Juan Jacobo Muñoz Lemus

juanjacoboml@gmail.com

"Guatemalteco, médico y psiquiatra"

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La historia de hoy es universal, y merece ser contada con nuestra propia vida.

De acuerdo con los relatos, ocurrieron muchas cosas para que naciera Jesús, y para que luego pasara todo lo que siguió tanto en eventos como en significados, que marcan la evolución de una conciencia mística; por eso es una historia universal. Es el inicio de un ciclo que no puede entenderse con la lógica; y cómo el hombre ha renunciado a su capacidad de crear imágenes, es importante que lo inaccesible sea contado.

El caso es que la de hoy es una historia de amor que invita a viajar al alma, y a asumir como válidos principios humanistas, con la responsabilidad que solo la libertad puede dar, y con una conciencia que pueda significar un verdadero sentido de vivir.

Dentro de muchas tradiciones culturales, una de las nuestras es Jesús. La historia del pequeño niño que nace con una sentencia inconmutable; y con la misión de redimir y librar a todos de situaciones penosas y de dolores autoinfligidos. La esperanza en todo esto es que aceptemos nuestra calidad de seres perfectibles, para no caer en pesimismos derrotistas y tampoco en la soberbia cegadora.

La misión humana es cambiar, crecer, transformarse. Ningún hombre puede pisar el mismo río dos veces, puesto que nunca es el mismo río y nunca es el mismo hombre.  Así reza la frase atribuida a Heráclito de Éfeso; hermosa ciudad antigua en el Asia Menor, donde en una montaña que la vigila se erige un santuario de peregrinación, en el sitio donde se afirma que vivió y falleció la Virgen María.

La frase del dialéctico pensador se actualiza hoy.  A través de la vida tenemos muchas ocasiones para revisar un enorme símbolo colectivo y a la vez individual; el nacimiento de Jesús.  Algo que cada vez sentimos y entendemos diferente; ya sea consciente o insensiblemente; y dependiendo de lo que estemos viviendo o hayamos aprendido de los hechos a los que vamos teniendo acceso.

Atenidos a los hechos, sabemos que todo ser humano de una forma o de otra se autodetermina, y que difícilmente puede apartarse de su naturaleza básica para hacerlo.  En mi versión, Jesús después Cristo; no puede cambiar a nadie, no tiene ese poder.  El mundo sería otro si así fuera.

El niño que nace es un símbolo de amor que puede enternecer, estimular la confianza en nosotros mismos para renunciar al ensimismamiento y atrevernos a los vínculos humanos sin tanta normativa, y solo apelando a la sinceridad y a la intención generosa.  Si dejamos de infatuarnos y nos olvidamos de nosotros mismos, estaremos en la ruta de encontrarnos. Es la paradoja del amor; el mismo que hoy viene a traernos el que nace para inspirarnos a vivir en paz con nosotros, para ser paz y poder ofrecerla.  Una paz que no traicione los principios que hemos autogestionado y que no se retrase con la culpa, sino que busque el amor, para no mentir después diciéndole amor a cualquier cosa.  No es nada fácil; pero tiene más sentido que proclamarse cristiano y ya, solo esperando el día de cualquier rito.

Tal vez sea el mismo niño el que nace, o tal vez no, si nuestro corazón es otro ahora. Es un niño no como lo he visto antes, ya no soy el mismo hombre, y mañana seguramente veré otra cosa.  Mientras siga vivo, seguiré pisando el río; no será el mismo y yo no seré el mismo, y eso me da esperanza.

La frase del día de hoy es inevitable; “Feliz Navidad”.  Todos entendemos que ella conlleva un sentimiento de intención positiva.  No imagino la felicidad sin Fe y a la Navidad sin vida.  Sería algo así como “liz nad”; aunque me encontré con el conocimiento de que Liz es un nombre que proviene del hebreo, y que significa “la promesa de Dios”, que no queda nada mal. Como sea, mi punto es que no podemos renunciar a la fe, no es una opción como se pudiera pensar. La fe es una disposición humana, una inmanencia que todos tenemos y que surge cuando se vive una necesidad profunda que no se puede resolver con la lógica.  Si no tuviéramos fe, muchos podríamos rendirnos muy pronto y con abundantes razones.  De hecho, todo lo que hemos emprendido, ha sido por actos de fe.

Tal vez sería mejor si pudiéramos hacer un esfuerzo por no desperdiciarnos, depositando la fe donde no se le merece, y no llamando fe a lo que en el fondo es un capricho. Personalmente no creo que la fe sea creer sin pruebas, más bien entiendo que es confiar sin demasiadas reservas; y creo también que hay que sufrir y crecer para que la fe logre en cada uno de nosotros la espiritualidad que representa.

Dicho todo esto, me enfoco en que cada Navidad conmemoramos un nacimiento místico, el de Jesús y todo lo que él representa; y también que por extensión aspiramos a un renacer, el propio, para alcanzar una vida mejor que ofrecer a nuestro prójimo.  Así que la frase del día de hoy es realmente un deseo.

Esta noche nace un niño y de una forma o de otra todos estamos al tanto. El símbolo de este nacimiento le da identidad al sentimiento de anhelo por algo divino y la esperanza de que con su llegada el niño traiga cosas buenas.  Solemos decir que los niños son tiernos por su dulzura, pero yendo más allá diré que un niño más que tierno es enternecedor, porque promueve la ternura. Los adultos por la capacidad de consciencia somos los destinados a ser tiernos y a desplazarnos por la vida con valores de justicia y de amor a la humanidad.  El niño que hoy nace no se representa a sí mismo de manera egocéntrica, sino representa a todo lo creado.

La ternura no es solo una palabra, es una disposición del alma para intentar el bien y controlar las pasiones negativas que nos vienen del fondo y que a veces nos asaltan si no aprendemos a reconocerlas.  Que todos los niños sean nuestros hijos puede ser un buen principio para ensayar la ternura.

El símbolo continuará, y en poco tiempo el niño hoy esperado será el Cristo, y nuestras acciones equivocadas serán parte de su ajusticiamiento, porque si se lleva un martillo en la mano todo puede parecer un clavo.

El tema es numinoso, y no es el momento de elucubraciones sesudas y desmitificadoras. Hoy es un día para conmoverse, y una noche para esperar algo de la ternura que pueda emerger de nuestro interior.  Eso, que surja de nuestro interior.  No podemos solo seguir esperando pasivamente que lo bueno nos llegue de afuera como si lo mereciéramos.  Es momento para eclosionar y dejar salir la belleza que llevamos dentro, la que no sabemos nombrar y que nos puede llevar a ser como individuos, lo que realmente podemos ser.  Hoy es una noche para nacer, todos los días lo son; la vida es un nacimiento continuo.

Hoy es un día de oración, y posiblemente la mejor oración que podamos ofrecer sea la de nuestra propia vida.

Feliz Día de la Natividad; la de Él y la tuya.

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