Jonathan Menkos

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Jonathan Menkos Zeissig
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¿Ha visto las noticias últimamente? ¿Ha notado cómo millones de personas atraviesan fronteras naturales y administrativas en todo el mundo para intentar huir de la realidad que les impone la economía del miedo que predomina en la actualidad? ¿Tiene usted la empatía de percibir la desesperación en los ojos de los migrantes mientras cargan en sus hombros a sus hijos para atravesar un mar, un río o un desierto? ¿Ha visto cómo la policía y otros ciudadanos que todavía no han debido migrar se ensañan con ellos? ¿Ha visto que, a muchos, cuando se instalan en una esquina de cualquier ciudad, les queman sus cosas para que sigan caminando, huyendo eternamente? ¿Y cómo sus ojos se llenan de lágrimas mientras intentan huir? ¿Se ha imaginado a sus hijos, hermanos o amigos sometidos a esta violación de los derechos más básicos? ¿Sabe usted que ellos solo quieren una oportunidad para ganarse la vida, proteger a los suyos, tener certidumbres?

No importa si salieron de Haití, Guatemala, Honduras, El Salvador, Venezuela, Afganistán, Siria, Yemen, la India o la República Centroafricana, irse es para ellos ha sido la mejor forma de hacer frente a las crisis que los asfixian. Por otro lado, las personas tienen derecho a migrar y esos derechos han sido y continúan siendo violados tanto en su país de origen como en el camino de su migración y en el país al que llegan. Los migrantes forzados son resultado de conflictos sociales que guardan relación con la desigualdad económica en aumento, la violencia extrema ejercida contra quienes piensan o miran el mundo de manera diferente a la mayoría que les rodea, los conflictos políticos provocados por luchas intestinas por el control del poder público y los recursos naturales y, en los últimos años y de manera creciente, los efectos del cambio climático.

De acuerdo con las cifras más recientes de la Organización Mundial para las Migraciones, se estima que en la actualidad hay cerca de 272 millones de migrantes internacionales y tres de cada cuatro están en edad de trabajar. Hay aproximadamente 31 millones de niñas, niños y adolescentes migrantes, sin precisar si han caminado solos o acompañados por un adulto. Por otra parte, hay cerca de 25.9 millones de refugiados y de estos, el 52% son menores de 18 años. Increíblemente, hay aproximadamente 4.0 millones de apátridas, gente sin nacionalidad. Por otro lado, el monto de remesas familiares de los migrantes del mundo, en 2018, ascendió a 689,000 millones de dólares, con lo cual la migración es un fenómeno humano, pero obviamente también es político y económico.
¿Podría la civilización actual mitigar los problemas que están forzando la migración? La respuesta más optimista es sí, porque mejoras económicas, adaptación y protección ambiental y garantías democráticas para el desarrollo son todo lo que se necesita para mitigar las raíces de la migración forzada. Sin embargo, el debate no es técnico: mientras haya alianzas criminales gobernando Estados a la sazón de sus intereses económicos y religiosos; mientras el multilateralismo sea tan débil que solo es útil como espacio de reflexión y no de acción y coerción; mientras los Estados, desarrollados y subdesarrollados, continúen siendo los mayordomos de ese 1% de la población que acumula la mayor parte de la riqueza del mundo y quiera más; mientras las leyes protejan más la codicia personal que el ambiente natural. Mientras todo esto no cambie, los migrantes forzados irán en aumento y, usted y yo, debemos tomar conciencia que sin cambios estructurales en Guatemala, tarde o temprano, podríamos encontrarnos en la siguiente caravana.

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