Juan José Narciso Chúa

juannarciso55@yahoo.com

Guatemalteco. Estudió en el Instituto Nacional Central para Varones, se graduó en la Escuela de Comercio. Obtuvo su licenciatura en la USAC, en la Facultad de Ciencias Económicas, luego obtuvo su Maestría en Administración Pública INAP-USAC y estudió Economía en la University of New Mexico, EEUU. Ha sido consultor para organismos internacionales como el PNUD, BID, Banco Mundial, IICA, The Nature Conservancy. Colaboró en la fundación de FLACSO Guatemala. Ha prestado servicio público como asesor en el Ministerio de Finanzas Públicas, Secretario Ejecutivo de CONAP, Ministro Consejero en la Embajada de Guatemala en México y Viceministro de Energía. Investigador en la DIGI-USAC, la PDH y el IDIES en la URL. Tiene publicaciones para FLACSO, la CIDH, IPNUSAC y CLACSO. Es columnista de opinión y escritor en la sección cultural del Diario La Hora desde 2010

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La vida marca un momento de su existencia bastante complicado.  Los achaques y los dolores se habían convertido en situaciones normales y permanentes, no había otra, habría que vivir los últimos años en esa incómoda situación.  Sin embargo, a pesar de todo, la situación familiar se tornaba cada vez más alegre, los nietos empezaban a despuntar sus vidas en pareja, los otros fincaban sus esperanzas trabajando en diferentes empresas e instituciones, con lo cual, nuevamente, a pesar de todo, ella se sentía complacida con la vida.

Sus ojos ciertamente se llenaban de lágrimas rápidamente, no era fácil contener ese líquido acuoso que se desprendía fácilmente y corría a lo largo de sus mejillas,  pero eso no importaba, lo que sí realmente merecía su atención, era que al final de su existencia, su legado era indiscutible.  Sus hijos, hoy una dama y dos caballeros habían hecho lo suficiente para tener una vida en paz, tranquila y con comodidades propias de su esfuerzo, pero, en todo caso, eran una dama y dos caballeros, configurados en personas de bien.

Sus parejas, con sus propias diferencias de personalidad, habían acompañado a sus hijos en su trayecto de vida, insuflándoles amor, llenándolos de cariño, empujándolos en las cuestas, jalándolos en las bajadas, pero siempre ahí, siempre apoyando, aún en las divergencias, sus espíritus se unían a los de ellos para hacerse sentir, para establecer un nexo indeleble de apoyo indiscutible.

Pero ahora era el turno de los nietos.  Los protagonistas actuales de su historia, de esta etapa de su vida de mayor contemplación que presión, se modificó radicalmente y hoy eran los nietos los que le proveen de satisfacciones indiscutibles, aquellas que le brindaban oxígeno a sus pulmones, aquellas que le otorgaban mayor fuerza a su sangre y que llenaba su corazón y su cerebro de una dicha sin igual.  Así pensaba Doña Mimi, mientras lloraba de emoción al ver que sus nietos –dos de ellos, una mujer y un varón-, a quienes tuvo la oportunidad de cuidar siendo niños, hoy le prodigaban calor y aliento a su vida con la llegada de dos bisnietas.

Adriana se encontraba cerca de convertirse en mamá y a ella de hacerla su bisabuela, una alegría incontenible, una satisfacción indiscutible y una sensación de reconocer que la vida –a pesar de la dureza con que la había tratado en los últimos años-, siempre otorga dichas, siempre provee de momentos que llenan las retinas, satisfacen las neuronas y provocan impulsos positivos al corazón.

La llegada de Valeria –así se llamará la nueva bisnieta-, es un momento de quiebre en la vida de todos.  Representa el legado de otra generación que hoy les disputa a los adultos, su rol de mamá junto a su compañero Alejandro, así como definen su trayectoria de vida, en una forma independiente, ya no son niños, ya son adultos y hoy asumen, con alegría, convertirse en el epicentro de sus propias vidas.  Adriana, Alejandro y Valeria, un trío decidido a enfrentar la vida y Valeria les provee un motor de lucha.

La otra bisnieta se llamará Luciana, en un par de meses vendrá a engrosar esta galería de bisnietas, a quienes Doña Mimi, su bisabuela, las ve como la heredad de su vida que hoy alcanza una tercera generación, pero de nuevo, las lágrimas se agolpan en sus ojos cayendo en forma abrumadora sobre su cara, pero ella está feliz, ella está contenta de haber podido llegar a esta etapa de su vida llena de nietos y, hoy de bisnietas.

Luciana será el alter ego de Valeria, no se sabe, piensa doña Mimi, pero aspira a que así sea.  Luciana, hija del Tato y de Daniela, vendrá a plantar una damita más en el hogar de ellos, para convertirse en la hermana menor de Giselle, esa linda bisnieta que hoy por hoy, es la única nieta y bisnieta, que goza del gran amor de sus abuelos (Mónica y Juanjo).

Así que en esa silente alegría, en esa sensación de renovación de su vida provocada por tres bisnietas, doña Mimi se ve contenta, se ve feliz, se siente dichosa por tanta alegría y tanta satisfacción que al final de su vida, le prodigan hijos, hija, nietas, nietos y ahora bisnietas.  Ella se ve de la mano de Giselle, caminando hacia Valeria y Luciana, con el rostro lleno de lágrimas, pero con una sonrisa enorme y así piensa en el futuro de su legado familiar, en esa alegría silenciosa que solo una bisabuela puede sentir.

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