Juan José Narciso Chúa

juannarciso55@yahoo.com

Guatemalteco. Estudió en el Instituto Nacional Central para Varones, se graduó en la Escuela de Comercio. Obtuvo su licenciatura en la USAC, en la Facultad de Ciencias Económicas, luego obtuvo su Maestría en Administración Pública INAP-USAC y estudió Economía en la University of New Mexico, EEUU. Ha sido consultor para organismos internacionales como el PNUD, BID, Banco Mundial, IICA, The Nature Conservancy. Colaboró en la fundación de FLACSO Guatemala. Ha prestado servicio público como asesor en el Ministerio de Finanzas Públicas, Secretario Ejecutivo de CONAP, Ministro Consejero en la Embajada de Guatemala en México y Viceministro de Energía. Investigador en la DIGI-USAC, la PDH y el IDIES en la URL. Tiene publicaciones para FLACSO, la CIDH, IPNUSAC y CLACSO. Es columnista de opinión y escritor en la sección cultural del Diario La Hora desde 2010

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Las dos oraciones que presento como título de mi artículo refieren a un pasado, las mismas son lemas o consigna propias de esa época estudiantil rebelde pero fructuosa en vida y conocimientos. Un pasado agradable, lleno de amistad, repleto de anécdotas, pero también pletórico de conocimientos que nos dejó nuestro paso por el Instituto Nacional Central para Varones, INCV, hace ya 5 décadas.  Dentro de este espacio de tiempo, los recuerdos son innumerables, así como son la cantidad de amistades recreadas alrededor de dicho espacio de tiempo.

La aventura inició en 1970 cuando ingresamos al primer año básico. Para inscribirme fue a dormir a las afueras del INCV sobre la 9ª avenida, pero igual fue satisfactorio. Ingresamos un montón de patojos que apenas estábamos iniciando la construcción de una vida, veníamos de la primaria, así que éramos bisoños en lides de la vida, pero el Central se encargó de enseñarnos y de ahí partir para seguir luchando en la senda de la vida.

Mi llegada a primero “D”, fue un primer momento de nervios, arropada por una mañana fría de enero.  Nos leyeron los nombres de dicha sección y luego nos encaminaron hacia la parte de atrás del instituto a través de una puerta que conectaba dos espacios diferentes.  El primero, la parte principal del instituto con la mayoría de aulas, la dirección, la biblioteca, la radio centralista, el salón de actos, el patio con sus canastas de básquetbol y área para volibol, el laboratorio, la tienda de Doña Vicky, las aulas de artes industriales y el “escondite del ingeniero” (los que estudiamos en esa época sabrán bien a qué me refiero).

Esta área tenía como testigos presenciales a las araucarias que antes estaban en los cuatro puntos cardinales, pero en nuestro tiempo habían 3 y una fue cortada en ese tiempo.

El segundo espacio era mucho más estrecho, le llamaban “el gallinero”, mote que sin duda tenía mucho de razón, había ahí 4 aulas de la “A” a la “D”, un pequeño patio con una canasta de básquet y una enorme plancha de acero en la orilla de este patio, sobre la cual se tejían grandes mitos centralistas (seguro mis compañeros de esos años y lugar la recordarán).  Al fondo estaban los baños, eran “relucientes”, “olorosos” y llenos de humo, así como plagado de grafitis inolvidables, como aquél que iniciaba así: aquí murió… o el otro que empezaba con “más de tres …” y al fondo después de los baños estaba el taller de artes industriales de Don Chepe Castañeda, un señorón alto, blanco, canoso que se me imagina hoy como el protagonista del profesor en Back to the future, gritón y regañón como el solo.

Las aulas del gallinero estaban pintadas de amarillo, eran de block y no estaban cernidas, sino sobre el block expuesto las pintaron, todas con techo de tejalita.  Primero D estaba separado de la A, B y C, que estaban en línea, ahí llegamos fácilmente 115 estudiantes asustados y enteleridos por el frío y la incertidumbre.  El aula era grande y me llamó la atención lo vetusto de algunos escritorios y que en el aula había dos pizarrones de cemento pintados de verde oscuro o negro, uno al este y el otro al oeste, ventilada por dos ventanas abiertas sin ningún vidrio.

Todos nos sentamos donde pudimos, yo recuerdo que me senté en uno de esos escritorios viejos que eran de una pintura gris destartalada, con bajo relieve para poner un lápiz y había espacio para la tinta, así como contaban con un espacio para poner ahí los cuadernos y refacción. Estos estaban unidos por unas reglas en la parte inferior y quedábamos en fila hacia el pizarrón de cemento del lado oriental.

E iniciamos. La primera clase era de doña Luz América Duarte en Idioma Español, la segunda de don Fernando Santos en Ciencias Naturales y la tercera era de don Adolfo de la Peña de matemáticas (Chicharrón), lo cual significaba un período de 7 a 9 de la mañana, con clases de 40 minutos cada una, para luego salir al recreo de 9 a 9:10 de la mañana para retornar al aula y seguir con las clases.

Las tres primeras eran permanentes, pero las restantes cambiaban, así teníamos inglés con don Ramiro García Salas, artes industriales con Don Chepe Castañeda, música con Cadáver, artes plásticas con Raúl Ovalle, don Salomón Aldana era el encargado de la clase de Educación Física, un inolvidable profesor por su forma de expresarse y hablar, “vení vos… ponele llamada especial a este” y el estudiante que le ayudaba le preguntaba por qué y él respondía “vos ponésela” y don Manuel Oliva Paz, quien era nuestro profesor de Estudios Sociales. Nuestro auxiliar era Don Antonio Estrada Enríquez.

Cuando entraba cada uno de los profesores, todos nos poníamos de pie en señal de respeto.  Termino esta parte con una anécdota, una vez llegaron al instituto unas personas “entacuchadas” que caminaban por el instituto, a lo que pensé “deben ser personas importantes”.  Cuál sería la sorpresa que cuando regresamos del recreo ingresaron estas personas con sus trajes y corbatas para hablar con nosotros y quien nos dirigió unas palabras fue el propio Ministro de Educación de esos tiempos, Alejandro Maldonado Aguirre.

Esta nota la escribo en homenaje a todos aquellos estudiantes del Central, pero en particular a mis compañeros de primero “D”, a varios los veo, a otros nunca más, pero seguro si alguno lee esta nota sabrá del cariño entrañable a esta noble institución y el recuerdo imperecedero de aquellos años.

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