Juan Jacobo Muñoz
Creo que esta será una ensalada de palabras, pero no creo que alcance para ser un bufé delirante. Hay cosas en las que tiendo a creer, pero sé que podría cambiar de opinión en algún caso, si tuviera nuevos insumos que buenamente llegaran hasta mí; trato de no cerrarme. No es mi costumbre ver para otro lado con tal de no darme cuenta de lo que pasa y pongo atención porque escucho muchas mentiras, e incluso he visto que es posible que alguien diga cosas falsas y que al mismo tiempo no esté mintiendo, si acaso cree en lo que está diciendo.
En mi opinión la verdad no tiene versiones. Sin importar la popularidad o el descrédito que tenga, la verdad no dejará de serlo. Lo noto en las cosas que rompen el orden; primero se rechazan, luego se atacan, se frivolizan, se manipulan y finalmente se aceptan. Creo que la verdad es como el agua o como la naturaleza, que se van abriendo camino. La verdad llega como todo lo inevitable, como la muerte si se quiere, y tiene impacto en nuestras vidas antes de que siquiera la notemos.
Voy a decir algo como ejemplo y que creo que es verdad. Asumo que todos hemos tenido la ocasión de meternos a la cama con alguien. Todos sabemos lo simplón que puede ser el sexo cuando solo se le manosea y lo efímero del placer cuando solo es eso y se vuelve rutina. La profundidad de lo sexual tiene que ver con la identidad; no solo la del género, sino también la reproductiva, la parental, la erótica y la vinculativa. Creo que uno no se mete a la cama a hacer el amor, sino que se mete a tocarlo. El amor debe estar hecho para ese momento, se hace todos los días y no a última hora. Pero creo también que hay mucha gente que no sabe lo que quiere ni a donde va, y se empareja para ver si así se salva de algo que no sabe qué es. Es más, el matrimonio incluye muchas veces tener sexo sin ganas, y eso es normal. El buen amante averigua, y la buena pareja deja saber; y si se quiere salvar una relación hay que estar dispuesto a que se pierda, y eso es a través de la verdad.
Creo en todo lo que acabo de decir, pero no pretendo convencer a nadie, solo son mis convicciones. Creo en otras cosas. Por ejemplo, creo que los niños actúan sus emociones porque no las codifican bien, y si un niño no se siente amado su rostro lo delata. Y creo que los niños no se equivocan y que por eso quieren a quien los cuida. También creo que es difícil opinar de vidas ajenas; nadie sabe a ciencia cierta lo que pasa en la casa de los demás. Mi conciencia es que los padres tienen algo que ver en la vida de sus hijos, pero que no tienen tanto que ver; y creo también que a veces para salvar la vida de un hijo, hay que estar dispuesto a que se muera; de lo contrario se abren grietas que evitarán su salvación.
Pasando a otras cosas, no creo que un mandatario sea la única explicación de un conflicto político o mundial. Debe haber otras circunstancias desconocidas para mí, que se juntan para que algo ocurra; e imagino un caldo de cultivo propicio con gente seduciendo y abrumando con sus intereses a ese personaje. Creo que un disparo en la frente no acabaría con todo, y debe ser por algo que no hay tantos magnicidios; esos individuos deben servir para algo. Y aunque alguno de ellos se quisiera volver loco, su locura funcionaría solo si cae en tierra fértil. Nada parece ser unilateral, mucho menos una casualidad.
Creo que el mundo está lleno de cosas atractivas, pero por admirables que sean pueden no tener sentido, y no necesito tener todo lo que me gusta. El ego es importante, pero debe aplicar tolerancia para no ser caprichoso. Está claro para mí que nadie tiene la vida que quiere, y que a muchos no les gusta la vida que tienen. Pero también tengo claro que los seres humanos más que sufrir por lo que hacemos, sufrimos por lo que desatendemos. Creo que así es.
Es obvio que si uno se quiere criticar le sobra material, pues hay muchas cosas que no son ideales. Debería estar prohibido sentirse superior y compararse, no existen esas opciones. La única opción es la queja; para destruir todo por nada, o más bien en el nombre de uno, que es lo mismo que nada; es lo que pasa con la autocrítica y la heterocrítica.
Creo que cualquier conflicto es mejor analizarlo desde la perspectiva del ego y sin caer en la trampa de la racionalización, la intelectualización, la idealización, la justificación o la generalización que permita esconderse en la masa; y mucho menos en la tranquilidad que dan los errores ajenos. Todos tenemos que lidiar con nuestras fallas. Creo que el ego no debe morir, pero tampoco insuflarse sino ser fuerte para contender con los instintos, y dejar de tenerle miedo a la oscuridad para convivir en paz con ella.
Con el tiempo he aprendido, y así lo creo, que todo lo malo que la gente me haga no es por algo personal. Creo que las personas no hacen las cosas porque soy yo, sino porque así son ellas. He sufrido decepciones y desamor como cualquiera, y tomé una decisión. Si una persona me traiciona, asumo que no significaba lo suficiente para ella. Con su conducta la gente me dice cuál es mi lugar. Nadie tiene por qué quererme, eso no se puede imponer. Así que me pongo donde me pongan, pero si me dicen que soy de aquí que no me pidan cosas de allá, porque quedó claro que de allá no soy. No me siento cómodo con gente que sé que podría matarme. Mejor cada uno donde le toca y, santos en paz.
¿Por qué creer que los demás deben pensar de mí lo mismo que yo pienso de mí? La vida es un enorme esfuerzo por desprenderse de sentimientos infantiles. Tendré que vivir con mi egocentrismo y con el de los demás, qué más da; de cualquier manera, es irrenunciable al menos hasta cierto punto, y un poco más o un poco menos, dependiendo de las circunstancias.
Todas son cosas en las que creo… y tengo más.