Juan Jacobo Muñoz Lemus

juanjacoboml@gmail.com

"Guatemalteco, médico y psiquiatra"

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Aprendí alguna vez que la matemática pura se centra en el estudio teórico y abstracto de conceptos matemáticos, sin un enfoque directo en aplicaciones prácticas inmediatas. Es decir, buscar el valor intrínseco y su lógica interna, en lugar de aplicarlas a problemas del mundo real. En fin, que nunca entendí del tema y por eso no lo pretendo, pero me quedo con la idea de la abstracción sin necesaria representación física o concreta.

Puede ser que, como fieles dependientes de resultados, y empeñados en alcanzar metas, muchas veces numéricas, a los humanos nos cueste fluir. Cuantificar o cualificar, que dilema.

Desde donde estoy parado, pienso que nos han mentido haciéndonos creer que el 0 y el 100 son los únicos números importantes que existen en la dimensión humana. Esto me parece un tanto maniqueísta, y que se ha convertido en algo así como aquel juego de ver quien la tiene más grande; se trate de lo que se trate.

También pienso que es falso que bondades o perjuicios de una actitud, tengan que ver con la cantidad de gente que la practique. De aquí que saque una conclusión, que no es lo mismo ser uno más, que uno del montón. En este punto me atrevo a decir que a veces ser asertivo es atreverse a quedar en minoría de uno.

En término de poner precio a las cosas, es decir colocando un número a pagar, es frecuente descubrir que muchas veces todo está mal valorado, ya sea hacia arriba o hacia abajo. La balanza siempre la inclina en su beneficio el mercader. Nunca está de más revisar el valor de los valores.

La humanidad se volvió exageradamente afecta a los números y las formas, y hasta a las fórmulas. Nos hemos vuelto esclavos de eso, como si todo se explicara con la medida; y a la hora de vivir, no nos salen las cuentas. Y encima, cada uno que se siente único, dispone ser como le da la gana, y eso le afecta a todos.

En la vida pasa igual que con las divisiones inexactas, donde muchas veces hay que decir que no salen las cuentas, porque hay algo que no contiene.

Las matemáticas del alma son misteriosas e inexactas. Puedo decir que estas matemáticas comienzan con uno, y que requieren de inteligencia cognitiva y emocional suficientes, para realizar tareas mentales con números y situaciones hipotéticas.

Si de cantidades hablamos, puedo pensar que de todas las injusticias que he sufrido, probablemente la mayoría yo mismo las cometí. También puedo decir que mis hijos me dijeron padre mucho tiempo antes de que yo aprendiera realmente a serlo. Los números tienen de esas cosas caprichosas, parece que dicen mucho y a veces no dicen tanto.

Ejemplos hay muchos. Conozco a alguien que le pesaba mucho ser un cero a la izquierda, aunque le pesaba más a los que tenían que cargar con él.

Pongamos más ejemplos. Alguien con decidida intención sube veinte escalones, pero de pronto tiene un contratiempo y debe retroceder un par. De manera exagerada se queja de no haber ascendido en absoluto, y en consecuencia se siente un fracasado. Esta persona ha subido dieciocho gradas, pero no se da tregua, no es consciente de lo que ha logrado, y solo repara en lo que cree que ha perdido porque no sabe sumar, solo restar.

Otra persona se pasa la vida sumando dos más dos, y obviamente el resultado siempre es de cuatro. Su problema es que sueña con obtener un cinco, y con esa ilusión sigue sumando los mismos números. No se atreve a otra operación para lograr lo que desea, y se aferra a su costumbre.

A alguien le ofrecen un empleo, y lo primero que pregunta es cuanto le van a pagar. En ningún momento se le ocurre preguntar de qué se trata el trabajo. No está mal que quisiera saber lo que ganaría, pero le hubiera convenido saber qué cosas tendría que sacrificar y a quienes, si aceptara algo que no sabe hacer o que no le gusta. Casi podría decirse que no pide trabajo sino dinero.

