Juan José Narciso Chúa

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Guatemalteco. Estudió en el Instituto Nacional Central para Varones, se graduó en la Escuela de Comercio. Obtuvo su licenciatura en la USAC, en la Facultad de Ciencias Económicas, luego obtuvo su Maestría en Administración Pública INAP-USAC y estudió Economía en la University of New Mexico, EEUU. Ha sido consultor para organismos internacionales como el PNUD, BID, Banco Mundial, IICA, The Nature Conservancy. Colaboró en la fundación de FLACSO Guatemala. Ha prestado servicio público como asesor en el Ministerio de Finanzas Públicas, Secretario Ejecutivo de CONAP, Ministro Consejero en la Embajada de Guatemala en México y Viceministro de Energía. Investigador en la DIGI-USAC, la PDH y el IDIES en la URL. Tiene publicaciones para FLACSO, la CIDH, IPNUSAC y CLACSO. Es columnista de opinión y escritor en la sección cultural del Diario La Hora desde 2010

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Octubre es un mes particular y especial, representa el inicio del último trimestre del año y, por lo tanto, se inicia el proceso de fin del 2024, pero en la añoranza de este mes lo lleva a uno a recordar el inicio de las vacaciones escolares cuando aún niños o adolescentes, nos disponíamos con alegría a disfrutar a plenitud esos días.  La entrega de calificaciones era el último momento para salir de las clases y empezaban oficialmente las vacaciones. Hace unos días, mi buena amiga María Eugenia Gallardo (la Canche), hacía un relato en donde evocaba estos días cuando culminaba su ciclo escolar en el Belga con sus medallas en el pecho, lo cual para ella era una vergüenza, pero para su papá era un orgullo.

Yo recuerdo que cuando obteníamos el certificado de clases, con mis primos nos dirigíamos a la casa de Tío Roberto Chúa, allá por la 11 avenida y él nos entregaba una choca por nuestros buenos resultados, salíamos de ahí y nos dirigíamos a la Cafetería Cantón allá en la 6ª avenida y 14 calle, en donde a los niños que habían obtenido buenas calificaciones nos regalaban un pez dorado o una tortuguita y a partir de ahí a jugar.

Con mis primos Alfredo, Carlos y Maritza y mis hermanos Luis, Silvia y yo vivíamos juntos en el Barrio Moderno y atrás de la casa había un jardín al cual nosotros le llamábamos “el sitio” y era el espacio propicio para realizar todo tipo de juegos desde tenta, matateroterola, la ranita, salto de cuerda, cincos, trompo y cualquier otro juego similar, mientras que el fútbol era en el corredor que colindaba con un  patio en donde las chamuscas eran verdaderas batallas de sudor y alegría.

El mes de octubre también me trae al cumpleaños de mi hermanita Silvia, quien justamente acaba de cumplir años, sólo que hoy se encuentra en una lucha por recuperar plenamente su salud allá en Los Ángeles, California, donde actualmente reside.  Ha sido una auténtica guerrera, nos ha demostrado su valentía y su capacidad de enfrentar la adversidad y salir adelante y seguramente lo conseguirá.  Que Dios te bendiga Silvia.

Octubre es el mes de las finales de béisbol, ese deporte que Abdón Rodríguez Zea nos enseñó a jugarlo, pero principalmente a disfrutarlo, a gozarlo, a vivirlo intensamente. Las series divisionales están prendidas y todos en el fondo añoramos que la serie mundial sea entre Yankees y Dodgers, pero todavía falta mucho y esa serie mundial del año 1981 todavía resuena en nuestros oídos y en nuestros recuerdos, principalmente que mi papá era un fanático Dodger, así como mi hermano, Sergio Mejía y Edgar Palomo, quienes seguramente ansían volver a ese año. Igualmente, quien va a olvidar aquella canción de New York, New York, cantada por Frank Sinatra que efectivamente la puso en boga por aquellos años y justamente quedaba a tono con esa inolvidable serie mundial.

Abdón Rodríguez Zea, fuera de sus frases célebres que resultan inolvidables como “Ave María Purísima”, “ahí va un palo largo, la bola se va, se va y te fuiste Marcelina”, “que gane el mejor, pero mejor si ganan los Yankees”.  Aquel otro que hacía de vez en cuando como “Parlama mi botella”, “estará bueno o no” o los poemas “yo quisiera ser el crucifijo donde rezas tu rosario” o “quien pudiera con una soga lazar el viento que se llevó lo mejor de tu cantar”.

Un homenaje a su legado y a su especial persona.  Inolvidable.

La visita a Santo Domingo es otro de los momentos que no se pueden dejar de pasar. La visita a la iglesia y su altar que se viste de gala con un colorido que lo deja a uno extasiado, ver a la cantidad de feligresía que se acerca a la visita, el fervor de muchos, las veladoras y su calor y olor particular, recorrer esa inmensa iglesia es muy lindo.

Y afuera lo esperan a uno todos los manjares que uno podría desear, empezando por los dulces típicos, los cuales siempre vale la pena comer, el atol de elote y las tostadas, las “corbatas” y otro montón de manjares exquisitos en ese lugar.

En octubre también empezaba el campeonato de básquetbol en la colonia, lo cual congregaba a toda la juventud de aquella época.  Nuestro equipo, el inolvidable “Cachorros”, es otro momento que invita al recuerdo y a la añoranza.

Y el mes empezó muy bien realmente, el 6 de octubre fuimos invitados a la celebración de los 90 años de Doña Dora, la mamá de los Beltetón, viejos y queridos amigos, que nos hicieron el honor de convidarnos a este magno evento y la pasamos magnífico, un abrazo a Tavo, Nora y Mimi, no pude ver a Vilma pero le envío el cordial saludo, así como a primos y familiares de ellos que no había visto en años. En fin, un mes pródigo de añoranzas.

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