Nos conocimos desde toda la vida, te recuerdo allá en el glorioso Instituto Nacional Central para Varones, vos ibas un año adelante, pero te distinguías entre todos por tu estatura, tu delgadez, tu pelo rubio y tez blanca, algo inusual en aquellos lares; sin embargo, recreamos una amistad que nos mantuvo en contacto desde esa época hasta tu dolorosa despedida.
En el instituto, para variar, eras el encargado de la cabina de radio, en aquellos años ponías música en los recreos y en la entrada y en la salida. No se me olvida escuchar a Grand Funk, con sus canciones como Into the sun, I´m your Captain y otras, eran tiempos de rock. En esa cabina algunos años después nos ayudaste para resolver aquel problema de Sergio Mejía, toda una operación logística y conspirativa, con resultados positivos, mientras Danilo Flores y yo trabajábamos en sacar adelante esa tarea.
En el instituto ambos forjamos grandes amistades, vos mantuviste a tus grandes amigos Federico “El Chenco” Ranero -quien fue el pediatra de mis hijos, sin cobrarme un centavo en todo ese tiempo, un gran amigo mío también-, junto a Héctor Mora y al noble Mario Vela, se quedaron con vos para siempre. Sé que Federico estuvo con vos hasta el último momento, eso y más es Federico.
Años después estuviste en aquella gira que hicimos por toda Centroamérica con Santo Domingo, desde Guatemala hasta Panamá, un viaje inolvidable, bajo la conducción de Fray Ignacio de la Fuente y junto a aquellos grandes jugadores, de ese inolvidable equipazo de voleibol. Ahí ya pude observar tu veta política, en San José no se me olvida que platicamos un día externando nuestras primigenias ideas políticas.
En la Usac, no nos cruzamos directamente, vos en Medicina y yo en Economía, pero no se me olvida cuando te vi en el entierro de Oliverio Castañeda de León, cuando íbamos entrando al cementerio general y dispuesto y acongojado tomaste la iniciativa de cargar a nuestro compañero. Esos fueron años difíciles, tiempos de definiciones políticas, de asumir grandes riesgos, que dejaron en el país un enorme caudal de muertos y desaparecidos, que todavía hoy sus familiares claman por justicia.
Allá en el exilio, te fui a ver junto a Danilo Flores, me recuerdo cuando te llamé por teléfono, jodiéndote antes de identificarme y ya un poco molesto me ibas a colgar, hasta que te dije quién era, y tu consiguiente grito de alegría al reconocerme y quedamos de juntarnos. Era un domingo, no se me olvida, tuvimos una profunda, amena y larga “concervezación”, que nos quedamos desde el mediodía hasta casi la media noche. Nos despedimos beodos, alegres y satisfechos de esta plática. No se me olvida que ahí nos contaste lo de Kim Lalat, así como otras iniciativas buscando la unidad.
No se me olvida cuando nos convocaste a la inauguración de aquel bar que se llamaba El Árbol, allá cerca del parque Morazán, cuando, con otro gran amigo tuyo y mío, Ángel Ortega, otro gran Sheca, todos llegamos, ahí nos juntamos muchos Shecas de distintas promociones, respondiendo a tu llamado, pasamos una noche bohemia con tus interpretaciones de distintas canciones que a mí me encantaban, tanto que al irme te fui a manifestar mi satisfacción por la selección de canciones que habías hecho.
Una noche, allá donde el Choco Morales, vos y yo tuvimos la oportunidad de cantar juntos esa bella canción de Serrat, Aquellas Pequeñas Cosas, no se me olvida, por supuesto que tu voz era la que sobresalía, esa canción que es de 1972, fue incluso la canción que Serrat cantó cuando recibió el Premio del Príncipe de Asturias.
Tampoco pude olvidar cuando me diste el privilegio de entregarme un demo con varias de tus canciones, para que te hiciera mis críticas, pero te dije “es un honor vos Danilo, a mí me gusta la música, pero de crítico musical no tengo nada”, aun así, me insististe, te hice algunas observaciones, nada extraordinario.
No pude asistir a tu entierro, pero lo vi en un video donde estaba una pléyade de estrellas, ahí estaban: “el Mono de Trova Jazz”, tocando la guitarra y cantando, cuando escuché “Cristo de Palacaguina”, me emocioné hasta las lágrimas, ahí declamó Carlos Vallejo con sentimiento: “Que suerte he tenido de nacer”, ahí llegó también Gustavo Adolfo Ostrich también dedicándote un poema, uno de los participantes dijo que vos eras el “guerrero más cariñoso” y coincido con él.
En tu velorio pudimos con Mónica platicar con tu hija Amanda, nos contó de tu nieto y su agradable relación con vos, su abuelo, e igual conocimos a tu yerno, creo que era Roberto, un simpatiquísimo personaje, todos coincidíamos de tu alma blanca, de tu cariño que se desbordaba de tu corazón y lo externabas abiertamente.
Ah, se me olvidaba, la anécdota del Camaro amarillo, inolvidable. Tanta vida, tanta gente que te quiso Danilo, tanto cariño expresado en todo momento por vos y para vos. Descansa en paz querido amigo, dejaste un legado impresionante. Hasta siempre Danilo y sí, por supuesto, “hasta la victoria siempre René”.