Una persona se presume como un diez, y se yergue como superior a otra que en el plano alcanza a ser un ocho. Revisando la historia, la que es un diez empezó allí porque nació bien parada. La otra, con mucho esfuerzo alcanzó su número de ocho porque tuvo que empezar de cero. Si hubiera que celebrar a quien ha crecido más de las dos, podríamos notar que los números serían un poco engañosos.

Un sujeto tiene la fantasía de ser un diez. Se probó y resultó que es un siete. Como no le gustó el número que alcanzó, se rindió y se retiró a ser un cero.

En relaciones de pareja, todo depende de la operación básica que se utilice. Si se divide uno dentro de uno, el resultado es uno. Si se multiplica uno por uno se obtiene también uno. La peor parece ser la resta, uno menos uno arroja cero. Alienta un poco la suma, donde uno más uno es dos; un par de unidades que no pierden su integridad de número completo y divisible.

Los números son antojadizos, ya dije eso. Cuando dos personas se unen, una aporta su mundo y la otra aporta el suyo, son dos mundos. Entre los dos construyen un mundo nuevo, pero este no elimina a los otros dos. Quiere decir entonces que en un caso así, uno más uno resulta ser tres.

Un celoso quiere un control del cien por ciento sobre su pareja, para tener así la seguridad de que esta le sea fiel. La pareja podría no ser fiel por distintas razones, como que apareció alguien inevitable; una persona maravillosa imposible de rechazar. Otra opción, que la pareja hiciera esas cosas, y ya. La tercera posibilidad, que él celoso hubiera hecho un pésimo trabajo como pareja. Eso quiere decir que si bien le va, solo tendría opción de controlar el treinta y tres punto treinta y tres por ciento, lo que incluso podría ser menos si es un celoso molesto o una pareja tóxica. La fantasía del cien por ciento es entonces solo eso, una fantasía.

Con el tiempo una persona aprendió que las primeras impresiones, promueven falsas percepciones. Para sanearse, de manera arbitraria escogió un número que le permitiera pasar de la emoción a la razón, y para eso eligió el seis. Se daba seis meses para conocer a las personas y que estas también le conocieran. En sus cálculos, ese tiempo le alcanzaba para interactuar, convivir y enfrentar las crisis. Y para averiguar si la otra persona es generosa, egoísta, sublime, vulgar, juiciosa o impulsiva. En ese tiempo le daba tiempo de enterarse de coincidencias y diferencias. Pasó de ser como un niño que solo coge, a un adulto que escoge. Un día conoció a una persona con la que encajó de inmediato; y le gustó tanto, que le ofreció seis meses.

He asumido algo de los que me conocen. El veinticinco por ciento cree que soy una gran persona, y otro veinticinco por ciento opina que soy de lo peor. El cincuenta por ciento restantes ni siquiera piensa en mí. No me parece descabellado esto; y además sospecho que la gente se intercambia entre los porcentajes, dependiendo de la variable situacional, pero que estos no varían. He optado por desestimar al cien por ciento de las opiniones, y me dedico a intentar mi vida, sin preocuparme tanto por la opinión de los demás.

Termino con esto. Las pruebas académicas arrojan números, pero evalúan muy poco el conocimiento; en todo caso miden la memoria inmediata de cada estudiante. Un buen número promueve al alumno; pero el verdadero examen lo pasa la vida y no lo cuantifica, solo es un tema de calidad.

Está bien sumar metas, pero crecer al mismo tiempo. Si me atrevo a aprender y a crecer, vale la pena; si no, nada más qué pena. A veces, cuando me envanezco, creo que soy la suma de muchas cosas; pero cuando reviso mejor, me doy cuenta de que en la medida que he fracasado y sufrido, me he ido atreviendo a ser la resta de muchas. Intento ser más liviano, más etéreo.

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