De entrada, quiero decir que esto es solo mi opinión. Vivo en un mundo, en un país y en una sociedad que parecen tener un modelo, tal vez un molde. Dentro de ese diseño percibo que todo va a dar siempre al cauce de un río de aguas espesadas por un narcisismo irredento que se niega a crecer.
Al narcisismo lo veo así, como a una esencia muy espesa que si no se diluye provoca un ego tan inflamado, que solamente alcanza a tener la primitiva capacidad de reaccionar. Y que para justificarse un poco, se escuda en la racionalización, y a veces para verse más elegante en la intelectualización, que no es más que racionalizar con bibliografía. Tanta gente sintiendo que tiene razón para quedarse, para irse, para atacar y hasta para matar.
Entre atacar, huir o desentenderse transita el animal humano. La sociedad es un escenario donde los protagonistas somos todos, y el argumento lo va dando la cultura que invariablemente nos aliena con preceptos, prejuicios, creencias y valores morales. Y en el misticismo no reconocido incluso; hay profetas y acólitos para todos los temas. La individualidad no es peste, eso está claro; y mientras tanto, la sociedad deshumaniza fingiendo humanizar con dogmas.
Esto que digo lo veo en lo político, en lo laboral, en lo religioso, en lo deportivo, en lo académico, en lo gremial y hasta en lo familiar. Veo santos oficios de inspiración moralista, cientificista y legalista, y una falsa comunicación marcada por la intolerancia y por la imposición, como fiel presagio de que nadie estará sereno nunca, y de que la disposición es la de ir a la guerra. Pienso en la ira como una emoción omnipresente, y como gran simuladora de ideales y valores. Me pregunto cuántas personas han sido maltratadas, explotadas, y hasta asesinadas, en el nombre de quién sabe cuántos dioses.
A veces pienso también que hemos sido muy generosos con el concepto de locura. Nos consuela saber que hay personas abiertamente delirantes, y con eso le damos paso a cualquier necedad, insensatez o inconsecuencia; solo porque la dice alguien que sabe sumar dos más dos. Creo que habría que ampliar el espectro, el de la locura.
Sería interesante que los humanos revisáramos por qué le decimos que si a cosas que les deberíamos decir que no. Cuando se le pregunta a alguien por qué lo ha hecho como lo hizo, puede responder con soberbia, ¿y por qué no? Lo que yo quiero es que me diga, por qué sí, para ver si realmente tiene un motivo legítimo, o si es solo porque así lo sintió o porque no es capaz de confrontarse con la realidad, y por lo mismo no es capaz de ver más allá de su nariz, ni de imaginar el futuro que seguramente le va a dar en la cara algún día.
Tal vez nunca se le quite a una persona su forma de hacer las cosas, pero por lo menos que sepa por qué está fracasando y sufriendo pertinazmente, y lo que es peor, por qué con tanta estulticia está haciendo sufrir.
La convivencia humana se ha reducido a tener a quien echarle la culpa. Los conglomerados humanos surgen como respuesta a alguna necesidad social, pero si se desprenden de la connotación social para la que están determinados, se enajenan. Y un conglomerado enajenado enferma a sus miembros y da por resultado un funcionamiento enajenado. El atrevimiento sano debería ser el de enfrentar un sinnúmero de situaciones ligadas a las relaciones interpersonales, con un esfuerzo por no perder el objetivo primordial, y dejar así de velar solo por intereses espurios, luchas de poder o chapuces a heridas narcisistas.
No somos todos iguales, y no llegamos a los mismos sitios y situaciones por las mismas razones. Podemos llegar por ocasión, vocación, política, religión, moral, economía, prestigio, poder, curiosidad, conveniencia, soledad, autoafirmación y hasta por justificación de la propia existencia. De ahí que se gesten dinámicas destructivas por intolerancia, competencia, conflictos personales, luchas de poder, idealizaciones y hasta politización de las tareas. Creer que los otros son como uno, o que deberían serlo, no es más que un error humano común y una forma de locura.
Volviendo a lo del espectro de la locura. Siempre se dice que si una persona está mentalmente mal es porque no está en pleno uso de sus capacidades cognitivas y volitivas. Me quedo con la última, para decir que la voluntad es difícil porque es un acto libre que conlleva la disposición a sufrir el dolor de la frustración; que es el resultado inevitable de una acción contraria a las pasiones de uno. Y como cognitivamente la mayoría estamos bien, lo que nos falta es voluntad y capacidad para convivir, y ser solamente uno más.
Si no se apela a la comunicación con tolerancia y serenidad, nada puede funcionar. Los contenidos no deben llevar a malentendidos, confusión o resentimientos.
Si los sistemas funcionan no es por las personas en sí, sino por las relaciones entre ellas. Y no estoy hablando de nada en particular, puede ser una pareja, padres e hijos, gente en el tráfico, instituciones o asociaciones, o los poderes del Estado.
Aferrados a una orilla tratamos de evitar las aguas profundas de la realización humana, lo que tal vez sea por el temor arquetípico a que aparezca el monstruo mitológico de los nórdicos conocido como el Kraken. La verdad es que, si uno va a las aguas profundas el Kraken si aparece, pero eso es la vida, y nadie quiere ver confrontada su ilusión de omnipotencia con la realidad de su impotencia.
Ir a las aguas profundas es ir dentro de uno mismo para conocerse. Averiguar qué fue lo que a uno le pasó y que le hizo sentir tan vulnerable como para creer que necesita que venga algo de afuera que lo tranquilice, aunque sea maltratar a alguien. Ya no hay que buscar que nos hagan el amor, debemos aprender a ser nosotros el amor, acariciarnos con ternura y no depender de nada ni de nadie. De lo contrario solo seremos esclavos de los resultados y de nuestras pírricas conquistas.
No deberíamos empeñarnos en querer ser muy buenos en algo, sino en ser bastante buenos en todo, porque la vida está hecha de todo. Pero es curioso cómo buscamos tanta perfección en obras que son solamente humanas. Lo hacemos con las personalidades sobre infectadas, drogándonos con emociones o con lo que sea, y ni siquiera con el Jesús en la boca, sino con el -así soy yo y qué-, como la máxima declaración del egocentrismo.
La verdad es que nada importa tanto, ni siquiera es tan personal. La vida es solo un aliento y nadie va a salir vivo de ella; pero a nadie le gusta sentirse limitado por la realidad, y por lo mismo tendemos a no respetar los límites. En el afán de querer tener siempre la razón va inscrita la marca de la locura.
En el amplio espectro de esta locura que hablo, unos trastornos son de la mente, y otros son trastornos del alma. A veces me siento tan cansado de este trayecto que hasta me quisiera bajar; qué locura.