Juan Jacobo Muñoz
Nació en un bloque de tierra que con algún trabajo se sostenía en el espacio. Iba a durar poco tiempo en él, e iba a salir de ahí sin pena ni gloria. El bloque era como una esfera inmensa, que luego descubrió que era pequeña en comparación de otras que le fueron diciendo que existían.
No escogió el lugar y no tuvo mucha ocasión de elegir donde vivir, así que desde donde pudo fue buscando señales. Le ayudó recibir alguna instrucción, al principio incomprensible; y con el tiempo notó que la verdadera educación implicaba aprender a pensar, más que acumular información.
Fue testigo de muchas cosas. Guerras intestinas, atentados contra la salud, temor a lo diferente, incluso daño a la misma esfera donde se vivía. Eran cosas que no venían de la casualidad sino de la mala educación, y en el aislamiento que eso promovía, todos hacían lo que podían y lo que se les ocurría. Inteligencia había, pero la desatención hacía su trabajo y surgían ideologías que convencían y hacían negocio.
Todos en la esfera, por prejuicios y por miedo a ser estafados, vivían pendientes de que no se les pasara nada, y al final se les pasaba todo lo importante, y se hacían viejos. Llegaban cabalgando nuevas generaciones cargadas de novedades, y en el mejor de los casos la experiencia de los más viejos de algo servía, como lente de aumento para mostrar lo que ojos menos avezados no veían de primera intención.
Había que tranquilizar a los jóvenes, pero no se calmaban. La única lección que aprendían era que nada era suficiente, y de manera paradójica, funcionaban satisfechos con la tendencia a que creer que, si algo parecía era suficiente. Las expectativas siempre estaban fuera de la realidad. Tal vez por eso no se entendía por qué cuando alguien tenía cara para decir que había hecho algo que no había hecho, había que llamarlo un descarado, pero eso era algo retórico. El caso es que en la esfera así era y todos dentro funcionaban como lo que eran, una especie.
Las nuevas ideas eran refritos de lo que otros habían logrado, lo que no era anormal porque eran una especie; pero muchos hacían trampa con eso y buscaban donde creían que había certezas, para no atreverse a la oscuridad y la incertidumbre, donde seguramente habitaba la verdadera luz.
El poder era importante en la esfera. Decían que alguien estaba bien cuando lo tenía de alguna forma, y no porque fuera feliz o algo así. Así que todos iban detrás de lo que parecía proveer el poder que pudiera embriagar a las consciencias, y así hacerles creer que la muerte no existía.
En la esfera se criticaba acremente a los animales por tener pautas instintivas muy rígidas, mientras que irónicamente todos los pensantes tenían cola que se les podía pisar. Algo gracioso si se piensa, si no hubiera sido porque era trágico; principalmente porque después de que la naturaleza hacía su trabajo, los pensantes se sentaban a deliberar sobre lo que les parecía y lo que no. Al final desafiaban las leyes de la naturaleza hasta el punto de ser inconsecuentes. Era su forma de negar la creación y de no encontrar la diferencia entre creación y crianza. Todos hacían lo que les daba la gana, aunque de manera infantil se sorprendían con los resultados.
Las reglas de urbanidad eran raras. Todos intentaban cambiar a los demás, pero no se atrevían a poner en su lugar a los impertinentes. En todo esto tenía mucho que ver el poder; así que no había muchos valientes. Había sectas y no eran pocas, aunque eran más una cosa de ritos que de convicciones. Tenían buenas ideas que no se seguían pero que si se pregonaban y se comercializaban. Ideas sublimes que servían para matar por ellas a los que no estuvieran de acuerdo. Pasaba igual con la norma civil que eran como un chiste; uno muy malo, por ser refugio de millones de antisociales. Ignorancia, intolerancia y odio; para qué querría alguien tener enemigos personales.
Si no hubiera sido por la belleza, la vida en la esfera habría sido insoportable.
La necedad era peste, y todos se debatían entre extremos. Y queriendo evitar la frustración cambiaban el miedo a dolores que solo podían ser, por algún dolor que era seguro. Era el destino de las consecuencias cuando no se reflexionan las decisiones.
Hubiera sido útil entender que nadie podía lograr todos sus anhelos, y que era forzoso aprender a vivir con muchos vacíos; pero había una imperiosa necesidad de vivir de la realización del deseo, guiada por una consciencia más sensorial que conceptual, como si todos fueran regidos por el ritmo de las vísceras. La pasión de los sentidos era muy motivadora, pero todo era un sinsentido que fácilmente decantaba en un contrasentido. Carceleros y presos no se entendían los unos con los otros, pero tampoco se entendían los unos sin los otros.
Ignorantes e inmaduros, todos eran la masa y nadie abría el abanico de las opciones por aferrarse a fantasías. Ninguno podía decir lo que algo era por falta de certeza científica, y todo se reducía al puede ser, que en realidad quería decir tengo ganas de que sea. Dudar era lo más indicado, pero eso no ocurría.
Buscar sentido era creer que algo lo tenía, pero darle sentido a algo, era atreverse a ser y para eso se necesitaba del amor. Las caricias podían permear, pero no existían y todo terminaba siendo impermeable a la realidad y a la lógica. Para amar había que tener identidad y no había, en la esfera no funcionaba eso, a menos que se escabullera algún rebelde.
Estaba claro que el amor no era suficiente, pero era necesario que no faltara.