Fueron muchos años atrás cuando te conocí. La primera impresión fue clave. No olvido que llegaste a San Rafael a un almuerzo que mi mamá y mi papá organizaron, al cual asistieron todas las tías, fue un sábado, era tu “presentación” a la familia. La casa por ser pequeña necesitaba ciertos acomodos y mi mamá organizó atrás del comedor otro espacio en el cual nos ubicamos todos los primos –Mancía Chúa, Estrada Chúa, Narciso Chúa y Velásquez Chúa–, se convirtió en una parranda memorable.
Hubo chistes –y vos Pepe, eras un especialista en eso–, hubo música, hubo charadas, hubo bromas y, por supuesto, hubo tragos. Ninguno te conocía a excepción de la Mary –nuestra prima querida–, y aquella contribuyó a ese ambiente de fiesta cuando contó que llegaste una vez en moto a la casa de mis primos –Maritza, Alfredo y Carlos–, tocaste y te abrió Carlos, le dijo que esperaras un momentito y le dijo a la Mary “Mary ahí te busca un gringo”, fue una anécdota que le dio sabor a ese espacio entre el medio día y el final de la tarde. Ese almuerzo, ese encuentro resultó inolvidable y estimo que ahí se demarcó nuestra amistad Pepe.
De ahí en adelante todo fue de mucha cordialidad, de genuina amistad y vos ya eras parte de la familia y cuando escribo esto me refiero a que todos ya te reconocíamos como un “primo mayor”, con quien se podía entablar una plática agradable. Yo recuerdo que coincidíamos con nuestros gustos por la música, empezando por la clásica y no olvido una discusión que tuvimos sobre Maurice Ravel, en especial sobre el bolero y yo te contaba lo que sabía de aquél gran autor.
Pero también discutíamos sobre cultura, eras un lector que te encantaba compartir sobre tus libros, platicábamos sobre los grandes pintores, todo esto aderezado por tu capacidad increíble de tomar cerveza, aunque no te resistías cuando compartíamos una botella de Juanito el caminante en su color negro.
Cuando todavía vivías en la zona 1, ¿tenías un piano –te acordás?–, en el cual tocabas canciones y una vez mi mamá vos y yo nos pusimos a cantar juntos aquella vieja canción que cantaban Los Bribones y que te gustaba mucho: “Cuando en la playa mi bella Lola/tu lindo talle luciendo vas/los marineros se vuelven locos/y hasta el piloto pierde el compás/…Y nosotros los pobres marinos, hemos hecho un barquito de vela (por cierto, que esta canción con otra letra es propia de la Huelga de Dolores).
Contar chistes era otra de tus cualidades, sabés Pepe, no se me olvidan aquel del perro y aquel de “padezes osito”. Tuve la oportunidad también de compartir con tus grandes amigos de toda la vida. Don Milton Klusman y su esposa e hijas, Roberto (¿el empuja lanchas, te acordás?), aquél se hacía llamar el “hombre de tus sueños”, era un Sheca de corazón, un gran platicador.
También no se me olvida Rolando Alvizurez, yo le puse el “Talibán Mayor” por su larga barba. Acá me viene a la memoria una anécdota que vos me compartiste, cuando con Rolando viajaron a los Estados Unidos y le serviste de traductor en todo el viaje, pero en un momento te pidió que le preguntaras al mesero que te indicara dónde estaban los baños, vos te negaste y le dijiste que hiciera el esfuerzo de preguntar y dijo “where are the bats”, vos te mataste de la risa y le dijiste con otras palabras que no puedo referir acá “sos un …le preguntaste dónde están los vampiros”.
Un domingo que te llegamos a visitar con Mónica, en aquellos agradables y extensos almuerzos, nos cruzamos con tu nuevo amigo de apellido Castillo –hoy la mente no me ayuda para recordar su nombre–, una gran persona, una amistad sincera con vos y la Mary y con quien nos “enfrascamos” en un duelo de chistes, alternándonos ambos con uno y otro, e incluso pasando de los inocentes hasta aquellos más gruesos. Inolvidable, también una gran persona.
Cuando tu salud se puso delicada, todo cambió, a pesar de tu esfuerzo por mantenerte al tanto de todo. No olvido que en un tu cumpleaños cuando ambos entonamos aquella canción de Alberto Cortez, Distancia y tus ojos se llenaron de lágrimas, igual que ahora me pasa cuando escribo esta nota.
No puedo dejar de mencionar a mi querida prima Mary, ahí estuvo con vos, todo el tiempo, ahí luchó a la par tuya, ahí se quedó con vos hasta que te despedimos el día de ayer, así como también no puedo dejar de mencionar a tu enfermero, a quien saludé y agradecí ayer por su trabajo y que, ingratamente, olvidé su nombre.
Hoy que te introducís en otra dimensión, que te desdoblás en otros universos, que volás en otros espacios, tenés que saber que dejaste un legado indiscutible en mi vida y la de todos los primos y primas Chúa, así como de mis hijos y sobrinos. Tu imagen se queda para siempre en nuestras retinas y mentes para rememorarte contando chistes, cantando y tomándote una cerveza.
Hasta siempre querido Pepe, descansá en paz José Antonio Lewald.