tiempo de estar haciendo su propio examen de consciencia, y sabía de sobra que sus rasgos narcisistas habían sido un gran obstáculo para crecer por un carácter contumaz e irredento. Siempre había tenido una imagen idealizada de sí mismo, y eso le impedía aceptar errores o debilidades personales. Por supuesto que resistía cualquier comentario o resultado porque todo lo vivía como una crítica; y en compensación, él mismo había sido siempre una persona muy crítica, con falta de empatía para ponerse en el lugar de los demás. Esto había provocado que en lugar de asumir responsabilidades las negara, y atribuyera sus problemas a factores externos o a las acciones de otros. Lo contradictorio era que, aunque tenía descalificados a los demás, constantemente buscaba su aprobación y validación, y dependía de apariencias. En el fondo siempre había tenido un terrible miedo al fracaso, a pesar de que se mostraba como muy confiado y autosuficiente; y en consecuencia evitaba desafíos o situaciones en las que debía intentar un cambio, o atreverse a algo incierto. Todo lo disimulaba con un disfraz de superioridad que generaba en él la falsa sensación de no necesitar un cambio, y en ese exceso de falsa confianza producto de un arraigado autoengaño, bloqueaba cualquier cambio.
Ahora ya viejo, entendía que el cambio no significaba ser débil, y que solo era una oportunidad para crecer y evolucionar. Con un ego menos intolerante y una inteligencia más visionaria, sabía que cambiar no era empezar de cero ni renunciar a sí mismo; había acumulado experiencia suficiente para estar consciente de eso.
Renunció a pertenecer a cualquier secta. Estaba convencido de que todas las sectas eran dogmáticas, sin importar que fueran religiosas, filosóficas, científicas, políticas, deportivas, artísticas o de lo que fuera; todas con sus propios profetas y acólitos. Más que la necesidad de pertenecer sentía la necesidad de ser; consciente de que la libertad le había asustado durante mucho tiempo y con recelo la había esquivado.
Recordó su juventud y sintió vergüenza por tantas escenas hasta patéticas. Hubiera querido decir a los jóvenes lo que había aprendido; que sus errores evitaran que otros los cometieran, pero era solo una ilusión, él sabía de sobra que era necesario llegar a viejo para que muchas cosas se dieran. Había otra cosa que considerar; su juventud y la de los jóvenes de ahora ni siquiera se parecían, y por lo mismo estaba consciente de que cada generación aprende lo que necesita, y que las generaciones se van sucediendo y desatienden eso para ocuparse de las cosas de su época. Sabía que no era fácil ser razonable y estar en paz para vivir cada nueva etapa; por eso había renunciado a dar lecciones de vida. Acaso podría tocar las almas de los jóvenes siendo una inspiración con su propia vida, si es que lograba alcanzar justos niveles de paz, libertad, felicidad y justicia.
Estaba lleno de preguntas sin respuestas, pero no las exigía tanto porque sabía que muchas respuestas van llegando mientras se va viviendo. Tener experiencia de vida le permitía sentir tranquilidad, y por eso ya no tenía tanto miedo, consciente de que los miedos siempre son enormes y casi nunca se cumplen. Y que solo debía temer a las tragedias que él mismo fuera capaz de fabricar con sus necedades. Con humildad y serenidad trataba de aceptar las cosas que no estaban a su alcance, y con valor intentaba influir en las pocas en las que sí podía tener una opción.
La muerte siempre había sido un tema para él, pero lejano. Curiosamente ahora que estaba más cerca de su final, sentía menos miedo. Tenía claro que iba a morir, pero también sabía que debía vivir un poco más. Se apoyaba en principios estoicos, y sabía que el tiempo muerto era el que ya había vivido, y que en lugar de esperar morir debía esperar la vida que le faltaba, mientras se iba acumulando más su muerte.
Con toda esta revisión, pensó para sí que su razón debía ser él mismo y con un sentido distinto. Que había sido él en versiones muy particulares y caprichosas en las distintas etapas de su vida; cada una con lo suyo, tanto lo bueno como lo que no lo había sido tanto. Aspiraba a la integridad y a morir en paz, lo que no se le hacía difícil pues comprendió que el cuerpo tiende a morir y el alma a florecer. Así que, ya no podía vivir solo de estados y resultados, acumulando evidencias; y para continuar con su transformación, prefirió llenar de vivencias el tiempo que le quedaba.