Jorge Morales Toj
Recientemente visité una comunidad indígena maya K’iche’, del municipio de Chiché, del departamento del Quiché y conversé largamente con varias personas acerca de las implicaciones que ha tenido el Covid-19 en sus vidas y sobre todo las limitaciones han tenido en el acceso a la vacuna que no llega a territorios indígenas. Sin lugar a dudas, la medicina ancestral maya ha contribuido a que el sistema oficial de salud inoperante no se desmorone completamente.
Algunos ancianos me dijeron que en décadas anteriores ellos habían sobrevivido a una serie de enfermedades y que el Sistema de Salud oficinal nunca ha llegado a sus comunidades, que la mayoría de personas son atendidas por los “Ajkun” que traducido al castellano seria “los curadores” y que, en su mayoría, los pueblos indígenas han utilizado la medicina ancestral maya.
Para los ancianos, el Covid-19 es una ola de gripe enorme, que está siendo enfrentada con un jarabe combinado de hojas de eucalipto, cebolla morada, ajo, canela, jengibre, limón y miel, este jarabe natural lo refuerzan las comunidades indígenas con caldos de mucuy, hierba mora y otras hierbas acompañadas de chiltepe. Por otro lado me explicaban las señoras Ajkun, que cosen el eucalipto en una olla de barro y hacen inhalaciones tres veces al día.
Aunado a lo anterior, ante los dolores de las articulaciones y para desinflamar los pulmones ante posibles neumonías utilizan el sagrado “tuj” con los siete montes para liberar los dolores y el infaltable hoja de eucalipto que se inhala en el tuj. El Tuj muchos le llamamos sauna maya, ha sido y sigue siendo un medio que los Ajkun y las comadronas han utilizado para sanar a enfermos y para atender partos.
Un detalle que me llamó poderosamente la atención, es que en muchas ocasiones, las familias desde las comunidades mayas del departamento de Quiché, enviaron jarabes preparados o en otras ocasiones mandaron el jengibre y eucalipto a través de encomiendas hacia sus familiares hacia los Estados Unidos, para que sus familiares le hicieran frente al Covid-19 allá en tierras norteamericanas.
Ojalá algún día, las entidades gubernamentales hagan una valoración cuantitativa de los aportes que la medicina ancestral maya ha brindado para afrontar el Covid-19 en territorios indígenas. Con certeza se puede afirmar, que la resistencia de nuestros pueblos ante embates naturales, de genocidio, ecocidio, ha hecho que nuestros pueblos fortalezcan sus capacidades de organizarse y sobrevivir. Aun así, no dejaremos de alzar la voz por las pruebas de covid y por las vacunas que son un derecho para todos.
Con datos estadísticos muy limitados, se evidencia el racismo estructural e institucional del Estado de Guatemala en materia de acceso a la vacunación contra el Covid-19 hacia los pueblos indígenas es evidente. El plan de vacunación perpetúa la exclusión y racismo institucional hacia los pueblos indígenas. En una publicación del Diario la Hora del 29 de junio del presente año, se informó que solo el 14.7% vacunados fueron indígenas. Esa misma tendencia se tiene para el departamento de Quiché, un departamento habitado mayoritariamente por pueblos indígenas. Los vacunados de origen indígena son personas que viven en cascos urbanos lo que demuestra la exclusión de áreas rurales.