Juan Jacobo Muñoz Lemus

juanjacoboml@gmail.com

"Guatemalteco, médico y psiquiatra"

post author

Juan Jacobo Muñoz Lemus

Todo en la aventura de vivir es una evolución. Si la vida te está saliendo como te gusta… adelante. Si no, hacé una revisión, y luego los ajustes necesarios para adaptarte mejor a lo que te va tocando.

Ahora mismo, soy como un hombre viejo imaginando a un niño; el que fui, y el que a veces me posee y me lleva con entusiasmo por veredas de pensamiento donde puedo fantasear que lo que quiero es posible o que las cosas son otra cosa, ajena a la realidad de sus características.

Imagino a un niño muy pequeño pensando así: “Mi mamá y yo somos la misma cosa, y si ella se muere, yo me muero también”. Sería comprensible en un chico que por pequeño es totalmente dependiente. Pero el niño creciendo un poco, podría decir: “Mi mamá y yo no somos la misma cosa, pero si ella se muere, yo me muero también”. Esto sería fácilmente parte de un pensamiento todavía mágico que necesita que algo esté presente obligatoriamente, para que otra cosa suceda o no suceda. Un niño ya mayor diría: “Mi mamá y yo no somos la misma cosa, y si ella se muere, yo no me muero”.

Curiosamente la mayoría de la gente se mantiene mucho en el segundo tramo. El tercero es el más difícil de intentar, y el más necesario a la larga. Pero se entiende, seguir uno su propio camino significa caminar solo y construir una ruta. Un camino desconocido para quien no sabe a dónde ir y que con miedo intenta descubrir algo en la oscuridad. Nadie sigue su luz para no sentirse solo, renuncia a su destino y prefiere imitar a los otros. La invitación a seguir por el camino donde van todos, es tentadora.

Lo gracioso de todo esto es que en la ilusión (viene del latín illusio, ´engaño´) de tener algo seguro, se idealiza a otros y la relación con ellos; al extremo de entregarse vanamente a parejas incorrectas, líderes manipuladores, falsos profetas, sabios mentirosos, gurús charlatanes, o algún vicio tal vez.

Todos por miedo a las aguas de en medio, y por terror a un hundimiento, nos sostenemos agarrados de alguna orilla donde idealizamos o descalificamos, corriendo riesgos de omnipotencia o devaluación.

Yo nunca he visto a nadie nadar con otro, todos nadamos solos. Pero el mundo nos alienta y nos grita, tirate al agua. Usando el ejemplo más común, uno podría preguntarse: ¿Por qué algo tan hermoso como tener una pareja, se vuelve una obsesión, o una misión, a veces un mandato, incluso una causa? Agarrar lo que sea parece el equivalente de sálvese quien pueda. O como decían antes en el barrio, “aunque sea a este pelón me llevo”.

Todo me devuelve al niño que imagino, al que pertenece al allá y el entonces, y que yo quiero forzar en el aquí y el ahora. Ese niño viejo que más merece una jubilación.

Por eso reí el otro día cuando los cómicos argentinos Les Luthiers, en una de sus parodias y apelando a la angustia de separación, confundían términos y en lugar de decir ´no me detestes´, les salía decir, ´no me destetes´.

Uno siempre quiere que la gente sea de uno y como uno quiere. A menos que uno no necesite a la gente, pero eso casi no pasa. Queremos la pareja para nosotros, para que atienda nuestras necesidades, cuando las parejas nada más son compañía.

Contarse uno su propia historia.  Construirse lo mas que se pueda, con recaídas y todo.  No bajar la guardia.  Somos una especie y hay que reconocerlo.  Nos vamos a equivocar siempre.

Artículo anteriorGobernando por decreto
Artículo siguienteGuatemala lejos de alcanzar los ODS 2016-2030