Los cambios en la humanidad son, sin duda, dicotómicos. Los procesos de transformación sufren avances y retrocesos, con lo cual las sociedades aunque presentan grandes cambios en su interrelación también son observadores de retrocesos que empañan, de alguna forma, los grandes avances, pero igual, no provocan que las grandes transformaciones no sufran, sino modificaciones pequeñas.
El caso de Europa es ilustrativo. Las sociedades europeas sufrieron grandes transformaciones en su desarrollo histórico, este desenvolvimiento no estuvo marcado únicamente por avances, también tuvo sus grandes tropiezos, como las guerras, los movimientos revolucionarios, el oscurantismo, hasta que se da la etapa del renacimiento, un período que produjo el florecimiento de las artes –música, teatro, literatura, pintura, entre otras-, pero también fue notorio el cambio provocado por las ciencias, tanto naturales, como la química, la medicina, la agricultura, como las ciencias sociales como la economía, la sociología, la ciencia política y la educación, entre otras.
Los modelos de bienestar representaron una de las grandes conquistas sociales para propiciar sociedades más equilibradas, mayor cohesión e integración, con ello, al final, las sociedades son más equitativas, aunque hay problemas, existe mayor posibilidad de cohesión, así como la ciudadanía reconoce que su condición dentro de la sociedad es más justa, a pesar de las diferencias que siempre existirán.
Para financiar los modelos de bienestar, las sociedades europeas establecieron acuerdos de largo alcance como la conformación de una estructura tributaria de tipo progresivo, lo cual significa que el impuesto central y fundamental es el Impuesto sobre la Renta, con lo cual se cumple el precepto fundamental de que “quien gana o tiene más, paga más”, así de sencillo, lo que no significa que el resto no pague impuestos, lo hace pero en la medida de sus ingresos o de sus activos o riquezas.
De esta cuenta, los bienes públicos representan impresionantes conquistas de la ciudadanía, quienes cuentan con una plataforma de bienes públicos que ya están establecidos y todas las personas los pueden disfrutar con lo cual su nivel de vida o su bienestar se mejora significativamente. Entre los bienes públicos se encuentra la educación –un derecho indiscutible para toda la sociedad–, la cual puede ser pública o privada pero ambas son de elevado nivel; es decir, de alguna forma compiten para mejorar la calidad educativa; la salud que permite el acceso a la mayor parte de la población y es universal y obligatoria; así como la protección social, que sí es universal y obligatoria, con lo cual los ciudadanos al llegar al final de su vida productiva gozan de la salud y de una jubilación decente.
Estas conquistas sociales, descansan en Gobiernos que se aseguran de propiciar condiciones para la apertura de los mercados, lo cual implica la competencia y aunque existen algunos mercados imperfectos, los mismos son regulados para evitar abusos o fallos de mercado.
En este conjunto de elementos citados en forma muy resumida, son condiciones que, independientemente del tipo de ideología de los gobernantes que asuman la conducción política de los países, –izquierda, derecha, moderados, centristas, verdes, socialdemócratas u otros–, mantienen este conjunto de conquistas pues se reconoce que evita grandes conflictos sociales.
Todo esto viene a cuento de que en Guatemala, tal como están las cosas, nos estamos perfilando hacia una crisis civilizatoria; es decir, los grupos que se encuentran en los gobiernos –como los tres regímenes anteriores–, no abonaron nada para propiciar civilidad, no plantaron esfuerzos, programas, actividades o instituciones que conduzcan a configurar rasgos civilizatorios para nuestra sociedad.
Contrariamente, el elemento que condujo el desempeño de estos regímenes se centró en la corrupción, con lo cual se generó un ciclo perverso que produjo una mayor crisis civilizatoria, pues las condiciones de pobreza, pobreza extrema y desigualdad social se ahondaron, las élites económicas en lugar de actuar a contrapelo de estas corrientes, los permitieron en la medida que no les afectaran a sus intereses –una actitud realmente egoísta y desprovista de sentido humanitario–, mientras los nuevos ricos o emergentes centraron su atención en el patrimonio o presupuesto del Estado para seguir generando nuevas fortunas.
Los otros poderes del Estado entraron en esta dinámica, con lo cual la justicia se arrinconó en una jaula donde todavía permanece, mientras que en el Congreso de la República se tiene un desfile de impresentables, corruptos y perversos. Las municipalidades entraron también en esta corriente ilógica la corrupción y abandonaron sus funciones fundamentales.
Y hoy vemos, con tristeza, que cualquier intento de introducir elementos que permitan construir una mínima plataforma civilizatoria como el caso de la clasificación de desechos y el seguro para vehículos, lo convierten en protestas y paralizaciones que afectan principalmente a todas las personas que hacen uso del transporte público. Los partidos de oposición, las alcaldías municipales se unen hoy a grupos de cafres y patanes –el auténtico lumpen–, para hacer retroceder estas medidas, que como digo, apuntan a introducir a la sociedad en la senda civilizatoria que tanto necesita.
Realmente, oponerse de hecho o de derecho a avanzar hacia una sociedad más civilizada, significa justamente que vamos a terminar con una sociedad –que ya muestra estos signos–, decadente y en deterioro total.