Jonathan Menkos Zeissig
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Estoy viendo por la televisión la sesión del Congreso de la República y en ella la mayoría oficialista pide la palabra para argumentar —estribillos cansados sobre que su dios los puso ahí y otros sinsentidos políticos— los motivos por los cuales la iniciativa que defienden es valiosa para los guatemaltecos. Después votan y quedan aprobadas leyes y decisiones que oprimirán más al pueblo mientras logran el beneficio económico de ellos y de sus financistas, amplían las carreteras por donde transita la corrupción y la impunidad, dilapidan los impuestos que pagamos o nos endeudan para seguir construyendo obra pública al mejor estilo del libramiento de Chimaltenango.
Salgo a la calle y me encuentro en la esquina de allá a un joven que comenzó a limpiar parabrisas el año pasado, pero que conforme han pasado los días se ha ido deteriorando mental y anímicamente y ahora se queda sentado hablando solo, quizá intentando encontrar alguna explicación a esa mala suerte, casi imposible de dejar atrás, de haber nacido pobre en Guatemala. Así hay cientos de adolescentes y jóvenes en las calles: limpiando parabrisas, esperando tal vez que, de alguna manera, quienes vamos en carro los podamos ver, entender, tomar conciencia y ayudar. Otros ya han encontrado refugio en las maras o en el intento de lograr el sueño americano. En la otra esquina un hombre de setenta y ocho años intenta hacer piruetas. Mientras el semáforo está en rojo, pasa vendiendo sus poemas para poder sobrevivir: es lo que dice en su desgastado cartel, en el que confiesa también su edad. Veo entre la multitud de carros, un Toyota Land Cruiser gris y me recuerdo que el ministro de Economía, con nuestros impuestos, se ha comprado una igual: nos costó Q970,124.0, entre el carro y el blindaje. Me recuerdo de la finca que se ha comprado Giammattei y por la que el gobierno ha construido una carretera de Q58.0 millones mientras en el presupuesto público las asignaciones presupuestarias más cuestionables suman Q4,847.4 millones de quetzales que se despilfarrarán y aceitarán las codiciosas manos de empresarios, líderes religiosos, narcos y malos políticos.
Pongo la radio y ahí anuncian que la mayoría de los magistrados de la Corte Suprema de Justicia ha decidido avanzar en sus intentos por sacar a los jueces honestos: por ahí un ataque más a la jueza Erika Aifán, por allá avanza un proceso legal contra el juez Pablo Xitumul. En contraste, los mismos magistrados dejan en la impunidad a su colega, el presidente del Tribunal Supremo Electoral, Ranulfo Rojas investigado por abuso de autoridad, incumplimiento de deberes y obstrucción de la justicia. Ahora mismo, los corruptos buscan mantener elegir un fiscal general afín a sus intereses que sea igual o mejor (para ellos) de lo que ha sido Consuelo Porras.
¿Hay razones para seguir luchando cuando las decisiones del poder público parecen transarse en cuevas de ladrones? Ver cómo utilizan el poder público Alejandro Giammattei, Allan Rodríguez, Consuelo Porras, Silvia Valdés, Roberto Molina Barreto, Aníbal Rojas, Shirley Rivera y otros tantos verdugos de la humanidad, que no da el espacio para nombrarlos. Guatemala podría ser un país diferente, sí: sin hambre, con educación y salud, con empleo suficiente para todos, pero nos gobierna la peor gentuza. Pero, veo a mis hijos, a los hijos de mis vecinos, a los niños y a los viejos de la calle. Veo a la gente que se faja trabajando y, como usted y yo, está harta de todo esto. Toca volver a hablar, crear conciencia y propuesta y masa crítica para buscar un cambio, manifestarnos, organizarnos para que la democracia, la fe en nuestras manos y la vida no nos la hagan ceniza. En el horizonte veo que pese a todo sale un sol radiante.