Por Jorge Santos
En justicia la prensa independiente, la academia, la juventud, los pueblos indígenas, la oposición han vertido crítica sobre crítica a la fallida pretensión criolla de celebrar un bicentenario de mentiras. Por mucho el blanco y celeste de la bandera, el verde quetzal, la frondosa ceiba y la reluciente orquídea han quedado en la sombra frente al cúmulo de dolorosas denuncias que fueron punto de atención central este 15 de septiembre. A diferencia de otros años y a pesar de los intentos del Presidente, los diputados, los monopolios comerciales, escuelas y colegios por mantener la normalidad no ha habido celebración ni de falsa independencia, ni Bicentenario. Lo que sí ha habido es la consolidación de un fenómeno esperanzador.
Dicen las abuelas sabias que cuando una puerta se cierra, se abre otra. Lo pintan de tal forma que cuando el o la nietecita lloran desamparados recibiendo la caricia de cada palabra firme, pero leal, sienten un poco de alivio, otro poco de curiosidad y de pronto alguito de su dignidad se restablece. Algo así viene pasando desde hace meses, años, décadas. La voz sabia, ancestral de esta tierra nos viene acogiendo con ternura, pero lealmente, anunciando que hay que cerrar la puerta para abrir la ventana. Hay que dejar las ataduras de esta patria del criollo, para abrir la ventana a una sociedad que asuma, respete y defienda la dignidad humana y la vida.
Cerrar la puerta no suele ser fácil, en ninguna circunstancia. Implica dejarse allí, soltar algo de lo que se es y reconocer que no es válido ya. Las rupturas amorosas, laborales, sociales hasta las dietas, son dolorosas pero necesarias. Pueden darse de forma violenta, pasiva, obligada. Esa puerta maldita se nos puede somatar en la nariz, nos puede majar los dedos, nos pueda dejar sordos o bien, podemos tomar la decisión de cerrarla nosotros. Esta patria criminal del criollo nos come el pasado como nos come el presente y sabemos, por experiencia propia, que el futuro no tendría porqué ser diferente. Pero el miedo, la colonia, la subordinación, la enajenación, el genocidio, la codependencia nos paralizan y estamos desde ese pasillo oscuro, cuyas paredes están ensangrentadas. Nos han querido engañar con un mural blanquiceleste y unos versos románticos dedicados a una patria inexistente.
Para muchas personas, de todas edades, en todos los departamentos del país, originarios de los cuatro pueblos, esta ha sido la esencia de estos días. El vistazo hacia la puerta, la oportunidad de confrontarse con que Guatemala no es lo que nos pintan, ni quetzales, ni marimbas, ni billetes de Q20.00 renovados. Guatemala como tal no existe aún porque está pendiente de ser. Está allí en la voz resistente de los Pueblos ancestrales que han mantenido viva la tierra, siembra, conocimiento, relación y que son hoy portadores de la esperanza. Es urgente tomar la decisión, cerrar la puerta, abrazar la dignidad que nos queda, y abrir nuestra ventana, hacia la construcción de nuestra verdadera indepedencia.